En el derbi catalán se palpaba la tensión y se notaba que sólo hacía falta que alguien encendiera la mecha para que todo saltara por lo aires, y así fue. ¿Quién si no Gerard Piqué? El defensa central del Barça marcó el gol del empate a uno y se fue como una bala hacia la grada para silenciarla poniéndola los cuernos. Demasiado poco pasó, en mi opinión, porque de haber visto claramente el gesto sobre el terreno de juego es posible que algún aficionado hubiera querido tomarse la justicia por su mano, que es probablemente lo que pretendía Piqué. Ya en frío, la ridícula bomba de racimo humana en la que se ha convertido este futbolista volvió a insistir en la provocación, metiéndose incluso con los propietarios del Espanyol por su lugar de procedencia, que es China.
Además de todo lo obvio, Piqué es un profundo ignorante. Los propietarios del Espanyol son chinos, sí, pero Rakuten, que es la publicidad que luce en sus camisetas el Fútbol Club Barcelona, es una empresa japonesa mientras que la anterior, Qatar Airways, era árabe. A Rakuten, de hecho, ayudó a localizarla el propio Piqué, quien supongo que ahora no pondrá pegas a que sean unos ciudadanos orientales los que paguen una parte importante de su sueldo. El Espanyol es de propiedad china pero el Barça lo fundó un suizo, Hans Gamper, al que llamaron Joan para dulcificar las cosas, y para explicar los colores azul y grana de la camiseta culé existen dos versiones: una, la más extendida, apunta al Basilea, club de origen de Gamper; la otra al equipo de rugby de la escuela Merchant Taylors, en Crosby, Liverpool, que fue donde estudiaron los hermanos Witty, cofundadores del club catalán junto a Hans.
Recapitulando: Gerard Piqué, casado con una colombiana, propietario de una SICAV con sede en Madrid, jugador de un club fundado por un suizo y dos ingleses y que, al contrario que el Espanyol, apostó desde el primer momento por fichar a jugadores de fuera de Cataluña, que cobra parte de su millonaria soldada gracias al patrocinio de una empresa del Japón, aunque antes lo hacía gracias de una árabe, y que lleva con orgullo los colores azul y grana cuyo orígen se deben a un equipo suizo de fútbol o, en su defecto, a uno inglés de rugby, critica a sus vecinos futbolísticos porque sus dueños son chinos y están cada día más desarraigados de la ciudad condal. Esto, como ya dije el otro día, tiene un nombre, pero yo, por pudor y, para qué negarlo, por miedo a una querella, no lo pronunciaré en público por si acaso.