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El penúltimo raulista vivo

El regreso de Mou

Anoche nos enzarzamos de tal modo en El Primer Palo que Luis Herrero, Felipe del Campo, Enrique Marqués y un servidor, el único mourinhista de los cuatro, empezamos discutiendo sobre si Mourinho y el Chelsea habían llegado a un acuerdo amistoso para rescindir su contrato o, por el contrario, había sido directamente fulminado por el rayo de Abramovich y, ya al final, también sobre lo atinado del titular de mi columna de opinión de ayer aquí mismo, Otra lecci´on de The Special One. Yo me sigo remitiendo al comunicado oficial del Chelsea en el que se habla de "acuerdo" y no de "destitución" o de "cese" y, aunque estará mal que yo lo diga, creo que mi titular definiendo como "lección" el hecho, inédito a nivel mundial, de renunciar a 55 millones de euros, fue muy acertado. Si el Chelsea cesó a Mourinho, ¿por qué no cobrarlo todo íntegramente hasta 2019?... Me parece que "acuerdo mútuo" ("no nos haremos daño") incluye la generosísima renuncia de Mourinho, más aún teniendo en cuenta que él ayudó a levantar al Chelsea, situó a ese club en el mapa del fútbol europeo y mundial y tiene una buena relación con su propietario.

De José Mourinho sienta mal todo, incluso que renuncie a 55 millones de euros (Enrique Marqués, que hizo sus propias cuentas, hablaba anoche de 22) y se vaya sin cobrar hasta el último centimillo. También sienta mal que cobre lo que resta de temporada, hasta junio de 2016. Si Mourinho renunciara ahora mismo a todos sus bienes terrenales, que son muchos, y vagara por ahí con un saco de tela y un par de sandalias como único uniforme, los Tattaglia, que son esencialmente fariseos, se rasgarían las vestiduras. Si sienta tan mal el gesto de Mourinho es por su originalidad y porque, en el fondo, tememos lo que no comprendemos y no acabamos de entender cómo es posible que en un mundo tan prostituido como éste haya alguien tan insobornable que sea capaz de colocar sus principios por encima del dinero. Incomoda que José Mourinho sea especial y vaya contracorriente incluso a la hora de negociar el finiquito. También sienta mal el gesto de Mourinho porque, en el fondo, no hace más que evidenciar el contraste existente entre su forma de actuar y la de otros madridistas de toda la vida. Es simple.

Aquellos que llaman sin pudor "El gafas" a Florentino Pérez o dicen de él que está "senil", hablan de fracaso de Mourinho. En otras ocasiones no lo hacen, no; gritas "tiburón" y la gente sale corriendo despavorida, gritas "fracaso" y los autodenominados miembros del nuevo periodismo (¡Ay, Tom Wolfe de mis entretelas, qué hicieron contigo y con tu obra!) te arrojan esa palabra maldita a la cara: "¡Fracaso, no, jamás!"... A otros no, pero al entrenador que ha conseguido 8 de los 25 títulos del Chelsea a lo largo de toda su historia, sí cabe aplicarle el calificativo: "¡fracaso!"... Mourinho, eso es cierto, tenía al Chelsea en una situación malísima, a un punto del descenso, pero no hace tanto que conquistó para el club su quinta Premier. El noventa y nueve por ciento de los pilotos del mundo matarían por el gafe que persigue a Fernando Alonso y el noventa y nueve por ciento de los entrenadores del mundo venderían su alma por tener en su haber la mitad de los títulos que posee Mourinho, que es un chiquillo de 52 años. Yo dejé ayer de ser del Chelsea. No tengo ni idea de qué sucederá en el futuro pero, hasta que The Special One no encuentre otra vez acomodo, me dispongo a disfrutar como un enano viendo cómo sufren los Tattaglia con la simple posibilidad de que Mou, el hombre que les puso en su sitio, regrese al fin al Real Madrid. No soy pipero, creo, pero me voy raudo a comprar un cargamento de pipas.

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