Son tantas y tantas las veces que Diego Armando Maradona se ha muerto estando en vida, que, el día que se muera de verdad, pasará como pasó con Pedro y el lobo, que nadie se creerá la noticia. Es cierto que, viéndole en el casino, absolutamente alcoholizado, con la cabeza ida, apostando compulsivamente al número cuatro, con los croupiers rehuyendo su mirada extraviada para no armar ningún escándalo, y después tumbado en la cama de su habitación, manipulando el teléfono, operando en sus tripas como lo haría cualquier niño de cinco años, quién sabe si tratando de localizar un micrófono secreto, uno tiene la impresión de que este hombre está más muerto que vivo o, en cualquier caso, anda muerto en vida, o sea, que es un zombi. Definitivamente aquel Maradona que conocimos un día y que como futbolista provocó nuestra rendida admiración murió y ha dado paso a otro Maradona, un Maradona patético, lamentable.
Recientes aún los ecos de la segunda muerte ficticia del astro argentino, recuerdo muy bien cómo explicaba Maradona, cuando todavía tenía breves instantes de lucidez, su dramática situación personal. Contaba Diego lo que sabíamos todos, que nació en un humilde barrio del suburbio de Buenos Aires llamado Villa Fiorito, y también lo que no podía conocer nadie salvo él mismo, que la madre tenía que mover su cama y las de sus hermanos para impedir que el agua de lluvia que se filtraba a través del techo agujereado les empapara a todos mientras dormían por la noche. "Me dieron una patada hasta el cielo. Miré a la izquierda y luego miré a la derecha, y no había nadie que me diera un consejo. Estaba sólo". Sigue sólo Maradona. Rodeado de gente, pero sólo. Abrazado por todos y sólo. Adorado y sólo. Sólo y en compañía de ese millonario séquito de pobres hombres que le sigue allá donde va, como hacen las rémoras que viajan bajo las mantarrayas, esperando pacientemente a que éstas levanten a su paso las sobras del fondo marino.
Ayer volvió a morir Maradona. La noticia de su segunda muerte corrió por toda Argentina como si de un reguero de pólvora se tratara. Murió falsamente y resucitó realmente para seguir muerto en vida, como si de un zombi de sí mismo se tratara. Hay quien ya se atreve a especular en la red sobre cómo será el entierro de Diego cuando éste muera para siempre. Lo describen multitudinario, transmitido en directo por todas las radios, abriendo los informativos de televisión de medio mundo, sesudamente analizado por finos analistas llegados desde todos los confines de la tierra. Lo pintan espectacular, como si del entierro de la mismísima Reina de Inglaterra se tratara. Pero sólo será el entierro de un hombre que, después de haber muerto varias veces en vida, dos al menos, volverá a hacerlo en soledad, como todos, tras haber vivido ficticiamente rodeado por gente a la que no llegó a conocer jamás.