Si camina como un pato, grazna como un pato y tiene el pico y las patas de un pato, lo más probable es que se trate de un pato. Si uno desayuna con Valdano, come con Bielsa y cena con Guardiola, lo más probable es que se trate también de un pato. Mourinho está decididamente en las antípodas de ese circuito, una suerte de entente cordiale apoyada por "patos periodísticos" que van de cisnes por la vida; de ser algo, Mourinho sería un tigre de Bengala o una pantera negra, fieras, en ambos casos, de las que salen precisamente huyendo los patos en cuanto tienen ocasión. Los patos y los dragones son incompatibles, mundos opuestos, y tienen hábitos de vida y comportamientos distintos; la lucha resulta tan desigual que la táctica del pato no puede ser otra que picar y echar a correr, picar y echar a volar, picar y echar a nadar pero guardando siempre la ropa.
El Real Madrid ha tenido a lo largo de su historia, y naturalmente también durante las dos etapas como presidente de Florentino Pérez, a muchos y variados patos sentados en el banquillo, y por supuesto a algún que otro dragón. Quiero creer que, cuando F.P. se fue a por Mourinho, lo haría consciente de que estaba fichando al dragón entre los dragones, al dragón por excelencia, y supongo que caería en la cuenta de que aquel movimiento táctico no sentaría nada bien entre el sector de los patos; y menos aún cuando, tras una corta pero dura cohabitación, el dragón impuso su criterio y acabó guillotinando a una de las aves más descatadas, un pato con oratoria, un hábil discurso y cierto don de gentes que había puesto literalmente a caer de un burro al susodicho dragón.
Pero pese a que Mourinho ya no echa tanto fuego por la boca y está intentando mudar su piel de dragón por otra un pelín más diplomática, los patos, por mucho que el Real Madrid vaya como un tiro en Liga y sea favorito a la Champions, no tienen en modo alguno previsto levantar el pie del acelerador; ni ya lo espera tampoco, por cierto, el dragón. Y es que, como decía anteriormente, patos y dragones no se han llevado nunca bien. El pato lee a Arthur Rimbaud, el dragón a James Ellroy; al pato le gusta Elvis Costello mientras que al dragón le va Status Quo; el pato es de Almodóvar, el dragón de Quentin Tarantino; al pato le gusta la cocina cool de Ferrá Adriá, al dragón las sopas de ajo y los huevos fritos con puntilla. Cuestión de gustos siempre y cuando el pato no trate ladinamente, como viene siendo el caso, de imponer los suyos esquivando la verdad y torciendo demagógicamente la voluntad de los dueños del club, que siguen siendo sus socios, dragones, por cierto, en su inmensa mayoría.