L D (EFE) El título y el subcampeonato de esta Euroliga, la del cincuenta cumpleaños de la competición, ha correspondido a dos equipos tan grandes que el orden en la asignación de ambas plazas bien podría haber sido otro. Estas plantillas no tienen más que un competidor, el Panathinaikos griego, campeón saliente, que esta temporada se quedó por el camino. CSKA y Maccabi libraron un partido por el campeonato vibrante, sin complejos, fieles al estilo que profesan y dispuestos a ganar o perder tal y como son. Si algo caracteriza a las plantillas dirigidas por el recién renovado Ettore Messina -el italiano ha firmado un nuevo acuerdo por una temporada con opción a otra-, y por Zvi Sherf, historia viva del club macabeo, es el gusto por el baloncesto de ataque.
La fuerza atacante de estas escuadras baja respecto a los números que marcan en sus respectivas competiciones nacionales, pero en el Palacio de los Deportes lo desplegaron al máximo. Los rusos ya dejaron claro de lo que son capaces la campaña pasada. Cedieron por dos puntos ante el Panathinaikos en caso del conjunto griego después de anotar 93. No es habitual que un bloque capaz de moverse en esas cifras dentro de una final continental acabe derrotado. Sin embargo, doce meses después de aquel magnífico choque el CSKA volvió a encontrarse con un adversario que también exige una alta producción realizadora para dar el brazo a torcer. La media de puntuación en la competición supera a la moscovita (78,7 puntos de promedio rusos por 83,5 macabeos). Aunque, en la otra cara de la moneda, la defensa, la ventaja corresponde al CSKA (66,6 puntos encajados por 79,8).
O sea, el Maccabi necesitaba apretar en defensa y los de Messina en ataque. Y así entró en ebullción el choque. Unos pocos lances de tanteo dieron paso a la primera andanada de los tiradores rojos. Dos triples, uno a cargo del ruso-estadounidense John Robert Holden y otro del norteamericano Trajan Langdon, echaron el primer órdago sobre la mesa (10-16). Sherf taponó la vía de agua a través del uruguayo Esteban Batista, que tuvo una irrupción poderosa en la zona. Anotó ocho puntos dentro de la pintura y contuvo el empuje de un CSKA donde Langdon, componente del quinteto ideal del torneo, causaba estragos. El estadounidense firmó catorce puntos en el primer tiempo sin cometer un solo fallo (2/2 de dos y 4/4 triples). El Maccabi lo compensó con las excelencias de otro norteamericano, Will Bynum, que se quedó a dos tantos de Langdon cuando la 'chicharra' señaló el final del segundo cuarto (41-42).
El Maccabi había salido de una trampa para osos gracias a un parcial de 0-7 (de 31-38 a 38-38). En términos ciclistas, hacía la goma. Y eso le permitió mantener el choque en pie de igualdad después de veinte minutos (41-42). Pero al regresar, Messina abrió otro frasco de su suculenta despensa. El danés David Andersen surgió como un ciclón dentro de las zonas. Antes, Holden había abonado el terreno para empezar a decantar el choque. Dos triples del estadounidense, autor de la canasta que el pasado septiembre dio el Eurobasket a la selección rusa, anunciaron la carga del CSKA. La brecha creció hasta nueve puntos (47-56) y el Maccabi empezó a ver la final cuesta arriba. Y cada vez que encaraba el aro ruso y se le aparecían las amplias anatomías de Andersen y del belga Tomas Van der Spiegel, a sentir vértigo.
Bynum cerró el tercer periodo con un triple vivificante para el Maccabi (57-63). La réplica cayó en la primera acción rusa del último periodo. El lituano Ramunas Siskauskas devolvió el lanzamiento y, de paso, alimentó el sueño de subir hacia el cielo el segundo título en dos temporadas con dos equipos diferentes (la temporada previa lo conquistó con el Panathinaikos). El zarpazo de nueve puntos al inicio del segundo tiempo no sólo seguía intacto, sino que crecía y, según aumentaba, pellizcaba las fibra nerviosa hebrea. El esloveno Matjas Smodis transformó una serie desde la línea de personal (57-63 m.33). El Maccabi precisaba sacar algo positivo de la siguiente posesión, pero fracasó en el intento.
Smodis entendió entonces que era hora de dar un paso al frente, de proclamar el nombre del campeón con rotundidad, de sacar los galones de campeón de Europa para que no hubiera problemas en los procelosos últimos minutos, así que ejecutó dos acciones reservadas a los jugadores de máxima categoría, a los hombres que arriesgan y juegan con el corazón y con la cabeza. Un triple y dos tiros libres del poste esloveno y 51-73. El Maccabi sentía el resuello de la derrota en la nuca. El CSKA, olía la púrpura de los ganadores. Con mucha razón. Los israelíes ya no pudieron levantar cabeza. Aturdidos, desplegaron una intentona desesperada, obligada e inútil que no pudo evitar el sexto título de los rusos, campeones en el cincuenta aniversario de la competición y en 85 aniversario de su fundación. Ahora son los segundos con más Copas de Europa (6), dos menos que el Real Madrid.
