Ya sea por miedo o por puro desconocimiento, aunque yo me inclino más por lo primero, José María Bartoméu dijo el otro día en Cataluña Radio que el socio culé podría expresarse con total libertad y sin restricciones el próximo 18 de diciembre en el Camp Nou. Y la libertad no es total, no, también tiene sus límites. La libertad total deviene en anarquía y sus límites los marca la ley y, en lo que atañe a un espectáculo y recinto deportivos, los establece la ley del deporte. Si, en el ámbito concreto de lo deportivo, la libertad fuera total, a un estadio de fútbol podría introducirse una pancarta con simbología nazi pero todos sabemos que no se puede, y no se puede por la sencilla razón de que la ley interpreta que, por ejemplo, una esvástica incita a la violencia.
En el caso concreto del Camp Nou existen unas restricciones que están recogidas clarísimamente en la ley y que uno no puede, o no debería poder, saltarse a la torera, y otro tipo de restricciones que no están tipificadas y que suponen un riesgo físico evidente. Por ejemplo: al Camp Nou no se puede entrar con una bandera del Reino de España puesto que, si la exhibes, puedes ser agredido. Así le sucedió hace algo más de un año a un héroe anónimo, y también ingenuo, que creyó que al campo del club de fútbol más politizado del mundo se podría entrar libremente en España... con una bandera de España. Pues no, no se puede, amigo, no se puede. O, para ser exacto, se puede pero no se debe si no quieres acabar en la UCI del Hospital Vall d'Hebron. En aquella ocasión en concreto, y al grito de "¡que te van a dar, subnormal!", un empleado del club se dirigió a este ciudadano y le requirió para que escondiera la bandera, que es legal. No hay información al respecto de que ese mismo empleado de Bartomeu o cualquier otro se haya dirigido jamás a aquellos individuos que, un día sí y otro también, introducen pancartas al Camp Nou llamando fascista a España, reclamando democracia o pidiendo la libertad para los políticos que están presos tras haberse ciscado en el Estado de derecho y la Constitución.
Así que, recapitulando, en el Camp Noy existen dos tipos de restricciones, aquellas que aparecen negro sobre blanco en la legislación vigente y esas otras no escritas pero que, por puro sentido de la supervivencia, quienes acuden a ese estadio saben que deben cumplir: del mismo modo que intuyes que no es buena idea meterle el dedo en la boca a una boca constrictor, no se debe aparecer tampoco con una bandera española o, por ejemplo, del Real Madrid en el campo del Barcelona si no quieres que corra serio riesgo tu vida. La batalla a propósito de las segundas restricciones, las que no están escritas, la hemos perdido. O sea, un padre no puede ir al Camp Nou con su hijo llevando una bandera de España si no quiere tener problemas y, por lo tanto, o se deja la bandera en casa o simplemente no va al fútbol. Pero las primeras restricciones, las que sí están legisladas, hay que lucharlas pese al estado de manifiesta ilegalidad que se vive en Cataluña de un tiempo a esta parte. Y me explico: pedir la independencia no sólo no es ilegal sino que, y desde hace 40 años, hay sentados en el Congreso diputados de partidos políticos que la reclaman. Así que pedir la independencia no es ilegal, llamar fascista a España sí lo es. Y lo es porque genera odio entre quienes, siendo españoles y sintiéndonos orgullosos de ello, nos vemos impunemente atacados sin que absolutamente nadie haga nada o mueva un solo dedo para evitarlo. No lo hace, por supuesto, el máximo responsable del club, que no ve que sea ilegal llamar fascista al país al que pertenece, pero tampoco lo hacen las autoridades, que son laxas y que andan con el politiqueo de saber si Rufián les vende su puñadito de votos.
Si el 18 de diciembre sucede algo irreparable, y ruego a Dios de que no sea así, habrá que considerar también responsable a quien, pudiendo llamar desde la tribuna para que no se produzcan altercados de orden público, hace justo todo lo contrario. Lo mejor para todos sería que ese partido no se disputase o que, llegado el caso, se jugase a puerta cerrada. La situación que se vive en Barcelona es excepcionalmente grave y, ante estas situaciones, se requiere de hombres excepcionalmente valientes y Bartomeu no lo es. José María Bartomeu es un cobarde, un hombre del montón que mira primero por sus propios intereses y por los de sus empresas y luego por el interés general. Habría que poner restricciones a la mediocridad, ilegalizarla, pero, hoy por hoy, dirige muchos clubes, entre otros el Fútbol Club Barcelona.