Muerto y desgastado mentalmente, tal y como había definido él mismo que se encontraba después de ganar en un durísimo partido de semifinales a Nikolay Davydenko, Rafael Nadal se impuso por un doble 6-2 al chileno Fernando González en la final del Masters Series de Roma. Parece que el otro día, en mitad del partido que nuestro hombre jugaba con Novak Djokovic, el ex capitán de Copa Davis italiano Paolo Bertolucci se puso en pie y anunció, con la solemnidad que requería el caso, que él abandonaba en ese preciso instante la pista porque, después de aquello, ya no le quedaba más tenis que ver. Ese es el efecto que produce el juego de Nadal. Hipnotizador, como el que dicen ejercía la voz de Carlo Broschi entre las damas de la corte de Luis XV de Francia. Magnético, como el que cuentan arrancaba de los aficionados más exigentes el toreo de Juan Belmonte. Hipnótico y magnetizador, como el fútbol del primer Butragueño o la magia del gran Houdini. Sugestivo hasta el punto de que un ex tenista con un recorrido tan amplio como el de Bertolucci se levante en mitad de un partido y se vaya porque ya no le queda nada más por ver. Así de simple y así de complejo.
La fama de chico malo precedía a Billy el niño, aquel zurdo de novela que vivió demasiado rápido, mató con la velocidad del rayo y murió muy joven, pero a Nadal sólo le antecede su forma sufrida de jugar al tenis, ese estilo que nos conduce lógicamente a pensar que en cualquier dejada, en el siguiente globo, después del último revés, a la vuelta del próximo drive, perderá una pierna, cederá un brazo o se le caerá un ojo a la pista. Nadie sabe cómo lo hace, pero Nadal, muerto y desgastado mentalmente, sólo sabe levantarse de nuevo y, como si nada hubiera sucedido, empieza otra vez a jugar el mejor tenis que se haya visto en mucho tiempo. Tras saberse superado por el español, John McEnroe, que en sus tiempos producía unos efectos bastante similares a los de Nadal, sentenció: "Sabía que este loco era imbatible".
Coincidiendo casi con la tercera victoria consecutiva de Nadal en el Masters Series de Roma, algo que nadie había logrado hasta la fecha, y su septuagésimo séptimo partido seguido en tierra batida sin perder, Roger Federer, el jugador de tenis más increíblemente perfecto que yo haya visto en toda mi vida, ha decidido romper con Tony Roche, su entrenador desde el año 2005, tan sólo dos semanas antes de que arranque Roland Garros. El suizo tiene una espina clavada con Nadal, quien ya ha conquistado el torneo parisino en 2005 y 2006. Federer ha confesado que debe reflexionar acerca del tremendo batacazo que se pegó primero en Montecarlo y más tarde en Roma. Desde luego que el suizo tiene por delante material suficiente para reflexionar, puesto que el secreto del efecto de ensimismamiento que produce el tenis practicado por Rafael Nadal entre quienes le contemplan no está en los escritos, al menos no en los más recientes. No existe bibliografía al respecto. Pareciera cosa de las brujas de Manacor y no de las de Basilea.