De la historia vino a decir en una ocasión Jacinto Benavente que una cosa era continuarla y otra bien distinta repetirla. Y nunca, en mi opinión, ha quedado tan gráfica y sangrantemente clara la afirmación del autor de La malquerida como con el vigésimo primero y vigésimo noveno presidentes del Real Madrid Club de Fútbol, don Santiago Bernabéu de Yeste y Ramón Calderón, iniciador y despilfarrador respectivamente de la historia del club de fútbol más importante del siglo XX según la UEFA. Ahora coincide en el tiempo el debut del primero como jugador, que se cumple hoy, hace 100 años, y la imputación del segundo, que tendría que sentarse en el banquillo el lunes que viene, como presunto autor de los delitos de administración desleal, falseamiento de las cuentas anuales, disposición fraudulenta de fondos de la sociedad en beneficio de sus familiares y de haber cometido irregularidades en la asmblea de 2008.
Por cierto que no recuerdo una insinuación más repugnante que la que Calderón tuvo el atrevimiento de realizar en la Ser a inicios del mes de diciembre de 2007 cuando, acorralado ya por los contínuos escándalos que acabarían por sepultar finalmente su presidencia, tuvo la osadía, el descaro y la indignidad de preguntarse en voz alta, con total impunidad y sin que se le lavara la boca con jabón en ese preciso instante, por qué nadie preguntó jamás de qué vivía don Santiago y sí se ponía sin embargo en duda de qué vivía él. Santiago Bernabéu, jugador del Real Madrid primero, técnico después y por último presidente, forjó día a día con sangre, sudor y supongo que alguna lágrima la historia del fútbol más grande jamás escrita; Ramón Calderón la dilapidó, ennegreciéndola y, al más puro estilo Schettino, arrojándola por la borda de un transatlántico que no le pertenecía.
De Bernabéu, supongo que como de Napoleón Bonaparte, se han contado en el pasado e imagino que seguirán contándose en el futuro un montón de anécdotas. Del monárquico y corajudo presidente del Real Madrid se sabe, por ejemplo, que se las tuvo verdaderamente tiesas con el mismísimo Francisco Franco, hasta el punto que en su día decidió entregar la medalla de oro del club al general Moshé Dayán cuando España se negaba en redondo a reconocer el Estado de Israel. Y de Calderón también se cuentan muchas cosas, aunque la mayoría de ellas tengan que ver con Mariano Rodríguez de Barutell, alias Nanín, el chavalín al que decidió entregarle las llaves del club para que dispusiera de ellas como le pareciera más oportuno. Efectivamente una cosa es continuar la historia y otra diferente repetirla. Ejemplo y bochorno.