La guerra psicológica. Hará dos o tres meses que voy a comer todos los viernes a un restaurante que me pilla cerca de casa. Como y me acuesto porque en la radio tengo el turno de noche; me acuesto pero no me duermo y doy vueltas y más vueltas en la cama, aunque esa sea por supuesto harina de otro costal más personal e intransferible. A lo que iba: desde el primer día me topé en dicho restaurante con un caballero que frisará los setenta y muchos y que, siempre sin mirarme a los ojos, le dice en voz alta al cuello de su camisa "¡Aúpa Atleti!"... Supongo que me habrá visto alguna vez por la tele, su "aupatleti" irá sibilinamente dirigido a mí y constituirá algo así como una declaración de guerra deportiva. El otro día tuve que esperar mi turno para comer y únicamente coincidimos en la puerta cuando él salía y yo aún no había logrado entrar; salió sin decirme nada y, cuando al fin servidor respiraba tranquilo, creyendo ingenuo de mí que se le había pasado, dio media vuelta, volvió sobre sus pasos, entró de nuevo y, mirando fijamente al tendido del J&B y el Baileys, repitió su "¡Aúpa Atleti!" y salió pitando... Confieso avergonzado que este viernes he comido en casa.
Andan los atléticos emboscados tras los riscos y eso es algo que me preocupa. Pegan un tiro y ponen pies en polvorosa: juegan un poco a lo mismo que su equipo que te hace un gol de estrategia y se echa para atrás. Es la guerra de guerrillas de toda la vida de Dios, la que perfeccionaron durante la invasión napoleónica de España los Francisco Chaleco, Juana "La Galana" y Juan Martín Díez, y que por cierto tan buenos resultados nos dio. Lo mismo que me pasa el viernes en el restaurante me sucede los jueves en la pollería, y no es broma. Todos los jueves compro un pollito y medio en La Granja Burgalesa de mi amigo Jesús, y hará por lo menos cinco o seis meses que una aficionada colchonera se coloca estratégicamente en el bar aledaño para dispararme a la cara otro "¡Aúpa Atleti!". Incluso he llegado a pensar que la mujer del bar y el anciano del restaurante estén conchabados o sean padre e hija, conozcan mis hábitos y lleven medio año largo queriendo hacerme luz de gas. Este viernes renuncié a comer donde siempre pero por lo del pollo asado no paso porque me gusta mucho y seguiré yendo a por él todos los jueves, sólo faltaría.
Ojalá hoy no gane el favorito, que para mí sigue siendo el Atlético de Madrid, que viene de quitarle la Liga al Barça y en el Camp Nou. Pero del partido de este sábado ya se puede extraer una clara ganadora, que no es otra que la Doctora Milagro. Es increíble la campaña publicitaria que, probablemente sin ella pretenderlo, le han regalado a Marijana Kovacevic. Que me perdonen todas las yeguas del mundo, por las que guardo por supuesto un escrupulosísimo respeto, y más aún desde que, con la monta del mítico Claudio Carudel, ya fallecido, la imponente Teresa estuviera luchando por llevarse la victoria ni más ni menos que en el Arco del Triunfo de París, pero más que creer en el efecto repentinamente sanador que la placenta de la hembra del caballo pudiera ejercer sobre Costa yo me inclino por pensar en que todo ha sido desde el principio un montaje del Cholo Empecinado de quien tan poco me fío, un Simeone apostado tras los riscos de esta Champions esperando a pegar su último tiro.