En el fondo, bien mirado, el Valencia tendría que estarle muy agradecido al Real Madrid. Es probable que, de no haber sido porque el club merengue viene atravesando desde hace tiempo una racha deportiva francamente mala e institucionalmente hablando se encuentra también bajo mínimos, a estas alturas todos habríamos vuelto ya la cabeza hacia Mestalla. Así pues, Juan Soler, Amedeo, que no Amadeo, Carboni y Quique Flores tienen que darle las gracias, por este orden, a Ramón Calderón, Pedja Mijatovic y Fabio Capello; y deben rezar para que la crisis merengue se amplíe en el tiempo, distrayendo así la atención de lo que allí sucede.
Y, hablando de todo un poco, ¿qué es lo que sucede? Oyendo el otro día a Quique me vinieron de nuevo a la memoria las críticas que, no hace tampoco demasiado tiempo, vertió Rafa Benítez sobre la dirección deportiva del club. Rafa gozaba del teórico crédito profesional que debe reportarle a uno el hecho de haberlo ganado casi todo; aún así, el actual entrenador del Liverpool no dejó jamás de clamar en el desierto, ni tampoco de decir con la boca grande que él pedía una silla y luego resultaba que le traían una lámpara. Aquello acabó como acabó, y la actual situación tiene una pinta muy similar a la de entonces. Y es que resulta muy difícil gobernar una empresa en la que, además de no poder verse ni en pintura, el "número dos" y el "número tres" tienen visiones tan radicalmente opuestas acerca de una misma realidad.
El Valencia es un club grande. Y también muy especial. La afición del Valencia es tremendamente exigente. Los que están dentro suelen colocar siempre el listón a la misma altura que Barcelona o Real Madrid, y eso es así simple y llanamente porque, en caso de no hacerlo, en caso de bajarlo aunque sólo fuera un centímetro, saben perfectamente que les correrían a gorrazos por la calle. Situar tan alto el listón sólo tiene un problema: la frustración que supone no poder superarlo. De ahí que, posiblemente con objeto de cubrirse las espaldas ante hipotéticos batacazos posteriores, Quique diga que él pidió refuerzos y le respondieron que tirara de la cantera, y más tarde Carboni responda que "si alguien no quiere estar en el barco, puede bajarse".
Esto, que de producirse en el Real Madrid daría siete veces la vuelta al mundo y supondría la convocatoria inmediata por parte del presidente de una reunión en la cumbre, en el Valencia pasa más inadvertido. La fricción entre director deportivo y entrenador provoca acciones como la que esta mañana ha supuesto la expulsión de Villa del entrenamiento. La presión es mucha, quizá excesiva, pero parece que está bajo control. En el límite, sí, pero aún bajo control. No soy capaz de aventurar, sin embargo, qué sucedería si el Valencia sufriera un revés deportivo importante, aunque tampoco seré yo quien critique a un club por sentirse vivo y por colocar el listón tan alto. Otros más grandes que él han decidido bajarlo aprovechando que la noche es cerrada y los vigilantes se olvidaron las linternas en su casa.