Llegados a este punto habrá que concluir que el máximo goleador histórico del Real Madrid no piensa hacerle un guiño al club para el que lleva jugando durante los últimos seis años. Ayer, en la presentación de la película sobre su vida, Cristiano insistió en que él tiene dos años más de contrato con el club blanco pero que "nunca se sabe". Y es cierto, es exactamente así, es verdad lo que dice Cristiano: nunca puedes tener certeza de nada, hoy estás aquí y mañana estás en otro lado... o simplemente no estás porque te mueres. Pero cuando a Cristiano le preguntan por su relación con el Real Madrid no le están pidiendo que haga una declaración de amor eterno o que firme un documento con sangre que le comprometa para el resto de sus días, que serán a buen seguro muchos y fructíferos, sino que se limite a decir lo que dicen todos: "Estoy feliz en el mejor club de fútbol del mundo y por supuesto que pienso cumplir mi contrato". Pues no: "Nunca se sabe".
La pregunta es: "¿Ama Cristiano al Real Madrid?"... Yo creo que la respuesta a esa pregunta es "no". En realidad no creo que, salvo contadísimas excepciones, haya demasiados futbolistas que tengan una relación afectuosa especial con el club que les paga. A Cristiano, que quería seguir creciendo para acabar convirtiéndose en el mejor futbolista del mundo, le convino en su día aceptar el reto de venirse al Real Madrid para demostrarle al mundo que él estaba al mismo nivel que Messi, y yo creo que lo ha conseguido holgadamente; al Real Madrid le convino fichar a Cristiano para así poder contar en su plantilla con el único futbolista capaz de echarle un pulso al argentino del Barcelona. Es, por lo tanto, una relación estrictamente comercial de la que no cabe esperar a cambio nada más que muchos goles de un lado y muchos millones del otro. Se acabó: Cristiano marca y el Real Madrid paga.
Cristiano se resiste a hacerle un guiño a sus aficionados probablemente porque no entiende a santo de qué la grada le pita a él, que ha superado a Raúl, Di Stéfano, Santillana o Puskas. Y la grada del Bernabéu, que es inmisericorde, le pita incluso a él posiblemente porque el mejor goleador de la historia blanca sigue negándose a adornar sus goles con un lacito tan simple (o tan demagógico) como el del cariño, aunque sea fingido. "Nunca se sabe", repite Cristiano, y la afición no le pasa ni media. Yo, insisto, sigo creyendo que no se encuentra entre las cien mil mejores ideas de un madridista pitarle a su jugador franquicia, pero la afición del Real Madrid es tan especial, o incluso más, que el propio Cristiano. Es, en definitiva, una lucha de egos que se está acentuando más precisamente ahora, justo cuando al jugador superlativo, a la máquina de batir registros, al goleador inmarcesible, empieza a notársele ligerísimamente la fatiga. O mucho me equivoco o la grada no levantará el pie del acelerador. A Cristiano, que es el mejor, que lo tiene todo, que pasará a la historia, no le faltan goles sino un asesor. O varios.