Ronaldinho se ha encerrado en el gimnasio y de allí no son capaces de sacarle ni los mismísimos Mossos d'Esquadra, de forma que si es cierto que Silvio Berlusconi quiere llevárselo como sea a Milán, más que dinero o coches, pienso que deberá engatusarle con una maquinaria de musculación nuevecita o lo último que haya salido al mercado en cuestión de aparatos de electroestimulación, por poner un caso. El chico está encerrado allí y no hay forma humana de que entrene con el resto de compañeros, aunque tampoco existe peligro de que pase hambre y calamidades porque Silvinho aseguró, con objeto de tranquilizar a la población, que el gimnasio es una virguería y que ya querrían tener para sí muchos españoles la mitad de la mitad de la mitad del espacio del que allí disfrutan los galácticos culés para hacerse con él un loft. Esto último, desde "y que ya querrían tener para sí muchos españoles", lo digo yo, no Silvinho.
Varias son las explicaciones que podemos darle al encierro de Ronaldinho. Una, que le haya secuestrado Teresa Viejo para someterle a un cambio radical. A fe mía que no sería ese, al de Teresa me refiero, un secuestro en absoluto desagradable, más bien todo lo contrario. Si Ronaldinho se hubiera sometido a dicho cambio, a estas alturas podría haber salido perfectamente del gimnasio sin que nadie le hubiera reconocido, convertido en un Tiger Woods o un Denzell Washington, y nosotros estaríamos montando aquí guardia a lo tonto. Dos, que tras ser acusado de estar gordo, Ronaldinho se lo hubiera tomado tan en serio que permaneciera allí haciendo pesas para convertirse en un nuevo Schwarzenegger. O tres, que Ronaldinho estuviera chantajeando al club con su encierro, en un momento en el que además sabe perfectamente que el Barça se juega la Liga, para que Joan Laporta cumpliera de una vez lo pactado.
De las tres explicaciones –cambio radical, amor propio herido o pulso al Barça–, yo me quedo con la tercera, pero eso se debe sólo a que yo soy muy mal pensado. Pienso tan mal que me parece que Ronaldinho ha llegado a esa estación por la que, en uno u otro momento de su paso por el club azulgrana, transitaron antes que él Maradona, Schuster, Ronaldo o Figo. Me da en la nariz que Ronaldinho se cree el mejor jugador del mundo, el futbolista con más gancho, el mascarón de proa del transatlántico culé, y quiere que se lo reconozcan. Creo que quiere que le quede claro a todo el mundo que el líder de ese vestuario es él y no Samuel Eto'o. Me parece que las heridas siguen sin cicatrizar, y que el abrazo del oso fue precisamente eso, un abrazo entre dos osos escamados. Y, sobre todas las cosas, creo que Ronaldinho piensa que o bien fuerza la máquina ahora o deberá cumplir los tres años de contrato que le quedan. El Milan es mucho Milan. Y el gimnasio del Barça, con todos sus adelantos y comodidades, demasiado pequeño para los dos, forastero.