Dicen quienes le sufrieron que Muhammad Ali no sólo te derrotaba deportivamente sino que te destruía emocionalmente, te deprimía. A Frazier no le pasó pero a Foreman sí. Foreman llegaba al gran combate de Kinshasa como el gran favorito, el joven campeón mundial que viajaba a África para sepultar al viejo mito. Sobre el papel sólo se trataba de entrar y salir, una operación limpia y sencilla... con la que no estuvo de acuerdo Ali, que ganó aquel combate. Foreman entró en depresión, se convirtió en un hombre huraño y esquivo, casi un ex boxeador, y tardó muchísimo tiempo en asimilar que lo que había sucedido era simple y llanamente que se había enfrentado probablemente al mejor púgil de todos los tiempos. Puso excusas a su derrota, que si le habían drogado, que si el calor era asfixiante, que si el viaje fue terrible... Al fin reconoció que Ali había sido mejor y se quitó un enorme peso de encima, una cruz que llevaba arrastrando más de 30 años.
Con Bobby Fischer sucedía algo parecido. El campeón mundial de ajedrez no sólo te derrotaba sino que anulaba tu personalidad, te hurgaba dentro del cerebro y acababa destruyéndote. Uno sobre el ring y otro delante de un tablero, Ali y Fischer hacían daño moral a sus adversarios, a quienes acababan convirtiendo en auténticos guiñapos. Le pasó a Foreman y le sucedió, por ejemplo, a Spassky, dos grandes campeones que se enfrentaron a dos campeones aún más grandes que ellos y, además, vampiros psicológicos. Y ahora le está pasando al PSG tras cruzarse con el Real Madrid en los octavos de final de la Champions. Iban a arder también todos los árboles de París, al campeón de Europa le esperaba un infierno, prometían una guerra futbolística, los jugadores galos estaban ante la batalla de sus vidas, Emery afirmó que el Madrid no sabía lo que iba a encontrarse en el Parque de los Príncipes, pero el Real tardó un minuto en cortar el cable rojo y desactivar la bomba de relojería. Un minuto.
El PSG de Neymar, el de M'bappé, el PSG de los 400 millones en dos jugadores, el del todopoderoso jeque millonetis... desconectado por el viejo campeón justo en su 116 cumpleaños. A eso le llamo yo justicia poética. Porque el Real Madrid no sólo te vence, el Real Madrid te hace dudar y acaba destruyéndote moralmente. Y lo peor no es la eliminación, que esa se olvida rápido, sino la depresión y las dudas que surgen acerca de un proyecto parido única y exclusivamente para alumbrar una Copa de Europa. El primer síntoma de esa depresión lo ofreció Rabiot hace 3 semanas: "Es fácil ganar al Dijon". El martes Draxler insistió, convencido de que no le queda nada en el convento: "Gastamos 400 millones y ni pasamos de octavos". Contra cualquier otro equipo, contra cualquiera, a estas horas estaríamos hablando de un PSG en cuartos de final, pero el Real Madrid es Ali, el Real Madrid es Bobby Fischer.
También sufre al Real Madrid el periodismo antimadridista, que en España es considerado paradójicamente como el auténtico periodismo, el periodismo objetivo, el independiente y veraz cuando es justo todo lo contrario. En Francia, en Inglaterra, en Alemania... en todos sitios admiran y respetan profundamente al Real Madrid mientras que aquí sólo tratan de destruirlo. Hay que ver y oír todo lo que se dijo de Zidane nada más conocer que el francés dejaba en el banquillo a Kroos, Modric, Bale y, sobre todo, a Isco, el heredero de Casillas en cuanto al blindaje mediático. Primero le arrancaron la piel a tiras para, a renglón seguido, ser inmediatamente elevado a los altares. El PSG, que iba a eliminar al Madrid en diciembre, ha pasado a ser en marzo una banda, un equipucho con nombres pero sin hombres, el Cosmos de Pelé, un club que no sabe fichar y que aún debe decidir si quiere ser toro o quiere ser torero: es el síntoma depresivo de ese periodismo que espera (que sigue esperando en realidad) a la vuelta de la esquina a que eliminen al Madrid. Decía Fischer lo siguiente: "No soy un genio del ajedrez, soy un genio que juega al ajedrez". Pues el Real Madrid lleva 116 años jugando al fútbol.