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El penúltimo raulista vivo

Antes y después de la trampa de Cornellá

Lo de que se juega mejor con diez que con once fue otra de las fantasías animadas de aquel auténtico "hombre-espectáculo", uno de los primeros por cierto en asimilar la nueva dimensión que estaba empezando a adquirir el fútbol, al que se conoció por Helenio y por Herrera, H.H. para los amigos y para quienes no lo eran tanto. Se juega mejor con once si son otros once los que tienes enfrente, y se jugaría mucho mejor con doce, trece o catorce; en resúmen: es más fácil jugar en superioridad que hacerlo en inferioridad. Cuestión bien distinta es que si el árbitro te expulsa fuera de casa a un jugador (tu portero titularísimo para más inri) en el minuto dos de partido, y entonces te ves abocado a quitar a uno de tus estiletes (Di María) para alinear a otro portero (Adán) que además resulta que va a debutar en Liga, y el equipo no sólo no se amilana, no sólo no se acogota atrás sino que tira hacia adelante, se pone el cuchillo entre los dientes, se adelanta en el marcador y acaba ganando un partido peligroso en un campo incómodo, tú no salgas indudablemente reforzado de esa trampa. Eso le sucedió anoche al Real Madrid en el campo del Español.

En cuanto Mateu Lahoz mandó a la ducha a Casillas por una jugada indudablemente confusa, lo primero que le dije a mi amigo Alberto Escalante fue lo siguiente: "estos son los partidos que forjan a un equipo campeón". Soy de la opinión de que José Mourinho se sintió ayer realmente orgulloso de su equipo por primera vez desde que llegó al club, y no creo estar exagerando en absoluto cuando digo que en el transcurso de esta temporada se hablará del antes y el después de la trampa de Cornellá. Y no es cierto que España pensara que el Madrid acabaría la jornada 23 a ocho puntos del Barcelona puesto que este país ya ha tenido oportunidad de asistir en ocasiones precedentes a milagros muy similares protagonizados siempre por el mismo club. La casta no se entrena, se tiene o no se tiene: eso es lo que convierte al Real Madrid en un club único, admirado y temido a partes iguales, querido, reverenciado, odiado y enjuiciado a diario.

Si me obligan a quedarme con uno de los futbolistas que ayer defendieron la camiseta blanca, yo me quedo con Adebayor. Sí, sí, ya sé que soy tremendamente injusto con Cristiano, Pepe, Arbeloa, Adán o Xabi, e injustísimo con Marcelo, ese cohete, pero Manolito, que todavía no ha guisado a ningún niño para comérselo con patatas, ni ha quemado tampoco Madrid la nuit ni ha salido en The Sun poniendo a parir a su entrenador tal y como nos auguraron en su día todos los Carlin de este mundo, ofreció un espectáculo de sangre, sudor, lágrimas y zancadas que si no encontró al final el premio del gol fue por auténtica mala suerte. Me parece que el togolés, que le ha comido definitivamente la merienda a Benzemá, va a ayudar mucho al Real, y su actuación da la razón nuevamente al entrenador, que donde pone el ojo pone indefectiblemente la bala; Valdano ya sale hoy diciendo que están haciendo un gran esfuerzo por renovar a Pepe. L.Q.D.M... por la cuenta que les trae.

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