Sería conveniente que el nuevo director general del Área Social, si es que alguien se atreve a heredar al destituido Bárcena, meditara seriamente en la posibilidad de habilitar una sala de prensa exclusiva para escándalos varios; la otra, la correspondiente a asuntos deportivos, pasaría así a un segundo plano, no se usaría demasiado, el servicio de limpieza ya no pasaría por allí, de las cabinas colgarían unas enormes telarañas y las sillas estarían repletas de polvo. La actividad de verdad, el ir y venir, la vidilla en suma, estaría en la otra, en la sala de prensa de los escándalos. Porque en el Real Madrid de Ramón Calderón el asuntillo este del fútbol por el que el club ha logrado 9 Copas de Europa de nada y 31 Ligas sin importancia, ha pasado a mejor vida. Ya ni recuerdo la de veces que he visto al presidente del Real Madrid en una actitud similar a la de hoy, devolviéndolo todo a lo Clerc, por arriba y por abajo, cual frontón con traje y corbata.
Hoy voy a hacer algo realmente inédito a lo largo de estos últimos dos años y medio, algo que sorprenderá al personal y que le pillará desprevenido: voy a creer a Calderón. Voy a creer que él no participó de la intriga urdida por el tal Nanín. Voy a creer que ni él ni ninguno de sus directivos sabía nada acerca de los asuntos que se traía entre manos este empleado del club. Voy a creer que desconocía que en la Asamblea del 7-D se hubieran colado socios del Atlético de Madrid, militares sin graduación, mediopensionistas y la manicura de los hermanos Marx... ¿Y?... Calderón jura por su honor que él no sabía nada, pero eso no afecta al fondo de la cuestión que no es otro que su responsabilidad en los hechos acaecidos puesto que él es el máximo responsable del club. Si lo sabía porque lo sabía y si lo desconocía porque no tenía conocimiento de lo que allí se estaba montado, lo cierto y verdad es que a Ramón Calderón no le quedaba otra que ponerle fecha a las elecciones a la presidencia.
La rueda de prensa ha sido tediosa y "muy lenta", como suelen decir algunos críticos de cine de aquellas películas que les aburren. En realidad, el espectáculo sólo tendría que haber durado treinta segundos, el tiempo justo para preguntar "¿va usted a dimitir?", y el posterior "sí" o "no" presidencial en respuesta a la pregunta. Lo demás son absurdos circunloquios y ganas de darle carrete a la historia discutiendo sobre si los ángeles son niños o son niñas. Hubo un momento en el que realmente temí que, por una vez, Calderón cumpliera su palabra y retuviera allí a mis compañeros hasta las cuatro de la madrugada. ¡Con la de cosas que hay que hacer! ¡Con la de libros que hay que leer! ¡Con la de discos que hay que escuchar!... No hay que perder más el tiempo porque el pan es pan y el vino es vino, y Calderón vino a quedarse los cuatro años que ganó, o no, en las urnas, y se quedará, como Maleni, atornillado a la silla poltrona hasta que los socios muevan ficha o abandonen su escaño por pura dejadez y aburrimiento. La cuenta la paga Bárcena y el confeti lo recoge Nanín. Y Caldefrontón sigue.