Hoy va de cartas. Y también de artículos, aunque no de Larra, qué más quisiera yo. Si algún día me viera en la obligación de tener que elegir entre la Carta Olímpica y la Carta Internacional de los Derechos Humanos, me quedaría siempre y bajo cualquier circunstancia, bajo cualquiera, con la segunda, sin querer por ello molestar u ofender a la vicepresidenta De la Vega. Y entre ese triste artículo 50.3 que trata a los atletas como si fueran simple carne de medalla o de diploma, mercancia humana que salta, corre y lanza más alto, más rápido y más lejos que nadie, pero que ha de hacerlo en el más absoluto de los silencios, y el derecho al disfrute de los beneficios de la libertad cultural y del progreso científico, me quedo con estos últimos. A la vicepresidenta le diría, por supuesto que con todo el respeto que el puesto que ocupa me merece, que 50.3 narices.
La decisión del Comité Olímpico Español, refrendada más tarde por María Teresa Fernández de la Vega, Miguel Angel Moratinos y, por supuesto, Jaime Lissavetzky, de pedirles oficialmente a nuestros deportistas que se abstengan de manifestarse políticamente, es errónea por un doble motivo: primero por innecesaria puesto que, por mucho que miro y miro, no logro ver a ningún Muhammad Ali entre nuestros expedicionarios; y segundo por provocativa porque nadie que yo conozca se ha leído jamás la Carta Olímpica ni tiene tampoco tan interesantísimo texto en la lista de sus futuras lecturas veraniegas, ni mucho menos tenía conocimiento alguno de la existencia del estrafalario artículo 50.3 y, con la que está cayendo, recordar a estas alturas que el COI redactó conscientemente en su día un artículo, que nadie conocía hasta que se han encargado de publicitarlo el COE y el Gobierno, encaminado única y exclusivamente al objetivo de silenciar a los atletas que han de llenarnos a todos de orgullo, y aceptar (o claudicar, por mejor decir) ante esa situación en pleno siglo XXI, es soliviantar más aún los ánimos de quienes ya acuden allí con recelo justificado.
El juez Pedraz, a quien también parece importarle 50.3 narices lo que diga la Carta Olímpica a propósito de esto, acaba de declararse competente al admitir una querella por delitos de lesa humanidad presentada por dos asociaciones que trabajan en la defensa de los derechos del Tíbet contra siete autoridades políticas y militares chinas. Por supuesto que, una vez allí, una vez instalados en las habitaciones de la Villa Olímpica, trasladados en avión los atletas, entrenadores, fisioterapeutas, directivos y todo el material deportivo, a los deportistas ya sólo les queda competir y a nosotros ya sólo nos queda animarles y desearles todo lo mejor. La postura de acudir o no a unos Juegos que se van a celebrar en estas circunstancias no es suya ni se puede improvisar un mes o una semana antes del inicio de la competición y, en cualquier caso, la del boicot tendría que haber sido una decisión firme y colectiva porque, de lo contrario, habría estado llamada al más rotundo de los fracasos, pero por lo menos que la vicepresidenta política del Gobierno de la Alianza de Civilizaciones no me venga con monsergas, ni con familias olímpicas, ni con cuentos chinos. Lo dicho, 50.3 narices.