Por supuesto que cada uno puede colocar el listón a la altura que más le plazca y luego, cuando ve que no se cumplen sus objetivos, pedir la dimisión de éste, del otro y del de más allá, de todos. Aunque, si he de ser sincero, no veo el caso de Javier Aguirre por ningún sitio. Logró que el Atlético de Madrid se clasificara para la Champions diez años después de su última participación en la competición europea y tiene al equipo en la zona alta de la clasificación de la Liga. Ha tenido, eso sí, la malísima suerte de que le tocara un inspiradísimo Messi, más que el Barça, en los octavos de final de la Copa del Rey, pero supongo que, forofismos al margen, quien más y quien menos daba ya por clasificados a los culés, y más teniendo en cuenta que el segundo partido de la eliminatoria se jugará en el Camp Nou. Naturalmente que en el fútbol se dan las sorpresas, pero hoy, tal y como está jugando el Barcelona, constituiría un milagro que pasase el Atlético.
Si alguien vendió humo o se acostó demasiado tarde aquel día en que el Atlético superó a los merengues en la clasificación, o leyó a Manolete dando nuevamente -otra vez, vuelta insistente y machacona de la burra vieja al trigal de Concha Espina- la piel del oso blanco por vendida de antemano cuando en el Real Madrid ya tienen sus propios (y graves y acuciantes e innumerables) problemas, que vaya a reclamarle ahora al maestro armero: yo tengo el número de teléfono por si alguien lo quiere. Tal y como yo lo veo, el objetivo que debe fijarse el Atlético no debe consistir en soñar con el título de Liga o con eliminar al Barça de la Copa porque Ujfalusi y Heitinga, para qué nos vamos a engañar, no dan para eso, ni tampoco sufrir una sobreexcitación que luego habrá que calmar rápidamente con una ducha de agua fría tras superar uno o dos días al Madrid en la Liga, sino centrarse sin obsesionarse en hacer las cosas razonablemente bien en el campeonato de la regularidad y dejarse el corazón, los pulmones y el hígado en el decisivo partido de octavos de final de la Champions contra el Oporto.
¿Culpable Aguirre? ¿Culpable de qué? ¿De administrar con excesivo celo a Agüero, quizá el único capital futbolístico trascendente que han puesto en sus manos?... Cuando miro al Atlético de Madrid, club por el que siempre he tenido un especial cariño, veo a un equipo nervioso por fuera y frágil por dentro, un gigante que no hace más que mirarse a los pies no vaya a tenerlos de barro. Después de un partido como el que Messi hizo ayer en el estadio Vicente Calderón no queda otra cosa que hacer lo que hicieron los aficionados colchoneros: aplaudir a la estrella. Pero, al día siguiente de la derrota, me encuentro con unas declaraciones acusatorias de Maxi Rodríguez y un análisis, por llamarlo de alguna forma, destructivo de Enrique Cerezo. Imagino que si el delantero argentino dice que "antes corríamos los once y ahora quizás no" será porque él, autocrítico, se incluirá entre aquellos que se pasan el rato tocándose la barriga. De no ser así, cuestión ésta que me sorprendería mucho, el capitán tiene que dar nombres, apellidos y razón social.