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El penúltimo raulista vivo

Bartomeu nunca existió

<span>EFE</span>

Hoy, día de San Simplicio, cobran más fuerza que nunca la sabias palabras del poeta romántico del siglo XX y principios del XXI, quien, a propósito del escandaloso caso Neymar, escribió lo siguiente en el diario El País, conocido hoy popularmente como Lo País. Atención o, como diría Laporta, al loro, que no estamos tan mal: "No haría honor a la responsabilidad que me han confiado si callara mientras un escudo que ha aportado a nuestro deporte tanto como el que más es acosado y acusado. Ese escudo es patrimonio del deporte español, porque lo defendieron y defienden cientos de nuestros héroes". Y seguía: "El F.C. Barcelona no es sólo un activo fundamental de la Marca España. Es también un club polideportivo de referencia". Y añadía: "A la extraordinaria repercusión mediática del caso Neymar ha contribuido un defecto desgraciadamente arraigado en nuestra sociedad y que va más allá del fútbol: la sana rivalidad frecuentemente es desplazada por un enfrentamiento enfermizo" ¡Qué prosa!, ¿no es cierto? ¡Qué bellas palabras!, ¿verdad? Palabras surgidas de lo más hondo del corazón, prosa extraída de las profundidades del alma. Poco importa que el poeta en cuestión, Miguel Cardenal, fuera secretario de Estado para el Deporte y presidente del Consejo Superior de Deportes cuando escribió estos versos. Menos relevante aún es el hecho de que, una vez reemplazado como jefe del deporte español, el poeta en cuestión fuera contratado por Jaume Roures, presidente de Mediapro y barcelonista hasta la médula, para el área de desarrollo internacional de la compañía audiovisual.

Lo relevante para el caso es que Cardenal tomó partido y lo hizo a favor del Fútbol Club Barcelona y en contra de lo sostenido por la fiscalía, o sea por la abogacía del Estado, un Estado a cuyo organigrama pertenecía curiosamente don Miguel. No pudo callar don Miguel porque el acoso al que estaba siendo sometido el Barcelona era demasiado para él y, con ese verso prodigioso suyo, sugirió que si el Barcelona estaba siendo investigado no era porque hubiera cometido un delito, no, qué va, nada de eso, sino, y leo textualmente, "por un enfrentamiento enfermizo". O sea, el poeta tomó partido por la parte, que era un club de fútbol, en vez de hacerlo por el todo, que somos el resto de contribuyentes. Menos trascendente aún es que, en diciembre de 2016, el Barcelona fuera condenado a pagar una multa de 5,5 millones de euros por dos delitos fiscales en la operación del fichaje de Neymar. Por cierto: han pasado más de 4 años desde aquello y sus admiradores continuamos esperando el artículo correspondiente en El País a propósito de la condena del club catalán perseguido, acosado y acusado falsamente debido a una rivalidad mal entendida. El vicepresidente deportivo que firmó aquel contrato, bajo la atenta mirada de Sandro Rosell, que era el presidente por aquel entonces, fue José María Bartomeu, que hoy ha quedado libre con cargos tras pasar toda la noche en una comisaría de los Mossos y después de acogerse a su derecho a no declarar en el caso conocido ya como "Barçagate".

