En la película Cómo ser John Malkovich, el marionetista callejero Craig Schwartz encuentra trabajo en la planta 7,5 del edificio Mertin-Flemmer de Manhattan, y allí descubre de repente una pequeña puerta que le permite el acceso a un pasillo que le aspira y a través del cual logra introducirse en el cerebro de John Malkovich. Así que, durante unos breves minutos diarios, Schwartz siente lo que Malkovich, vive lo que él, accede a su día a día... No voy a decir que me gustaría meterme en la cabeza de una superestrella del deporte profesional porque estaría mintiendo, no me gustaría. No me gustaría entrar en el cerebro de Nadal o de Doncic, no tengo ningún interés. Pero sí me gustaría saber, por ejemplo, qué pensó ayer Isco cuando, después de que su afición le pitara tras la enésima jugada desafortunada, se dirigió a la grada e insultó a los seguidores que se encontraban en ese momento en el fondo norte del estadio Santiago Bernabéu. A mí me parece que sólo hay una idea peor que la de ir a un campo a pitar a los jugadores de tu equipo, y esa es que un futbolista ataque de un modo tan frontal a sus propios seguidores.
Tampoco es necesario irse a la planta 7,5 de Valdebebas para saber qué piensa Isco al respecto. Isco piensa que el entrenador la tiene tomada con él, que la afición le señala porque Solari lo hizo previamente; Isco se siente maltratado, piensa que no le han reconocido el que adelantara su regreso a los terrenos de juego después de su operación de apendicitis y que es todo el equipo el que juega mal pero sólo él recibe los pitos. En definitiva, Isco se siente un incomprendido porque, además, probablemente piense que es un futbolista de talla mundial, cuando quizás no lo sea. Existe la posibilidad de que Isco sea un maravilloso jugador de fútbol... pero no un crack. Un crack marca las diferencias. Cracks son Cristiano, Messi, Neymar, Hazard... Isco no. Así que si, al final, encontráramos esa pequeña puerta que diera acceso al pasillo que nos aspirara hasta conseguir meternos en el cerebro de Isco, veríamos las cosas como las ve él, o sea como las ve un futbolista profesional de 26 años, millonario y sin los problemas habituales que podamos tener el resto de mortales... pero con otros problemas.
Puede también que Isco no se deje asesorar. O que esté mal asesorado directamente. Porque a Isco se le puede ir la cabeza, se le puede ir la olla como se dice ahora, pero lo que Isco no puede hacer es no salir ipso facto a pedir perdón. Si Isco, que vive en el cerebro de Isco, hubiera dicho lo que he dicho yo, que no vivo en su cabeza porque suficiente tengo con hacerlo en la mía, la afición le perdonaría. Si Isco hubiera salido ayer para decir "Mirad, lo estoy pasando fatal porque el equipo juega mal y a mí, por mucho que lo intento, no me sale nada; necesitamos todos vuestro apoyo para salir de este atolladero, lo haremos todos juntos y os pido perdón por mi reacción", hoy Isco sería el ídolo de la afición, que es generosa. Pero no lo ha hecho. Y si no lo ha hecho es, a lo mejor, porque se da a sí mismo por amortizado en el Real Madrid, ha decidido dejar de luchar, está pensando en su próximo destino, que será Italia o la Premier, quién sabe.
Por lo demás, si de algo no puede quejarse Isco es del blindaje mediático del que ha gozado y aún hoy goza ni tampoco del cariño y respeto que le ha mostrado siempre una afición que es bastante cicatera a la hora de repartir los elogios. También es verdad que Isco no es el único que se ha dormido; se durmieron probablemente arriba, no fichando cuando había que fichar, y se han dormido la mayoría de los de abajo, hartos de ganar Copa de Europa tras Copa de Europa. Isco no es el único que se ha dormido pero si es el único que ha cometido el sacrilegio de insultar a su afición y ese es un Rubicón que, al cruzarse, no tiene vuelta atrás. Así que la suerte está echada para él. Su mala cabeza se ha impuesto a sus buenos pies. Ahora, para ser el futbolista peor asesorado del planeta Tierra, sólo le queda que su entorno le ofrezca al Barça en cuyo caso, y además de a la afición de a pie, tendrá también en su contra al socio número 2.486 del club, Florentino Pérez, que creo que no está ahora mismo para demasiadas bromitas. Parece imposible reparar el puente que Isco voló anoche en mil pedazos, pero cosas más difíciles se han visto. El penúltimo servicio del centrocampista malagueño puede haber sido que hoy sigamos todos hablando de él en vez de hacerlo del ridículo ante el CSKA. Algo es algo.