El título de la columna de esta semana evoca el de la segunda novela que conforma los tres romances que escribió Alexandre Dumas, padre, sobre D’Artagnan. En “Veinte años después” se vuelven a reunir los cuatro mosqueteros, los grandes héroes de la primera novela a los que Dumas convirtió en leyenda eterna.
Hace ahora justamente también veinte años, los Estados Unidos retomaron el dominio del baloncesto olímpico; un dominio que solo perderían, y de manera lamentable por cierto, en Atenas-2004. Pero doce años antes, en 1992, la NBA y la USA Basketball, el equivalente americano a la Federación de baloncesto estadounidense, decidieron juntar un equipo de ensueño formado por los mejores jugadores de la Liga NBA de aquel tiempo. Un conjunto mítico al que los genios del marketing llamaron“DreamTeam”: una denominación que se ha hecho ya universal y que ha trascendido el baloncesto.

Efectivamente, los Juegos de Barcelona-1992 fueron el comienzo. En ellos no solo pudimos contemplar al mejor equipo de baloncesto que se ha ensamblado en toda la historia de este deporte, sino que ese conjunto –integrado por Magic, Larry Bird, Michael Jordan, et al- fue una suerte de heraldo del baloncesto. Y, quizás lo más importante de todo, inspiró a toda una generación de jóvenes aprendices que se aficionaron al deporte de la canasta en todo el mundo.
Entre esos muchachos, una generación de jugadores españoles quedó prendada por aquel DreamTeam. Unos años después, esos mismos muchachos, una quinta llamada “La Generación del 80”, conseguirían demostrar al mundo su calidad y su espíritu de campeones.
Aunque esos atributos, la clase y el corazón de ganador, solo te permiten conseguir la medalla de plata olímpica al día de hoy.
Se han escrito ya ríos de tinta acerca de este David vestido de rojo que casi logra repetir la hazaña bíblica en la que el pequeño hebreo derribó el gigante filisteo. Solo que este David español, que ciertamente llevó al Goliat americano casi hasta la extenuación, no terminó de derribar al gigante.
El amigo lector me permitirá escribir unas líneas ahora sobre este Goliat moderno. Sobre este equipo estadounidense de baloncesto que ha conquistado el oro en Londres-2012: cerrando con ello el círculo que unos jugadores prodigiosos comenzaron a dibujar en Barcelona-1992.
Para empezar, es preciso destacar un aspecto esencial: este equipo ya no tenía el peso, la responsabilidad, que sí tuvieron sus predecesores hace veinte años. A esta generación ya no se le pedíaser la guardiana de las esenciasdel juego del baloncesto americano. Este equipo de Londres-2012 vino a Inglaterra, básicamente, a una sola cosa: a ganar. Los fiascos del Mundial de 2002 (sextos en su propia casa) y sobre todo el fracaso en los Juegos Olímpicos de Atenas-2004 (terceros, y además ofreciendo una imagen penosa dentro y fuera de la cancha) marcaron el camino a no seguir a las gentes del baloncesto estadounidense.

Solo dos jugadores que formaron en aquella escuadra olímpica de Atenas-2004, LeBron James y Carmelo Anthony, permanecen en esta otra que acaba de ganar el oro en Londres. Y son ellos los que mejor explican cuánto y cómo ha cambiado el Team USA: su entrega y su compromiso con el equipo son abismalmente diferentes a las que nos presentaron en Atenas hace ocho años.Es cierto que en 2004 Lebron y Melo eran más jóvenes, y seguramente mucho más arrogantes. Pero su compromiso con la causa es totalmente diferente al de hace ocho años y describe perfectamente cómo, y cuánto, han cambiado las cosas en el Equipo USA.
En Atenas-2004, la escuadra USA fue un bazar de los horrores. Aquel equipo dirigido por Larry Brown vivió varios conatos de insurrección interna. Hubo peleas constantes entre Iverson y Brown y hubo también fuertes disensiones entre los propios jugadores. Cuentan que, en algún caso, solo la Providencia evitó que esas trifulcas de vestuario fueran más allá de los insultos y de alguna que otra amenaza verbal.
Sospecho que aquel equipo –aquel sindiós más bien- no solo tocó fondo en su imagen dentro y fuera de la cancha de juego sino que llegó a representartodo lo malo que estaba minando el sistema inmunológico del baloncesto profesional, y muy probablemente de todo el baloncesto estadounidense, en aquel entonces.Como era habitual en aquel tiempo, mucha gente vio en el singular Allen Iverson el chivo expiatorio, el causante de todos los males de aquel combinado.
Pero no. Allen Iverson no era, ni mucho menos, el único el malo de la película.
Aquel equipo tuvo una clamorosa falta de preparación desde el principio, un desprecio por el juego de los rivales que bordeó la arrogancia -y en ocasiones llegó a la chulería- y,sobre todo,una anarquíamayúscula que luego se trasladó a la cancha de juego.
El fracaso, entonces, se tornó en algo plausible. Y el hundimiento en algo inevitable. (Continuará).
Miguel Ángel Paniagua (publicado en GIGANTES)
Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua