Juan Gómez, Juanito, habría cumplido hoy 64 años y, si al Real Madrid le tocara jugar esta tarde en el estadio Santiago Bernabéu, la afición, integrada ya por muchos aficionados que quizás ni siquiera le vieran jugar en directo, corearía, más de un cuarto de siglo después de su trágica muerte en accidente de tráfico, su nombre en el minuto 7 del partido en homenaje al hombre, al deportista, al madridista y, por supuesto, al dorsal que siempre llevó prendido a la espalda en su camiseta. Porque él era el 7, el 7 de un Real Madrid memorable y que, como ha sucedido siempre a lo largo de la historia desde 1902, como todos los equipos pasados, como el presente de Solari y como los venideros, andaba sumido en una profundísima crisis tanto deportiva como de identidad.
De no haber muerto Juan habría cumplido hoy 64 años, pero murió. Murió del modo más absurdo e injusto del mundo, en accidente de tráfico mientras dormía en el asiento del acompañante, y nos dejó a todos huérfanos y con el corazón helado, gélido, petrificado. Es muy posible que, de haber vivido, Juan ya hubiera dirigido desde el banquillo al primer equipo de su Madrid, y también es bastante probable que le hubieran echado. Vamos, probable no, seguro que le habrían echado: adie aguanta para siempre en un banquillo como el del Real Madrid, nadie. Le habrían ido bien las cosas porque Juan tenía trazas de gran entrenador. Quién sabe si habría sido él el llamado a conquistar La Séptima o La Octava. Le habría ido bien porque sabía muchísimo de fútbol y, junto a su familia, era una de las incontenibles pasiones de su vida, y también le habría ido mal porque tenía un corazón como la Catedral de La Almudena de grande pero más genio que el demonio de Tasmania y el fútbol que él vivió ya no es este fútbol ni por el forro.
Lo que sí tengo clarísimo es que, llegado el caso y si él viera que su presencia suponía un problema, nadie habría tenido que echarlo, se habría ido él. Juan nunca se habría vendido al mejor postor ni es tampoco realista pensar que si el Barça le hubiera puesto un fajo más de billetes verdes encima de la mesa él hubiera emprendido camino hacia la ciudad condal. Juanito pertenecía a otra generación de futbolistas, jugadores sin tattoos por todo el cuerpo, sin móvil, sin pendientes ni peinados raros, y habría tenido problemas con ellos, problemas para entenderlos, pero se habría adaptado y habría acabado triunfando porque, comprendiéndolos o sin comprenderlos un carajo, siempre habría dado la cara por ellos, y eso le gusta al jugador. Más de veinticinco años después y si esta tarde hubiera partido en el Bernabéu la afición corearía su nombre en homenaje al 7, no me digan que no es emocionante.