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El penúltimo raulista vivo

Bartomeu, sea usted valiente y renuncie a la Copa de una nación en la que no cree

Acerca de la libertad de expresión, que es un concepto muy manoseado, habría que decir que ésta no es ilimitada. No existe una libertad de expresión infinita, no se puede opinar cualquier cosa, también existen límites a la libertad de expresión, límites que están regulados por la ley. Si todos tuviéramos libertad para decir lo que nos diera la gana sobre cualquier asunto, esto se convertiría en una zapatiesta importante. Por eso no se puede acusar a alguien de haber robado sin aportar pruebas. Por eso no se puede acusar a alguien de haber cometido un asesinato. En Alemania, por ejemplo, la libertad de expresión no llega hasta el punto de que alguien pueda exhibir por la calle una cruz gamada o el símbolo nazi. Lo mismo sucede en los países de nuestro entorno, en Francia, en Italia, en Portugal. La libertad de expresión limita al norte con aquellas cuestiones que puedan ser interpretadas como violencia sobre los demás.

En el fútbol, gracias a Dios, también se van incorporando poco a poco estos comportamientos. Recuerdo que hace años, siendo entrenador del Valencia, Guus Hiddink amenazó con no empezar un partido si no se retiraba una esvástica de la grada. Se castigan los cánticos racistas, se condenan los insultos violentos, trata de cortarse de raíz cualquier iniciativa tendente a ofender, provocar o directamente amenazar a un individuo o a un colectivo. Hemos visto cómo, ante insultos racistas, futbolistas negros han amenazado con retirarse del campo. Hoy es reprobable de un modo generalizado que se insulte a una mujer que está arbitrando, jugando o dirigiendo desde el banquillo un partido y, en líneas generales y salvo los cuatro palurdos que hay en todos sitios, se rechazan ese tipo de insultos. ¿Hemos sufrido un retroceso en nuestras libertades? En absoluto. Bien al contrario, hemos progresado y, aunque aún hay vestigios violentos que controlar, quienes van a un campo de fútbol a incomodar o a utilizar el deporte como viagra de sus frustraciones sociales, económicas, sexuales o políticas, son mirados con recelo y, ojo, castigados.

En España, que es, como todo el mundo sabe la cuna de la democracia, sucede que a alguien como Javier Tebas se le ve como un carca, un facha, un diplodocus, por decir las cosas como son. Lo último que ha dicho es que si insultar al Rey y pitar el himno nacional de España es libertad de expresión habrá que preguntar si decir "¡puta Cataluña!" también lo es. La libertad de expresión de quienes piensan que es una buena idea pitar el himno nacional español e insultar a Felipe VI acaba en el preciso instante en que millones de personas se sienten ofendidas por esa actitud. (Sirva el inciso para decir que en Grecia, considerada la verdadera cuna de la democracia, y no España, la libertad de expresión también era finita: a Sócrates se le obligó a beber cicuta, Protágoras fue desterrado a Sicilia por poner en duda la existencia de los dioses, Arquíloco vio sus obras censuradas, Anaxágoras también fue perseguido...)

Si la Comisión Nacional Antiviolencia se apellida así, Antiviolencia, es porque llamarle negro a un jugador negro puede provocar actitudes violentas en aquellos que se sienten insultados o porque decirle a una jugadora o a una entrenadora "¡vete a fregar!" resulta ofensivo para todos, mujeres y también hombres. Que el sábado cientos de independentistas vuelvan a utilizar un partido de fútbol para hacer proselitismo antiespañol nos revuelve por enésima vez el estómago a aquellos que le tenemos cariño a la tierra en la que hemos nacido. Entramos en una espiral complicada y que, al contrario de lo que dice Bartomeu, tiene poco o nada que ver con la libertad de expresión. No existe la libertad de expresión para faltar al respeto a los demás y, lejos de ser alentadas, esas manifestaciones deberían ser limitadas por el Fútbol Club Barcelona. Y no es el momento para mirar hacia otro lado sino para mirar hacia donde corresponde. El Fútbol Club Barcelona sigue haciendo trampas al solitario y quiere ganar con la baraja española jugando al póker. Decídanse, señores. Den el paso. Sean consecuentes con sus ideas y no participen en la Copa de una nación en la que no creen. Sean valientes.

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