Un eufemismo: el árbitro Serguei Shmolik acude absolutamente borracho al campo en el que habrá de dirigir en breve el partido correspondiente a la Liga bielorrusa que enfrentará a los equipos del Vitebsk y el Naphthane. Es tal la curda que tiene nuestro protagonista que, despacito, muy despacito, con objeto de no quebrar su temblorosa resistencia, un par de personas ayudan a Serguei, que se lleva las manos a los riñones y saluda al público, a abandonar el terreno de juego. Al final dicen que Shmolik no ha podido arbitrar el partido debido a unos problemas de espalda. Otro eufemismo: Albert Vicens, uno de los ocho directivos que han renunciado a seguir ni un minuto más con Laporta, dice que se trata de una decisión individual y que ellos en absoluto forman un colectivo. Aquí lo único importante es que a Shmolik, que por otro lado anda bien de la espalda, le cayó muy mal la grappa, y que Laporta se queda más sólo que la una.
Sólo con los directivos que se le han ido en los cinco años que lleva en la presidencia, Laporta podría formar un once titular completo y tener a tres suplentes por si acaso en el banquillo. Antes se fueron Jordi Monés, Josep María Bartomeu, Sandro Rosell, Jordi Moix, Xavier Faus y Alejandro Echevarría, y hoy lo han hecho el propio Vicens, Ferrán Soriano, Marc Ingla, Josep Lluis Vilaseca, Evarist Murtra, Xavier Cambra, Claudia Vives-Fierro y Toni Rovira. Pero, al contrario de lo que le sucedía al gran Dick Van Patten, que encarnaba al padre de la familia Bradford, a Laporta ocho no le bastan. No hay más que echarle un rápido vistazo a los nombres de los directivos que ya no le apoyan y a los apellidos de los ex directivos, por ejemplo Joan Gaspart, que sí lo hacen para darse perfecta cuenta de que Laporta ha metido al club en un laberinto de difícil salida.
Por un lado, Laporta ha convertido la crisis en una cuestión personal, por otro está totalmente alejado de la realidad y da la sensación de que con ocho no le basta y tampoco le bastaría con doce. Dice que el momento actual es crucial, pero mucho más lo será cuando se lleve a cabo la convocatoria de la Asamblea de socios compromisarios, a finales de agosto o primeros de septiembre. Los socios, por otro lado, acaban de expresar su opinión libre y democráticamente: no quieren verle ahí ni en pintura. En minoría, en una situación de franca debilidad, con un proyecto herido de muerte, Laporta se resiste a ver lo que casi todo el mundo ve. Probablemente le hiera esto que voy a decir: se ha convertido en una mala imitación de José Luis Núñez, el hombre al que él se empeñó en retirar de ahí al precio que fuera.