"Pipero". El término, que desde hace tiempo circula libremente por las imparables redes sociales y que es aplicado con saña y mala leche por los seguidores madridistas sin carnet a los socios merengues que acuden habitualmente al estadio, se refiere gráficamente a la actitud pasota del aficionado merengue medio, aquel que va al campo como si asistiera a un concierto para mudos. Para mudos, sí, porque tanto en el teatro como en la Ópera el pacto existente entre actores y cantantes y el público es radicalmente distinto al de un campo de fútbol. Para referirse a lo acontecido el martes pasado, Dieter Brandau, socio merengue, raulista de pro y por lo tanto hombre inteligente y de orden, comentaba gráficamente lo siguiente: "No quería morirme sin ver un partido en el Westfalenstadion, y el otro día lo viví. El Real Madrid empató a 2 con el Borussia fuera de casa". Desalentador. Pero tan cierto como la vida misma.
Lo que vienen a reclamar, yo pienso que infructuosamente, los madridistas sin carnet es su derecho a acudir al templo del fútbol mundial para ver al mejor equipo del siglo XX según la FIFA, un equipo que además viene de lograr 121 goles y 100 puntos en la mejor Liga española de toda la historia, con la actitud que exige un acontecimiento de esas características. Un socio me decía el otro día lo siguiente: "Ir al Bernabéu es como quedar con alguien para comer pipas en el Círculo Polar". Es como la pescadilla que se muerde la cola porque mientras los de fuera, que quieren entrar para demostrar cómo se anima al equipo, exigen una transfusión inmediata de sangre nueva, los de dentro, que no van a salir ni con agua caliente, se defienden aludiendo siempre al nivel de exigencia máxima y a que ellos ya lo han visto todo. Pero de la exigencia al pasotismo, que es lo que hay hoy en el Bernabéu, hay un paso. Y del pasotismo a la patología futbolística hay otro.
Claro que Mourinho es un empleado. Un empleado muy curioso puesto que probablemente tenga más recursos económicos que el 99,9% de sus empleadores. Pero el hecho de que Mourinho sea un empleado del Real Madrid, que sigue siendo propiedad de sus socios, no impide que éste les diga la verdad: hace tiempo que el famoso "miedo escénico", aquel que hacía vibrar los cimientos del campo y temblar a los adversarios, yace en una tumba del cementerio de La Almudena. El problema es que esa debilidad manifiesta (y no hay más que leer o escuchar de boca de algunos socios blancos lo que pasó el otro día) ya ha sido detectada por las aficiones rivales que vienen al Bernabéu dispuestas a burlarse del madridismo. Quien sabe si a lo mejor es cierto que hace falta menos gente que presuma de haber visto en el siglo XX al gran Di Stéfano y más gente que esté dispuesta a darlo todo por ver en el siglo XXI al gran Cristiano.