Ayer murió en Madrid Enrique San Francisco, noticia que conocí en Fútbol EsRadio a través de Juan Pablo Polvorinos, y lo sentí mucho. Es curioso, lo sentí sin conocerlo. Para mi desgracia no conocí a Enrique pero, tras su muerte, he escuchado a un montón de compañeros suyos glosando su figura, diciendo que era un monstruo y que se ha ido uno de los más grandes. Y, sin embargo hoy he oído también al periodista Javier Negre, que sí fue íntimo suyo, decir que Enrique tuvo gravísimos problemas económicos y que muchas de las personas que llevan hablando desde ayer tan elogiosamente no le cogían el teléfono cuando llamaba para pedir solicitar su ayuda. O sea, se separaron de San Francisco en vida y se le juntan cuando ha muerto. Si se me permite la comparación, que probablemente no sea demasiado afortunada, algo similar está ocurriendo en este momento con muchos culés, que hoy reniegan de Bartomeu y se rasgan las vestiduras pero que ayer presumían del equipazo que estaba haciendo... Bartomeu, del triplete que conquistó... Bartomeu, de la Champions lograda por... Bartomeu, del Mundial o de las tres Ligas... de Bartomeu. Pretenden hacernos creer que el Barcelona no tiene nada que ver con el Barçagate del mismo modo que nos indujeron a pensar que el Barcelona no estaba implicado en el fraude por el contrato de Neymar, pero el Barcelona lo es todo, sus jugadores, sus entrenadores, la afición y, por supuesto, los directivos que lo dirigen y a quienes han puesto ahí los dueños del club; a Bartomeu le votaron 25.823 socios en las elecciones del 18 de julio de 2015, en concreto el 54,63% de la masa social.

El poeta Cardenal hablaba en su artículo de El País de lo mucho que contribuía el Barcelona a la marca España, y es cierto que ahora mismo se está hablando del club y de España por todo el mundo. Hoy, sin ir más lejos, el escudo del Barça ha salido ni más ni menos que en la portada del Financial Times, que es probablemente el periódico económico y financiero más importante del mundo. No se sabe cuánto puede valer un artículo laudatorio en el Financial Times ni tampoco se conoce el efecto devastador que pueda provocar un artículo negativo en el mismo diario. Del Fútbol Club Barcelona también se ha hablado por todo el mundo cuando, dentro del Camp Nou y con el consentimiento de sus dirigentes, entre ellos el propio Bartomeu, se auspiciaron campañas antiespañolas dejando que volaran libres por el campo pancartas con leyendas del estilo de "La autodeterminación es un derecho, no un crimen", "Independencia", "Freedom", "Benvenutti nella Repubblica catalana" o "Sólo las dictaduras encarcelan a líderes políticos pacíficos". Y el realizador, probablemente de Mediapro, enfocando un ratito largo para que se enteraran todos fuera. ¿Con eso sí tuvo que ver Bartomeu o tampoco?

Me llama la atención que hoy, como digo, muchísimos culés toquen la campanilla del leproso al paso de Bartomeu, como si este hombre no hubiera presidido el club durante tantísimos años. Quiero recordar que al socio que pidió explicaciones sobre el coste total de Neymar se le hizo la vida imposible y que, a cada versión nueva que se ofrecía, siempre había algún periobarcelonista dispuesto a encontrarle una nueva excusa. Como ocurrió con la sanción de la FIFA por el incumpliento del Reglamento sobre el Estatuto de Transferencia de Jugadores. Como acaba de pasar con la publicación de la deuda de 1.200 millones de euros. Como ha sucedido con el sueldo de 555 millones de Messi. En todos esos casos, en todos, la única obsesión de los culés fue implicar de un modo u otro al Real Madrid. Eran, según Piqué, los hilos de Florentino. Y hoy no ha sido Florentino quien pagó a I3 Ventures de puro milagro. No ha sido, de momento, el Real Madrid, pero tampoco ha sido el Barcelona, que no tiene absolutamente nada que ver con José María Bartomeu Floreta. De hecho, ¿quién es Bartomeu? ¿Alguien lo conoce? ¿Cómo es físicamente? ¿Es alto? ¿Bajo? ¿Rubio? ¿Moreno? ¿Tiene bigote? Bartomeu es una entelequia, una ilusión como Sherlock Holmes, una ficción como El Quijote, una invención como Tintín, Astérix el galo o Nobita Nobi. Bartomeu nunca existió y los culpables de todo, como siempre, somos usted y yo, ¿verdad que sí, poeta, que eres un poeta?

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