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El penúltimo raulista vivo

El Mundial de la fe

La victoria de la selección española de baloncesto ante Argentina en su segundo Mundial es una victoria contra la desesperanza, contra el pesimismo y contra la desilusión, una victoria contra el conformismo y contra la resignación, una victoria del color contra el gris, una victoria de la unión contra la división, una victoria del arrojo y del descaro contra el retraimiento y la cobardía, una victoria del orgullo de nación contra el victimismo, una victoria del optimismo contra el pesimismo. La victoria de la selección española de baloncesto en un Mundial que estaba predestinado para que conquistara Estados Unidos, y luego Serbia, y más tarde Francia, y después Australia, y por último Argentina es una victoria con lección incorporada: cuando se trabaja en equipo y cuando se confía se triunfa aunque se pierda; cuando se intenta siempre se gana aunque se pierda.

Una vez le preguntaron a Henry Ford por el secreto de su éxito y respondió lo siguiente: "El éxito pasa una vez en la vida por encima de nuestras cabezas y resulta que yo me tiro todo el día saltando desde que me levanto hasta que me acuesto sólo para poder atraparlo". El equipo de Scariolo atrapó el éxito porque cuando todos les decíamos que no saltaran, ellos hicieron caso omiso y lo siguieron intentando, siguieron saltando. La victoria de la selección española de baloncesto en el Mundial de China es, también, una victoria contra las estadísticas, una victoria contra los porcentajes, una victoria contra los números, una victoria contra la matemática, que no lo controla todo, que no lo sabe todo, que tiene espacios en blanco como el del corazón, que no hay fórmula que lo consigne.

La victoria de la selección española de baloncesto es una victoria contra el sectarismo. Salvo los de siempre, salvo aquellos que quieren romper España, nadie ha preguntado de dónde ha venido tal o cual jugador y precisamente uno de los secretos del éxito de esta selección es que todos venían exactamente del mismo sitio, de casa, de España. La victoria de la selección en el Mundial es la victoria de la fe, que logró mover la montaña serbia, más tarde la australiana y después la argentina, una fe indestructible en las propias posibilidades. El terremoto de España, que ha alcanzado el diez en la escala de Richter, que ha hecho añicos a las casas de apuestas, es el seismo de Ricky Rubio, que dio dos pasos hacia adelante, y el de Marc Gasol, un apellido que pasará a los anales de la historia de nuestro deporte, y el de Rudy, gran capitán que se fue para volver por la puerta grande... Lo que nos dice el Mundial de China ganado por España es que no dividamos entre jugadores del Real Madrid o del Barcelona, que eso es un error. Yo soy de Pierre Oriola, vibré con sus canastas, sufrí con sus errores, grité con sus tapones...

El secreto que encierra el triunfo de esta España quizás menos talentosa que su antecesora en el reinado del baloncesto mundial es justamente que el talento tiene muchas formas, que se disfraza de muchos modos, que no tiene siempre la misma cara, el mismo rostro. El éxito de la España de Scariolo es, por supuesto, el de aquellos jugadores que prefirieron vivir peor pero acudieron a la aburrida fase de clasificación, es el éxito personificado por Quino Colom, por Rabaseda o por Beirán. Si, justo ahora, sacásemos la libreta para recordar quién estuvo y quién no... no habríamos extraído ninguna lección de este triunfo, que ha sido histórico y que recordaremos durante muchísimo tiempo. El éxito es de todos, también del Chacho, que lo dio todo mientras estuvo, o del gran Felipe Reyes. Pero es también el éxito de quienes ya no están: de Chicho Sibilio, que se nos fue hace muy poco, o de Antonio Díaz Miguel, que se nos fue hace demasiado. El de China es un triunfo que nos muestra la puerta por la cual debemos entrar: juntos somos mejores e indestructibles, separados somos peores y vulnerables. Por eso el Mundial es más que un Mundial. Por lo inesperado, sí, pero también por lo didáctico. Creyendo podemos, creyendo es factible, creyendo se llega más lejos... en el Mundial de la fe.

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