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Champions League

'Spaguetti legs': la noche que Grobbelaar cambió la historia de la Copa de Europa y hundió a la Roma

En la final de la Copa de Europa de 1984, el Liverpool ganó en el Olímpico de Roma tras imponerse en una peculiar tanda de penaltis. 

En la final de la Copa de Europa de 1984, el Liverpool ganó en el Olímpico de Roma tras imponerse en una peculiar tanda de penaltis. 
Una noche que el Roma jamás olvidará | Liverpool

34 años después, Roma y Liverpool vuelven a verse las caras en una cita de máxima importancia. Este martes se disputa la ida de la primera semifinal de la Champions League en Anfield, en dos semanas, el Olimpíco, el mismo escenario que en 1984 acogió la gran final de la Copa de Europa y que disputaron ambos equipos, dictarà sentencia.

Tras acabar 1-1 el encuentro, la final se decidió por penaltis. Era una novedad. Jamás, hasta la fecha, el campeón de la máxima competición continental había salido tras una tanda de penaltis.

El Liverpool terminó ganando su cuarta Copa de Europa. Los reds hicieron historia al ser el primer equipo que consiguió ganar una final en territorio enemigo –la Roma fue el primer local en no ganar como anfitrión una final–.

De aquella histórica tanda, un hombre será recordado para siempre. Se trata de Bruce Grobbelaar, mítico portero sudafricano nacionalizado zimbabuense. El por entonces guardameta del Liverpool se sacó de la chistera un ritual en la tanda de penaltis que ayudó a provocar el fallo de dos penas máximas de los romanos. Se recuerda especialmente el lanzamiento de Graziani.

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Cuando el italiano visualizaba su disparo, Bruce parece que entró en trance. Grobbelaar empezó a mover las piernas como si tuviera miedo. Los ingleses bautizaron ese movimiento como spaghetti legs. Curiosamente, años después, el polaco JerzyDudek realizó una maniobra parecida en la final Milan-Liverpool de Estambul, con el mismo éxito. De hecho, el ex del Madrid reconoció en su día que se inspiró en Grobbelaar.

El epílogo de aquella derrota aún seca la saliva de los romanos. Agostino di Bartolomei, capitán de aquella Roma, había dicho antes de aquella final: "Es el partido de mi vida". Bartolomei marcó su penalti, pero tras la derrota, al año siguiente, el entrenador, el sueco Sven-Göran Eriksson, decidió cargarse a Di Bartolomei, al que consideraba técnico pero muy lento. La gente que lo conocía afirmaba que, tras perder aquella final, jamás fue el mismo.

El día que se cumplían diez años de la derrota más amarga de la Roma, Agostino dejó escrito: "Me siento encerrado en un hoyo". Se pegó un tiro en el pecho. El final más triste para un capitán por el que por sus venas corría sangre giallorosso. Tras años de lágrimas, este martes, al fin, 34 años después, la Roma puede tomarse su particular venganza.

Grobbelaar, todo un personaje

Excéntrico y llamativo, este portero con aspecto de vecino del quinto, no solo destacó por ser uno de los grandes guardametas de la década de los 80 –jugó más de 660 partidos con el Liverpool–. Su peculiar carácter lo convirtieron en uno de los más carismáticos de la historia.

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Nacido en Sudáfrica en 1957 se decidió por el fútbol tras coquetear en sus inicios con el críquet y con el béisbol, deporte en el que llegó a obtener una beca para ir a EEUU. Tras estar enrolado dos años en el ejercito, consiguió su carrera en Canadá. De ahí viajó a Inglaterra para defender la portería del Crewe Alexandra. Su tremenda agilidad y su gran personalidad llamaron la atención de los ojeadores del Liverpool donde estaría 14 temporadas.

Aunque se retiró en 1999 (a los 42 años), su último partido lo disputó con 50 años, en un equipo amateur. Ha sido entrenador de la selección de Zimbabue y de numerosos equipos de Sudáfrica. Además, juega con los veteranos del Liverpool y es un apasionado jugador de golf.

Siempre extrovertido, Grobbelaar estuvo en el ojo del huracán en 1994, cuando el tabloide The Sun loacusó de haber amañado partidos en su época del Liverpool, incluyendo una grabación en la que se le veía hablando de "negocios".

Otro de sus momentos más recordados tuvo lugar en 1993, en el declive de su carrera, cuando en un derby contra el Everton y, tras encajar un gol, la emprendió literalmente a golpes con un jovencísimo Steve McManaman (21 años). Una imagen que dio la vuelta al mundo

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