Resulta curioso que el Atlético de Madrid haya ido a lograr la clasificación para la Champions League justo el primer año sin Fernando Torres. ¿Querrá decir algo eso, no querrá decir nada?... El caso es que todo el mundo parece estar feliz y dichoso: el club rojiblanco porque, once años después, vuelve a estar en la máxima competición europea de clubes, y el niño porque en la Premier ha conseguido demostrar todo lo que aquí no pudo y con el Liverpool ha batido un récord de goles. Con su nuevo club tampoco ha ganado nada, como aquí, pero Torres se ha convertido en una de las sensaciones indiscutibles del año. Todos, por lo tanto, contentos: el Atlético porque vuelve a Europa por la puerta grande y Fernando porque ha tenido ocasión de reivindicarse como futbolista. El Liverpool, como el Atlético, también ha acabado cuarto en la clasificación por detrás de Manchester United, Chelsea y Arsenal, pero a todo el mundo le ha ido bien. Al final fue un buen negocio.
Otra virtud que ha tenido la operación Torres para el Atlético de Madrid es que, con la marcha del niño a la Liga inglesa, hemos descubierto a otro niño. El Kun ha conseguido en un sólo año (porque casi todo el primero lo pasó en el banquillo) lo que Torres no logró en seis. Seguro que al niño le pesaba demasiado su amor a los colores y eso le impedía demostrar lo buen futbolista que es. Pero Agüero, que conocería más bien poco del Atlético, eligió el estadio Vicente Calderón para emprender su aventura europea. Pocos podrán dudar de que este argentino de diecinueve añitos (¡diecinueve!) ha sido el pilar fundamental del éxito del club de esta temporada. Y, aunque Enrique Cerezo diga que el equipo ha cumplido con su obligación, casi nadie pondrá en tela de juicio que obtener la clasificación para la Champions ha sido un exitazo. Agüero, con la colaboración de Forlán y la aparición, mucho más intermitente, de Simao, se ha echado el equipo a la espalda. Si Torres es el niño, a Sergio habrá que llamarle bebé: es el éxito del bebé.
Es mentira que los colchoneros hayan venido a este mundo para sufrir, nada más lejos de la realidad. Y tampoco es cierto que el Atlético sea el pupas. Lo fue en un partido en concreto, en una final muy importante, pero ya quisieran el resto de clubes tener la mitad del palmarés que tiene el Atlético de Madrid. Sí es cierto, sin embargo, que las alegrías no son nunca completas; ayer, escuchando a Javier Aguirre en la rueda de prensa inmediatamente posterior al partido contra el Deportivo de La Coruña, tuve la sensación de que hablaba el entrenador de un equipo que acababa de bajar a Segunda y no el técnico de uno que estaba clasificado para Europa. Aguirre ha cumplido y una de las cláusulas de su contrato especifica claramente su renovación inmediata en caso de lograr la Champions. Sin embargo, todo hace indicar que no seguirá. El tono de su conversación con José Antonio Abellán era el de un hombre hundido, decepcionado y harto. Y es que a cualquiera en su caso, a cualquiera, le habría sentado fatal saber que los dueños del club negociaban con Quique Sánchez Flores mientras él luchaba por mantener unido al equipo.