Un poco de historia. Ramón Calderón pasará a la historia del Real Madrid como el hombre bajo cuya presidencia se colaron socios del Atlético de Madrid en una Asamblea de socios compromisarios del club blanco. Aquella "proeza" acabaría provocando su dimisión, a la que se resistió con fiereza entregando antes las cabezas de Bárcena, el directivo encargado de desorganizarlo todo, y de Nanín, el chavalín que se paseaba por el estadio Santiago Bernabéu como el señorito Iván por su finca, en bandeja de plata. Como fin de fiesta, Calderón dejó en el sillón a Vicente Boluda, el nuevo y flamante accionista de la COPE que ahora se postula otra vez como presidenciable; lo mejor que puede decirse de Boluda como presidente del Real Madrid es que, luchando con medio planeta futbolístico y tras una complejísima operación deportiva, consiguió fichar a Faubert, una perla de quien dijo que sería una gran ayuda; también se le recuerda por decir que el Real Madrid le daría un buen repaso al Liverpool en la Champions: "Será un chorreo"; ni recordar quiero cómo acabó aquello.
La etapa de Calderón al frente del Real Madrid fue deportivamente buena pero institucionalmente desastrosa. Y mientras unos (los menos) hacían periodismo, la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles se dedicaron a tocar el ukelele. Lo de menos era el prestigio del mejor club deportivo de la historia, lo de más estar en posesión de las llaves de acceso a la sala de máquinas del club blanco. Si Florentino Pérez volvió al Real Madrid fue por la sencilla razón de que interpretó que, lejos de arreglar las cosas, su dimisión había empeorado la situación inicial. Echo la vista atrás con cierta repugnancia y recuerdo la campaña electoral que acabó con Calderón en la presidencia y no puedo por menos que sentir una profunda vergüenza.
De vez en cuando, y el Barça-Real Madrid del sábado se la deja habitualmente botando, el periodismo que miró hacia otro lado mientras Calderón hizo y deshizo a su antojo, recurre a la sabia y experta opinión del decimosexto presidente del Real Madrid, el de Nanín, el de los socios del Atleti, el que dejó a Boluda, el del chorreo, en el cargo. No sé cuántos "clásicos", como se les llama ahora, ganó el Madrid con Calderón, tampoco me importa; sí recuerdo, sin embargo, la profunda tristeza que me causó ver al equipo de mis amores manchado a todas horas y sin poder hacer nada. De aquella etapa sólo extraje una conclusión positiva pero interesada: la munición que, a alguien que escribe un artículo diario, me regaló aquella negra etapa presidencial. Eso y el orgullo de poder decir, alto y claro, que servidor no miró hacia otro lado.