El retrato que de Pep Guardiola nos hizo Salvador Sostres, que le conoce bien y que le trató personalmente, en uno de sus últimos artículos nos hablaba bien a las claras de un político de la peor especie, alguien dispuesto a dejarte tirado a las primeras de cambio con tal de seguir con fidelidad la hoja de ruta previamente establecida. Eso me pareció a mí siempre, aunque insisto en que lo mío era mera intuición, puro olfato, mientras que a lo de Sostres cabe calificarlo de información de primera mano. Con Joan Laporta ocurrió algo parecido y todos intuíamos que estaba utilizando la presidencia del Barcelona como trampolín hacia la politiquilla; así lo hizo, con el consentimiento silente de la masa social azulgrana que o bien estaba mayoritariamente de acuerdo con el ex presidente o bien cambió dignidad por títulos.
El mensaje neoyorkino de Pep apoyando la independencia de Cataluña me huele exactamente a lo mismo. Guardiola huyó de la Liga española en cuanto empezaron a pintarle bastos y no creo sinceramente que otra aventura suya en el banquillo de un equipo que no sea el actual Barcelona, el de los Xavi, Iniesta, Messi y compañía, vaya a acabar tan bien. Que le pregunten a Mourinho si es fácil ganarlo casi todo en cuatro Ligas distintas con cuatro plantillas diferentes: no lo es. Albergo pocas dudas al respecto de que Guardiola seguirá fomentando desde Estados Unidos su imagen de intelectual y su aura de personaje misterioso como elementos que forman parte de una nueva hoja de ruta que debe llevarle hacia la política. El del otro día fue el primer paso pero habrá más.
Alfonso Pérez, que fue compañero suyo en el Barcelona y en la selección, estuvo valiente con su comentario de twitter aunque no del todo exacto. Sentirse muy catalán no es en absoluto contradictorio con sentirse muy español; Guardiola, y eso es público y notorio desde hace mucho tiempo, se siente catalán, sí, pero no se siente español. Y no es Alfonso quien mezcla la política con el deporte sino el propio Guardiola, que ya digo que está ahora en otra onda distinta a la futbolística y captando ya el voto de sus potenciales electores. Aún así, no recordaba un gesto tan valiente y desinteresado (sólo le puede granjear nuevos enemigos) que el protagonizado ayer por Alfonso desde que Salva Ballesta colgara las botas y dejara también de llamarle pan al pan. En un país como el nuestro con politiquillos que prefieren mirar hacia otro lado es de agradecer que alguien defienda a España de sus enemigos.