Le sorprendieron sus ganas de aprender, sus ganas de saber cada vez más. Guardiola lo había hecho todo en el fútbol, años atrás en el Barcelona y un par de años antes en Brescia y Roma. A aquellos entrenamientos en el Ciudad de Murcia, en septiembre de 2003, acudía para mantenerse en forma, a punto de retirarse de la práctica activa del mundo del fútbol. A Juanma Lillo (Tolosa, Guipuzcoa,1965) le encantó tener a Pep entre los suyos aunque no pudiera alinearle.
No fue el primer contacto entre ambos. Dos meses antes el publicista Lluis Bassat quería a Guardiola como director deportivo del Barcelona en su candidatura para las elecciones. Y el de Sampedor quería a Juanma Lillo como entrenador. Nada se produjo al final porque Joan Laporta ganó, sorprendentemente, aquellos comicios. Pero Lillo y Guardiola ya eran íntimos.
Por eso el tolosarra no puso ninguna objeción cuando Guardiola le propuso ponerse en forma en aquel Ciudad de Murcia. Quería agotar sus días futbolísticos en un proyecto en Qatar y no quería arrastrarse por los terrenos de juego. Lillo aceptó encantado y los entrenamientos pasaron de tener 300 o 400 espectadores a tener 2000 cada día. Era Pep entrenando. No era cualquier cosa.
Dos años después, técnico y jugador volvieron a coincidir, esta vez en Méjico, en Dorados de Sinaloa. Allí Guardiola volvió a ser el mejor alumno de todos. Con 34 años, y todavía en muy buena forma, se tomaba cada sesión como si fuese la última de su vida. Quería exprimir al máximo sus conocimientos y sus ganas de entrenar ya eran claras. Sólo un año después tomó las riendas del filial del Barcelona.
Contó una vez José Antonio Camacho que en la Eurocopa de 2000, en Países Bajos, Guardiola le preguntaba en todas las sesiones de entreno por qué se hacía cada cosa. Supo entonces el ex seleccionador nacional que ese era un tipo especial. Estaba ante un jugador singular, que apreciaba todo lo que se hacía y buscaba el motivo del por qué se hacía. Camacho salió convencido de aquella Eurocopa que Guardiola sería entrenador.
Eso también lo contó Lillo en una entrevista, cuando dirigía a Millonarios en Colombia. "Pep era un entrenador en el campo. Estaba claro que la pasión le iba a llevar por esos derroteros. No era casual la avidez de aprendizaje que tenía". Consideró el técnico vasco un placer que Guardiola le eligiera a él para aprender.
Lillo entrenó en España al Salamanca, Oviedo, Tenerife, Zaragoza, Ciudad de Murcia, Terrasa, Real Sociedad y Almería. Hasta que cayó algo en desgracia. Comenzó a ser visto más por la forma de hablar y de expresarse, lúcida en todos los aspectos, que por su forma de entrenar. Comenzó a etiquetarse al técnico como un "sabelotodo", como un "pedante". Y no tuvo cartel en España. Tampoco él lo hubiera buscado porque comenzó a tener gusto por los países exóticos.
Este pasado verano Guardiola le llamó para que fuese su segundo entrenador en el Manchester City. Pep había quedado algo huérfano tras la salida de Mikel Arteta para volar sólo en el Arsenal. Lillo aceptó y ambos han formado un tandem muy exitoso, volteado quince años después. El que era el jefe es ahora el segundo. El aprendiz es ahora el que manda.
Este sábado a Lillo le llega, después de 30 años entrenando, una oportunidad muy poco comparable a lo vivido hasta ahora. Le llega la opción de levantar (lejos de los focos, a él no le gusta eso) el mayor título europeo. Si lo hace desaparecerá de las fotos. Dejará a todos que hagan su papel. Porque él ya hace el suyo hace más de un cuarto de siglo. No muy recompensado pero a Juanma eso le da exactamente igual.