Se ha ido Eddie Felson, el arrogante y amoral buscavidas cuyo único objetivo en la vida consiste en localizar al Gordo de Minnesota para derrotarle sobre el tapete y demostrar así que nunca hubo ni habrá un jugador de billar mejor que él sobre la faz de la tierra. Veinticinco años después, el señor Paul Newman volvería a interpretar a un Felson mucho más tranquilo y sosegado por la edad en El Color del Dinero, la película que, homenajes al margen, le valió su único Oscar como actor. Se ha ido el inolvidable Reggie Dunlop, el entrenador y jugador del modesto equipo de los Chiefs, un hombre literalmente desesperado por vencer en algún partido de hockey sobre hielo y que, rendido al inevitable hecho de que corren malos tiempos para la lírica y para el fair play, acaba por vender su alma a tres diablos apellidados Hanson, (Jeff, Steve y David) tres eslabones perdidos, tres torbellinos, tres descerebrados con gracia que se desfogan sobre la pista y que emplean mil y una triquiñuelas con tal de ganar.
Se ha ido también Frank Capua, aquel ambicioso piloto de coches que en Quinientas Millas estuvo sin embargo a punto de perderlo todo fuera de la pista, el amor de su mujer y la amistad de su máximo rival, Luther Erding, interpretado por el insípido guaperas Robert Wagner. Se ha ido Rocky Graziano, marcado por el odio, desvalido, sólo, criado en las calles, educado a puntapiés, ladronzuelo, humillado por su propio padre, desertor del ejército, rescatado por el boxeo y definitivamente encauzado para la vida por la bellísima Pier Angeli, su mujer en la gran pantalla. De la excepcional habilidad para la interpretación que poseía Newman nos habla mejor que cualquier otra cosa sin duda el hecho de que su Graziano, excepción hecha del Cáliz de Plata, fuera en realidad el primer papel protagonista de una prolífica carrera cinematográfica con cerca de sesenta películas.
Hablo sólo, claro, de las películas de temática deportiva que interpretó Paul Newman, muerto hoy a la edad de 83 años. En una de sus últimas intervenciones ante la gente de su profesión alabó, probablemente debido a su modestia, la inmensa generosidad de Hollywood al haberle concedido el Premio Humanitario Jean Hersholt. Pero Hollywood, como sucede con los más grandes, como ha ocurrido con Kirk Douglas, desde hoy la última gran estrella que queda viva, fue huraño y cicatero con él casi en la misma proporción que ha sido sorprendentemente generoso con saltimbanquis del estilo del italiano Roberto Benigni. Siendo sólo un poquito justos, Paul Leonard Newman debió haber ganado el Oscar al menos por La gata sobre el tejado de Zinc, El buscavidas, La leyenda del indomable, Ausencia de Malicia, Veredicto final y Camino a la perdición; yo, por mi parte, se lo habría concedido además por Dos hombres y un destino, El golpe y El castañazo. Hasta la vista Eddie. Hasta la vista Reggie. Hasta la vista Frank. Hasta la vista Paul. Descansa en paz.