José María Bartomeu, que acaba de cumplir los 52 años, pertenece a ese ejército de catalanes alienados desde la escuela y reeducados desde cero en el más profundo antiespañolismo. Todos ellos están cortados exactamente por el mismo patrón, su desvariado comportamiento y su inacabable capacidad para hacer el ridículo es fácilmente identificable y, como sucediera en la fenomenal película de John Frankenheimer El mensajero del miedo, basada a su vez en el best seller de Richard Condon, están prestos a escuchar la palabra clave para apretar el gatillo y acusar en este caso al malvado Estado centralista, y con especial delectación a Madrit, de los males propios que les aquejan. Jordi Pujol, que es el auténtico muñidor de este plan consistente en vaciar desde el jardín de infancia el cerebro de varias generaciones de catalanes indefensos para rellenarlo posteriormente con un cóctel formado a partes iguales por detritos culturales y demagogia política, fue el primero en envolverse en la estelada para acusar falsamente desde un balcón a España de sus propios problemas en el caso de Banca Catalana.
A Pujol, ya fuera por miedo o puede que por miedo, no lo sé, le compraron el engaño y pasó lo que pasó, pero con Bartomeu no cuela. Claro que a Florentino Pérez debió sentarle mal que Neymar fichara por el Barça, por supuesto que sí. El Real Madrid fue el primero en interesarse en el jugador y la intromisión del equipo culé impidió que vistiera de blanco. Pero, debido probablemente a la excitación y también, por qué no decirlo, a la sensación de impunidad, el huido Rosell y el okupa Bartomeu desperdiciaron una jugada maravillosa, treinta y una de mano, y quisieron cortar las dos orejas y el rabo envidando a chica. Todo el mundo (y más aún si tenemos en cuenta la extrema docilidad de la masa social azulgrana) habría aplaudido a rabiar a Rosell si éste hubiera aparecido desde el primer día reconociendo el precio real del jugador y explicando que se lo habían quitado al Madrid en sus mismísimas narices pero él no tenía bastante con eso, no; Neymar no sólo debía acabar fichando por el Barcelona sino que era necesario escenificar que lo había hecho por la mitad del dinero ofrecido por el gran rival deportivo. Por comodidad o por miedo a las consecuencias, el periobarcelonismo se mostró satisfecho y orgulloso de poder comprarle el engaño a la junta directiva azulgrana: Neymar y su padre eran culés desde chiquititos... y punto. Pero el punto engordó y acabó siendo un puntazo.
Aún hoy, cuando tanto el juez como la fiscalía han acreditado que Neymar costó el doble de lo que aseguraron Rosell y Bartomeu, hay periodistas deportivos dispuestos a abonar la teoría de la conspiración: el trabajo está muy mal, hace un frío que pela ahí afuera y es necesario vender muchos edredones y muchas vajillas con la cara de Messi. Claro que, para comprender esta reacción de personas que uno considera que están en sus cabales, habría que vivir en Barcelona. El socio culé que tuvo las agallas de denunciar en solitario al Barça no lo tuvo nada fácil, no lo pasó bien, fue amedrentado y el entorno continúa siendo cruel con él; en definitiva: si el ayuntamiento de Barcelona erigiera una estatua en honor de Jordi Cases sería única y exclusivamente para que las palomas se cagaran cómodamente en él. Aquí, en Madrit, la cosa es distinta; aquí, en Madrit, el primer tontolaba que pasa por la calle puede acusar a Florentino Pérez de fichar a un jugador para favorecer los negocios de ACS y no sólo no pasa nada sino que el personal le felicita por su independencia a la hora de enfrentarse al poder establecido. Pero en Barcelona no hay demasiados periodistas y sobran los soldados, un ejército obediente y disciplinado dispuesto a dirigir sus cañones sin reflexionar hacia donde les sea ordenado: la palabra clave es Madrit y el objetivo consiste en tomar al precio que sea el fuerte Douaumont, aún a costa de la verdad y del prestigio, y todo para mayor gloria y honor del desalmado general Deletoile. Vergonya.