Hay dos modos de marcharse de un Mundial: por la puerta de atrás y a escondidas o con la cabeza bien alta como Cesare Prandelli. Al minuto siguiente de que Italia (que no ha sido una vez campeona del mundo sino cuatro) cayera eliminada su seleccionador anunció que dejaba el cargo, y añadió: "No quiero que la gente piense que malgastamos el dinero de los contribuyentes". Por supuesto que el nivel de exigencia de Prandelli tiene que ver con el historial de la selección a la que dirige pero su referencia al contribuyente y al miedo a que éste pudiera creer que se estaba malgastando su dinero nos ayuda también a reflexionar acerca del momento especialmente duro que vivimos. Llegada es la hora de que los profesionales del fútbol decidan si quieren dar ejemplo o bunkerizarse y alejarse de la gente, de su gente, de la que les ha hecho ricos y famosos.
A la selección de Grecia, que con su fútbol rácano ha logrado avanzar una ronda más que la vigente campeona mundial, le ha pasado algo similar a lo que le sucedió a Prandelli. Los griegos han preferido marcharse del Mundial con la cabeza bien alta y, de paso, han aprovechado la repercusión del mayor evento deportivo para mandar un mensaje a sus compatriotas renunciando a las primas: "Sólo jugamos para Grecia y su gente". ¿Habrá quien tilde a los internacionales griegos de demagogos por adoptar semejante decisión?... Seguro que sí. Hoy en día no hay forma de hablar de lo que hay que hablar sin que alguien te llame demagogo. Cuando se supo que nuestros internacionales eran los mejor pagados y doblaban en primas a Brasil o Alemania y luego se vinculó esa escandalosa noticia con el hecho de que España estaba en ruinas hubo quien tachó de demagógica dicha conexión.
Uno se puede ir de un Mundial dando ejemplo como Prandelli y Abete o hacerlo como Del Bosque y Villar. Y, como en el caso de los griegos, los jugadores pueden ganarse el corazón de sus aficionados o marcharse huyendo de los cuatro seguidores que pese a todo han ido a recibirte al aeropuerto Adolfo Suárez o amenazando con arrancarle la cabeza a un periodista. La falta de reacción, reflexión pública o respuesta por parte de Del Bosque y su enroque tras la maltrecha torre de Villar va justo en la dirección contraria de lo que hoy exige la gente del fútbol, que no es la que elige al presidente de la federación sino la que llena los estadios. La bunkerización de los máximos responsables del desaguisado de Brasil define mejor que cualquier otra cosa a una organización vieja y caduca. El ejemplo de Prandelli pone en solfa a Del Bosque, el de Abete debería avergonzar a Villar y el de los internacionales griegos tendría que hacer reflexionar a nuestros internacionales. Supongo que pido un imposible, ¿no?...