El tercer tiempo de los partidos de fútbol se ha trasladado definitivamente al terreno de juego de las redes sociales. Ayer, tras la agresión de Cristiano a Edimar, el psiquiátrico de Twitter era un auténtico hervidero y en el césped, embarrado como nunca, se jugaba al patadón y tentetieso. Por ejemplo, Napoleón Bonaparte, que aparece en su perfil fotografiado junto a sus dos hijos pequeños y que no para de amenazar, insultar y agredir un día sí y otro también, y todo ello acompañado de gruesas faltas de ortografía, se mostraba de repente ofendidísimo por el mal ejemplo ofrecido por el portugués a todos los niños del mundo; a puntito estuvo de soltar la liana Tarzán de los Monos, que el otro día escondió sin disimulo una agresión similar de Raúl García, cuando, sorprendido ante una acción bastante habitual en el mundo del fútbol, quiso llevarse las manos a la cabeza; María Antonieta, que no hace mucho acudió orgullosa a los juzgados para aplaudir a su héroe Messi por un presunto fraude fiscal, clamaba por los pasillos por una lenta crucifixión del portugués. Cada loco...
La acción de Cristiano no tiene justificación. Punto. Hubo agresión a Edimar, el árbitro sí la vio esta vez y le expulsó y, en su salida del campo, el portugués hizo un feo gesto que encendió aún más a los aficionados del Córdoba. Cristiano tuvo auténtica mala suerte porque a él llevan cinco años tirándole del cuello, subiéndosele a la espalda, pisándole y arrancándole la camiseta constantemente sin que la agudeza arbitral atine tanto como ayer en El Nuevo Arcángel; hubo incluso quien, viendo que se abría la consentidora y miope veda, noqueó directamente al portugués rompiéndole una ceja de la que empezó a manar abundante sangre: el árbitro pensaría que fue la picadura de una mosca tse tse. A Cristiano le han mostrado cinco cartulinas rojas desde que llegó a España, cinco, y casi todas ellas han sido porque, harto de las agresiones, decidió tomarse la justicia por su mano: un codazo a Mtiliga por zafarse de sus agarrones, un manotazo a Ortiz respondiendo a una patada, otro a Iturraspe tras un cabezazo del jugador del Athletic posterior al teatro de Gurpegui...
Cristiano se equivocó y, a renglón seguido, pidió perdón. Pero ni siquiera el perdón de Cristiano, ese chulo prepotente, tenía razón de ser para Napoleón, María Antonieta y Tarzán de los monos, que habían venido a hablar de su libro. Como en el caso de Pepe o de Mourinho, ellos querían la devolución en caliente del portugués, cinco, seis, dieciséis, cuarenta y ocho partidos de sanción, cuantos más mejor a ver si se aburre de España y se va. Cristiano pidió perdón y Edimar le perdonó, Khedira no ha podido aceptar aún el perdón de Raúl García... porque no lo ha pedido ni lo pedirá jamás. La jugada de ayer, como decía, se produce muchas veces en un campo de fútbol. El desquiciamiento del Real Madrid, que lo hubo, fue fruto de la miopía de Hernández al cuadrado que pitó un penalti inexistente de Ramos en el primer minuto de juego y no vio otro claro sobre Sergio en el minuto 14. Y el juego de los blancos, que fue horrendo, se debió probablemente a tener que ir injustamente a remolque durante 89 minutos.
No seamos cínicos, lo que en el fondo subyace con Cristiano Ronaldo no es una jugada o un gesto concretos sino el profundo odio africano que los antimadridistas le han tenido, le tienen y le tendrán. Y, aunque en su día fue políticamente incorrecto, es cierto que a Cristiano Ronaldo no se le quiere por los tres motivos apuntados por él mismo hace tiempo: es guapo, es rico y es famoso. Yo añadiría otro más, probablemente el fundamental tratándose de España: juega en el Real Madrid y eso sí que es imperdonable. Se equivocó, pidió perdón, el árbitro expulsó al jugador, ahora será sancionado y cumplirá su sanción, que no será por supuesto ni la crucifixión ni tampoco la extradición exigidas a voz en grito por esos curiosos personajes que suelen poblar las redes sociales. Y eso sin hablar de la xenofobia que, al parecer, ahora sí pretende frenar la Liga de Fútbol Profesional. Para Mourinho ya es tarde.