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El penúltimo raulista vivo

De Mallory a Baumgartner

En pleno debate nacional acerca de la necesidad de alcanzar la cumbre del Everest, sometido a un juicio permanente por parte de la población civil "normal" que le trataba como a un loco, un orate capaz de abandonar a su familia y amigos para darse un capricho, arrastrado por una pulsión que acabaría finalmente con su vida y le transformaría en el mito del que se sigue escribiendo, hablando y debatiendo hoy cuando ya han pasado casi noventa años desde su trágica y poética desaparición, cuentan que George Mallory respondió con un escueto "Porque está ahí" a la enésima pregunta sobre el motivo real que le llevaba a intentar subir por tercera vez aquella maldita montaña. Hay algo en los ojos de Felix Baumgartner que me recuerda mucho a los de Mallory, ojos despiertos, ojos abiertos, ojos inquietos; ojos que miran más allá de lo que realmente ven; ojos que buscan, ojos que no se conforman.

No envejece mal Qué bello es vivir, con la que confesaré que sigo llorando después de haberla visto más de cincuenta veces, envejecemos mal nosotros, muy mal. Nos agriamos en el día a día, discutimos por naderías y llega un momento en que somos realmente incapaces de aproximarnos a la mirada de las cosas que tendrían aquellos pequeños ojos negros de Mallory o estos escudriñadores de Baumgartner, unidos en siglos diferentes por una ambición única e irrepetible que ha convertido a la raza humana en lo que es hoy. El británico desafió a la montaña al mismo tiempo que echaba un pulso a una sociedad tan acartonada y pusilánime como para no reconocer el temple de un corazón valiente, uno entre un millón de millones; el saltador austríaco ha tenido que enfrentarse a la superficialidad de las redes sociales, un bien y un mal del siglo que nos ha tocado vivir.

Pues yo me emocioné. Me puse en el sitio de Baumgarnter y coloqué en el de su familia a mi propia familia, y me emocioné. Y me sentí orgulloso de él. No me hice a la idea del tamaño exacto de su gesta hasta que no le vi asomar el pie por la escotilla de su cápsula espacial, elevado por un globo hasta los 39.000 metros de altitud, solo y humano. Y ahora, justo mientras escribo esto, de la proeza de este hombre dudan los mismos corazones fríos que pusieron en cuestión que otros ojos, los de Neil Armstrong, captaran antes que nadie pero también para nosotros aquella "magnífica desolación". Una "visión de futuro", lo llamaron por aquel entonces, un gran salto para la humanidad. La Luna, como el Everest, también estaba ahí para ser conquistada por el hombre. Felix Baumgartner ya es leyenda. Dudar de su proeza no es una opción razonable, rendirse ante ella sí.

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