José Mourinho es considerado como uno de los mejores entrenadores del mundo, y sus títulos así lo atestiguan. Ha conseguido hacer historia con el Chelsea, club al que considera como su propia casa, convirtiéndose en el mejor entrenador de siempre del conjunto blue.
Es Mou un motivador nato que mezcla en sus entrenamientos la táctica con el físico y el aspecto mental. Hace que sus jugadores estén concentrados en cada sesión, en cada jugada, y esto al final tiene sus réditos en los partidos. Obsesionado con la táctica y el rigor defensivo, jamás deja ningún detalle al azar.
Quienes lo conocen bien dicen que una de sus grandes virtudes es su capacidad de comunicación. Los jugadores le escuchan y creen en su mensaje. No hay más que comprobar cómo Mou se encarga de defender a capa y espada a sus futbolistas cada vez que tiene ocasión. Hace cuatro años y medio, en su primera temporada con el Real Madrid, el técnico de Setúbal salió en defensa de Pepe y, con su habitual ironía, arremetió contra Dani Alves, al que acusó de hacer teatro por una patada que le propinó el internacional portugués y en la que, según Mou, ni siquiera llegó a tocar al lateral azulgrana.
"Perdí una semifinal en la que Pepe rompió tibia y peroné a Alves", dijo Mourinho en la misma rueda de prensa en la que se preguntaba "por qué" los árbitros siempre perjudicaban a sus equipos y tiraba con bala contra el estamento arbitral, el Barcelona, la UEFA y hasta Unicef.
¿Por qué patina Mou en su tercera temporada?
Al margen de sus comentarios -fuera o no de tono- ante los medios, cabe resaltar que es curioso comprobar cómo las tres únicas veces que el técnico de Setúbal ha sido destituido en sus 15 años como profesional, haya sido en su tercera temporada al frente de un mismo equipo. Le ocurrió por primera vez en su primera etapa en el Chelsea. En septiembre de 2007, club y técnico firmaron la rescisión de su acuerdo. Se habían disputado seis jornadas de Liga y los blues sólo habían perdido un encuentro.
La segunda vez que le ocurrió fue en el Real Madrid, donde, tras dos exitosas temporadas, en la tercera su relación con parte del vestuario (Iker Casillas, Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo, Pepe...) se envició tanto que, en mayo de 2013, el club blanco anunció que no cumpliría la última temporada que figuraba en su contrato.
Y ahora de nuevo en el Chelsea, José Mourinho es destituido este 17 de diciembre de 2015. Víctima de los malos resultados, pero también por su mala relación con la mayoría de jugadores plantel blue, desde Eden Hazard hasta Diego Costa. ¿Estamos ante una mera coincidencia?
El hambre de los futbolistas
Mourinho cogió al Real Madrid cuando el conjunto blanco estaba roto, descosido. Moralmente hundido por la superioridad del Barcelona de Pep Guardiola. Algo parecido le ocurrió en un Inter de Milán que llevaba bastantes años de sequía y en el Chelsea en sus dos etapas. Mou consiguió ir formando verdaderos equipos, que luchaban todos a una, fue subiendo la moral de sus pupilos y alcanzar el cénit físico y de estado de forma de sus jugadores.
El problema es precisamente ése. Los jugadores crecidos, las estrellitas, ya no reciben el mensaje de su comandante con el mismo entusiasmo. Ahora que tienen éxitos, ellos son los protagonistas. Ya no les gusta que haya un entrenador que les haga sombra. El duro trabajo en los entrenamientos impuesto por José Mourinho ya no se ve con buenos ojos. Y comienzan las fricciones.
En el fútbol, cuando un plantel deja de confiar en su entrenador, cuando se separa de su discurso, el fracaso está asegurado. Eso es precisamente lo que le ha pasado a Mourinho. Pero esto no es sólo un problema del técnico luso.
La exigencia parece estar mal vista hoy en día. El propio Guardiola lo vio claro cuando entrenaba al mejor Barcelona de la historia. Necesitaba hacer una revolución en el vestuario para que su mensaje no se agotara, en unos jugadores crecidos y acomodados. Es lo que tiene el fútbol moderno; la exigencia cuando te crees el mejor, está vista con desdén, y especialmente por parte de unos futbolistas que, en muchas ocasiones, no quieren trabajar más de la cuenta. Una pena, pero tan real como la vida misma.