La fuerza atacante de estas escuadras baja respecto a los números que marcan en sus respectivas competiciones nacionales, pero en el Palacio de los Deportes lo desplegaron al máximo. Los rusos ya dejaron claro de lo que son capaces la campaña pasada. Cedieron por dos puntos ante el Panathinaikos en caso del conjunto griego después de anotar 93. No es habitual que un bloque capaz de moverse en esas cifras dentro de una final continental acabe derrotado. Sin embargo, doce meses después de aquel magnífico choque el CSKA volvió a encontrarse con un adversario que también exige una alta producción realizadora para dar el brazo a torcer. La media de puntuación en la competición supera a la moscovita (78,7 puntos de promedio rusos por 83,5 macabeos). Aunque, en la otra cara de la moneda, la defensa, la ventaja corresponde al CSKA (66,6 puntos encajados por 79,8).
O sea, el Maccabi necesitaba apretar en defensa y los de Messina en ataque. Y así entró en ebullción el choque. Unos pocos lances de tanteo dieron paso a la primera andanada de los tiradores rojos. Dos triples, uno a cargo del ruso-estadounidense John Robert Holden y otro del norteamericano Trajan Langdon, echaron el primer órdago sobre la mesa (10-16). Sherf taponó la vía de agua a través del uruguayo Esteban Batista, que tuvo una irrupción poderosa en la zona. Anotó ocho puntos dentro de la pintura y contuvo el empuje de un CSKA donde Langdon, componente del quinteto ideal del torneo, causaba estragos. El estadounidense firmó catorce puntos en el primer tiempo sin cometer un solo fallo (2/2 de dos y 4/4 triples). El Maccabi lo compensó con las excelencias de otro norteamericano, Will Bynum, que se quedó a dos tantos de Langdon cuando la 'chicharra' señaló el final del segundo cuarto (41-42).
El Maccabi había salido de una trampa para osos gracias a un parcial de 0-7 (de 31-38 a 38-38). En términos ciclistas, hacía la goma. Y eso le permitió mantener el choque en pie de igualdad después de veinte minutos (41-42). Pero al regresar, Messina abrió otro frasco de su suculenta despensa. El danés David Andersen surgió como un ciclón dentro de las zonas. Antes, Holden había abonado el terreno para empezar a decantar el choque. Dos triples del estadounidense, autor de la canasta que el pasado septiembre dio el Eurobasket a la selección rusa, anunciaron la carga del CSKA. La brecha creció hasta nueve puntos (47-56) y el Maccabi empezó a ver la final cuesta arriba. Y cada vez que encaraba el aro ruso y se le aparecían las amplias anatomías de Andersen y del belga Tomas Van der Spiegel, a sentir vértigo.
Bynum cerró el tercer periodo con un triple vivificante para el Maccabi (57-63). La réplica cayó en la primera acción rusa del último periodo. El lituano Ramunas Siskauskas devolvió el lanzamiento y, de paso, alimentó el sueño de subir hacia el cielo el segundo título en dos temporadas con dos equipos diferentes (la temporada previa lo conquistó con el Panathinaikos). El zarpazo de nueve puntos al inicio del segundo tiempo no sólo seguía intacto, sino que crecía y, según aumentaba, pellizcaba las fibra nerviosa hebrea. El esloveno Matjas Smodis transformó una serie desde la línea de personal (57-63 m.33). El Maccabi precisaba sacar algo positivo de la siguiente posesión, pero fracasó en el intento.
Smodis entendió entonces que era hora de dar un paso al frente, de proclamar el nombre del campeón con rotundidad, de sacar los galones de campeón de Europa para que no hubiera problemas en los procelosos últimos minutos, así que ejecutó dos acciones reservadas a los jugadores de máxima categoría, a los hombres que arriesgan y juegan con el corazón y con la cabeza. Un triple y dos tiros libres del poste esloveno y 51-73. El Maccabi sentía el resuello de la derrota en la nuca. El CSKA, olía la púrpura de los ganadores. Con mucha razón. Los israelíes ya no pudieron levantar cabeza. Aturdidos, desplegaron una intentona desesperada, obligada e inútil que no pudo evitar el sexto título de los rusos, campeones en el cincuenta aniversario de la competición y en 85 aniversario de su fundación. Ahora son los segundos con más Copas de Europa (6), dos menos que el Real Madrid.