Tenía toda la razón del mundo el otro día Petón cuando, en Fútbol EsRadio, me corrigió; es cierto, los españoles no llevamos sólo quinientos años tratando de destruirnos sino muchos más. Y, para apoyar su tesis, que es indudablemente la correcta, aludí a un magnífico libro de Arturo Pérez Reverte que se titula Una historia de España y que recoge una serie de artículos sobre nuestra historia publicados en el suplemento XL Semanal. No hace falta adentrarse demasiado en él porque, ya desde la primera página, y casi, casi desde la primera línea, Pérez Reverte advierte: "fueras cántabro, astur, bastetano, mastieno, ilergete o lo que se terciara, que te fueran bien las cosas era suficiente para que se juntaran unas cuantas tribus a las que le caías mal y te pasaran por la piedra, o por el bronce, o por el hierro, según la época prehistórica que tocara".
En la época histórica que nos ha tocado vivir a nosotros, nuestros enemigos, que duermen en la habitación de al lado, ya no tratan sólo de pasarnos por la piedra, por el bronce o por el hierro, ahora tratan de pasarnos por la imagen, y si además esa imagen va vinculada al deporte, que es uno de los idiomas universales, se convierte en imbatible. Por eso nos hace tanto daño la del traidor Guardiola, reclamando la libertad para unos inexistentes presos políticos; de ahí que sea para nosotros tan nociva la de Xavi Hernández, exigiendo democracia desde Qatar; de ahí que nos haga tanto daño que Gerard Piqué se presente en un acto declarado ilegal por el Tribunal Constitucional; por eso resulta tan perjudicial que el Fútbol Club Barcelona consienta que a su campo se dejen pasar pancartas pidiendo libertad para los golpistas.
Sus imagenes, las imagenes de esos deportistas conocidos en todo el mundo, unidas a una reclamación difamatoria pueden lograr que, fuera de España, haya alguien que efectivamente pueda llegar a creer que lo que estas personas dicen es cierto, cuando es una mentira del tamaño del castillo de Atienza. Porque, además, y conscientes de ello, los independentistas llevan desde los albores de nuestra democracia tratando de colarse, de filtrarse, de escurrirse a través del deporte, realizando pequeñas conquistas al principio, buscando subterfugios, haciéndonos la envolvente primero a través del equipo de esquí de fondo, por poner un ejemplo; después negándose a escuchar el himno nacional o luciendo banderas que no son constitucionales. Eso, sumado a la dejadez del Estado, hace el resto. Y por eso, porque hoy nuestros enemigos no quieren pasarnos por la piedra sino por la imagen, es tan importante que, para equilibrar la contienda, de vez en cuando se produzca algún gesto, aunque sea aislado, aunque sea pequeño, de algún deportista, aunque no sea tan famoso como Piqué.
Ese gesto se produjo el otro día. La luz se hizo, de repente, en la maravillosa Guadalajara, conquistada en el año 1085 por Alvar Fáñez de Minaya para el rey leonés Alfonso VI, cuando, de pronto, en pleno campeonato de Europa de karate, Marta Vega, Raquel Roy y Lidia Rodríguez, que entre las tres no deben sumar 60 años, se llevaron la mano al corazón para escuchar, respetuosas, el himno nacional español, nuestro himno, su himno, el himno del Reino de España. Preparado o improvisado, diseñado o instintivo, pensado previamente o ejecutado sobre la marcha, ese gesto de nuestras tres jovencísimas campeonas, tres mujeres del siglo XXI, tres mujeres que han nacido y morirán, Dios quiera que dentro de muchísimos años, en democracia, llevó incluida una lección, la que nos dieron al resto, la que me dieron a mí por callar, la que os dieron a vosotros por mirar hacia otro lado, la que nos dieron a todos por dejarles hacer a ellos, que son los malos.
El color del metal daba igual. Daba lo mismo si la medalla estaba teñida de dorado, era plateada o tenía el color bronceado de la playa. Habría dado lo mismo que hubieran ganado un diploma o que no hubieran ganado nada, habría dado igual que hubieran quedado las últimas. Más emocionado que yo, mi amigo Dieter Brandau me envió rápidamente un watshapp, que paso a leer, esperando que no se enfade conmigo por romper el secreto de nuestra romántica relación: "Los pelos de punta. Las chicas de karate ganan y... con la mano en el corazón. Estas sí me representan. España tiene futuro". Y por supuesto que lo tiene. Con ellas sí. Con Marta, Lidia y Raquel sí. Con ellas sí se puede. Nos hacen mejores y más fuertes. Aprendamos su lección. No dejemos que ganen los malos.