Alejandro Delmás ha descubierto al viejo Joe Frazier en el número 2913 de North Broad Street, en Filadelfia, Pennsylvania. Nada más leer su extraordinario reportaje le he llamado por teléfono para felicitarle. "Pues mañana (por hoy) aparece una entrevista con él, no te la pierdas". "No me la perderé". ¿Y cómo podría? Tras oír una reedición de las tontunas de Super Guti fashion ("hay periodistas que disfrutan cuando no me va bien y descargan conmigo su tensión" o algo así, la verdad es que reconozco que tampoco le he prestado excesiva atención), cualquier cosa seria, cualquiera, la más insignificante, representa para quien esto suscribe una especie de cura de desintoxicación de la porrería, la mejor terapia de choque contra el abobamiento.
El pasado 11 de octubre de 2001 moría en Las Vegas, a la edad de noventa años, Eddie Futch, uno de los mejores entrenadores de boxeadores de toda la historia. Futch, elegido varias veces mánager y entrenador del año, fue precisamente quien tiró la toalla en la indescriptible batalla de Manila, el conocido "Thrilla in Manila", la última de las tres peleas que tuvieron como protagonistas a Joe Frazier y Muhammad Ali. Al final de aquel memorable combate, Ali le dijo a Frazier que ya estaban libres, reconociendo años más tarde que, de no haber existido Joe, él no sería hoy quien es. El 8 de marzo del 71, en Nueva York, los jueces decidieron darle a Frazier la victoria por decisión unánime en 15 rounds. Casi tres años más tarde, el 28 de enero del 74, fue Ali quien ganaría en 12 asaltos. La pelea de Manila resolvió la discusión a favor de Ali, aunque Frazier le confiesa a Delmás que él no se vio perdedor en ninguna de las tres. Cuando Futch le dijo a su pupilo que iba a parar la pelea, éste le pidió continuar hasta el final. Las palabras de Eddie pasarían a la historia del deporte: "siéntate hijo, nadie olvidará jamás lo que hiciste aquí".
Ahora Frazier malvive en un gimnasio que lleva su nombre, el Joe Frazier's Gym. Es, para que nos entendamos, el Eddie Futch de las nuevas promesas del boxeo. El reportaje, insisto, es cosa seria. Apoyado en su viejo bastón, con el sombrero calado hasta las cejas y un par de guantes colgándole del hombro izquierdo, Joseph Frazier, cuyo aspecto continúa siendo impresionante a pesar de que ya no cumplirá los sesenta, sigue a pie de ring las evoluciones de Chandler Durham mientras su asesor negocia en Hollywood una película sobre su vida. Viéndole ahora, nadie se atrevería a decir que es el mismo hombre que afirmara un día que él no quería noquear a su adversario sino arrancarle el corazón. Y a punto estuvo de conseguirlo con Ali.