El primero al que yo oí aplicar aquí el concepto de "inteligencia emocional" de Daniel Goleman al mundo del deporte, y más en concreto al del fútbol, fue a Jorge Valdano. Valdano tiene la habilidad de picar un poquito de todos lados, pasarlo luego por la túrmix y convertirlo en una papilla fácilmente digestible, divertida y apetitosa. Lo que venía a decir Goleman es que, a la hora de captar personas para sus puestos jerárquicos más estratégicos, las empresas ya no otorgaban tanta importancia a los conocimientos técnicos como a la capacidad de control sobre las emociones y la habilidad para manejar las relaciones. Valdano captó la idea de este profesor de Harvard y la aplicó instintivamente al deporte profesional: un futbolista, por ejemplo, sería más relevante en tanto en cuanto supiera controlar su ansiedad, comprender al resto del equipo y asimilar en cada momento qué era lo que éste esperaba de él.
Por lo tanto, uno puede ser muy inteligente emocionalmente hablando e irse a la cama por las noches sin saber quién era Leonardo, por dónde pasa el Ebro o qué es el Ibex 35. La cosa puede complicarse porque un deportista profesional puede transmitir a la sociedad la (falsa) impresión de que, puesto que es un hombre o mujer de éxito, posee relevancia social y es muy inteligente emocionalmente hablando, tiene también los conocimientos necesarios para hablar de lo que sea, y eso no es así. Un futbolista puede perfectamente haber ganado varias veces el Balón de Oro y luego ser un auténtico analfabeto funcional por muchas vueltas que haya dado por el mundo y muchos países que haya visitado. Pero desgraciadamente estamos en sus manos. Quiero decir con esto que, tal y como está montado este negocio, existen muchas más posibilidades de que la gente haga más caso al delantero del Milan que al último Nobel de Medicina.
Thierry Henry acaba de decir que Cataluña no es España y el tipo se ha quedado más ancho que largo. Tití, que nació en Les Ulis, que se tiró cinco años jugando en Francia, uno en Italia y ocho en Inglaterra, y que lleva sólo dos en nuestro país, ha tenido el tiempo suficiente para llegar a la misma conclusión que los independentistas y, ¡qué casualidad!, el presidente de su club. Antiguamente solía decirse eso de que en el ejército ponían bromuro en la sopa con objeto de calmar posibles turbulencias hormonales que desviaran la atención de la tropa. Yo empiezo a temerme lo peor: que Laporta le haya puesto algo en la sopa a Henry, un ingrediente (llamémosle Rovirex 25) que le mantenga como al sonámbulo Cesare, pendiente de las órdenes que reciba por parte del doctor Caligari. Henry, en fin, es el vivo ejemplo de que uno puede ser un extraordinario futbolista y un zampabodigos de mucho cuidado.