Aquella noche del jueves 4 de octubre de 1973 podría haber sido una noche como otra cualquiera. Mi hermano (seis años menor) y yo ya habíamos cenado, yo apuraba mis últimos instantes de libertad ante al televisor mientras mis padres acababan de cenar en la cocina. Éramos así, cenábamos en dos turnos, en estos tiempos quizá sería impensable pero en aquel entonces mi padre llegaba del pluriempleo a las diez de la noche tras haberse tirado casi quince horas fuera de casa trabajando como un cabrón, supongo que ésa era la manera que tenían mis padres de reservarse apenas un pequeño rato para ellos solos. Yo sabía que en breves momentos sucedería lo de siempre, que una vez cenados llegarían por fin al cuarto de estar, nos verían allí y exclamarían ¡¡¡pero ¿qué hacéis aquí todavía?!!! ¡¡¡Venga, a la cama los dos!!!, yo protestaría, reivindicaría que tenía ya trece años, que a esa edad ya no necesitaba dormir tanto, que todos mis compañeros de clase se quedaban hasta las tantas y veían todo lo que echaban por la tele, que yo era el único al que no le dejaban, mi protesta inútil de cada noche porque de inmediato mi madre contestaría que mi hermano era más pequeño y necesitaba dormir más horas, que no habría forma de acostarle si no me iba a la cama yo también… Fin de la historia, nosotros finalmente nos acostábamos y mis padres se quedaban con la tele para ellos solos, en apenas cinco minutos mi madre estaría viendo lo que fuera y mi padre roncando en el sofá. La eterna película de mi infancia.
Aquella noche del 73 podría haber sido una noche como otra cualquiera pero no era una noche como otra cualquiera, no lo era para mí al menos. Apenas había dos canales en la televisión de aquellos años, y digo apenas porque decir dos canales es decir mucho, sería más correcto hablar de uno y medio o de uno y cuarto. Estaba lo que hoy conocemos por TVE1, que en aquel entonces en lenguaje oficial se llamaba la primera cadena de Televisión Española y en lenguaje coloquial era la tele, sin más, para qué íbamos a andar precisando si prácticamente no había otra, preguntábamos qué ponen esta noche en la tele y todos sabíamos de qué hablábamos, para qué entrar en más detalles. Y luego estaba lo que hoy sería La2, ésa a la que el lenguaje oficial denominaba el segundo canal o la segunda cadena y a la que nosotros por alguna misteriosa razón que nunca llegué a descifrar llamábamos el UHF (supongo que la primera cadena todavía iría por la banda de VHF). Era una especie de canal fantasma, que casi ni emitía todos los días siquiera y que cuando lo hacía emitía sólo programación de noche. Y era un signo de distinción, también. Si a mediados de los sesenta el mundo se dividía entre quienes tenían o no tenían televisión, a comienzos de los setenta el mundo se dividía ya entre quienes tenían o no tenían UHF. Aunque a finales de 1973 algo habíamos ya evolucionado (sólo en esto, no crean), al menos en mi colegio y mi vecindario ya casi todo dios tenía (teníamos) UHF. Ya otra cosa era que además lo quisiéramos utilizar.
Aquella noche ponían Sesión de Noche, tocaba una antiquísima película de los años treinta o tal vez los primeros cuarenta, no me pregunten cuál, no doy para tanto. Eso en la tele propiamente dicha,en el UHF en cambio había baloncesto. Y qué baloncesto. Se disputaba en aquellos días el Campeonato de Europa, un torneo que en relación a otros anteriores reunía dos peculiaridades esenciales: 1) que se disputaba en casa, en Barcelona concretamente; y 2) que por primera vez dimos en llamarlo Eurobasket, recuerdo al respecto incluso algún artículo de algún sesudo columnista abogando por que aquello sirviera para desterrar por fin de nuestro deporte la arcaica denominación de baloncesto y sustituirla por aquella otra (mucho más moderna, dónde va a parar) de basquetbol, no cuajó su idea pero al menos el Torneo sí se quedó ya en Eurobasket para toda la vida, esa marca aún sigue acompañándonos fielmente cuarenta años después.
Aquella noche del jueves 4 de octubre de 1973 nuestra selección iba a enfrentarse a la de la URSS en una de las semifinales del Campeonato de Europa de Baloncesto. Decir enfrentarse ya era decir mucho, hoy puede parecer un partido más pero créanme que en aquel entonces casi ni era un partido siquiera. USA (aún con universitarios) y URSS eran entonces dos mundos absolutamente inaccesibles, dos equipos que nos metían de 30, 40 ó 60 cada vez que nos tocaban, a un lado estaban ellos y a años luz estábamos casi todos los demás, quizá con la honrosa excepción de Yugoslavia. Para una selección como la nuestra, acostumbrada a ser sexta o séptima en el mejor de los casos, era ya todo un éxito sin precedentes haberse clasificado para disputar aquella semifinal. Pensar en pasar de ahí era ya una utopía irrealizable… aunque a algún crío de trece años que acostumbraba a pensar más con el corazón que con la cabeza aún le pareciera que quién sabe, que quizá el hecho de jugar en casa tal vez nos concediera alguna remota posibilidad.
No recuerdo a qué hora fue aquel partido, sí recuerdo que empezó y me puse a verlo, porque quería verlo, porque aquel día no había ninguna otra cosa en mi cabeza que no fuera verlo, porque además mis padres estaban cenando en la cocina y todavía pasaría un rato antes de que aparecieran por aquel cuarto de estar. Obviamente no recuerdo con precisión los detalles pero para eso está el vídeo, hace algunos años la revista Gigantes tuvo a bien ponerlo a nuestra entera disposición en formato DVD, con magnífica calidad de imagen pero con la desgracia de que la narración original del recientemente desaparecido José Félix Pons se hubiera perdido por el camino. Para rellenar aquel vacío los de Gigantes improvisaron unos comentarios de aliño entre su director Paco Torres, Rafa Rullán (que jugó aquel Campeonato) y Sergio García-Ronrás, si usted se lo perdió entonces y hoy desea darse el gusto (cosa que le recomiendo encarecidamente) lo tiene realmente fácil, no tiene más que pinchar aquí y de inmediato sus deseos se habrán convertido en realidad.
En aquel 1973 la televisión era un poco como la vida, en blanco y negro (es decir gris), aún habrían de pasar algunos años para que llegara el color (a nuestros televisores y a nuestras vidas). Suponíamos que España iba de blanco y la URSS de rojo en aquella noche de 1973, hoy podemos confirmarlo gracias a que el vídeo sí se conserva en color, España de blanco y la URSS no tanto de rojo como de rojos, en plural, no le busquen connotaciones políticas porque no van por ahí los tiros, eran dos rojos distintos, su uniforme recordaba casi a aquel legendario anuncio de lejía (también de hace muchos años), he lavado más veces la blusa que la falda… ¡y mira cómo ha perdido el color! La camiseta en un rojo oscuro, terroso, un rojo tirando a granate con los dorsales además en un tono gris verdoso indefinible que hacía casi imposible distinguirlos (así en el blanco y negro de entonces como en este color desvaído de ahora). Y el pantalón… El pantalón daría casi para un artículo entero por sí solo, rojo fucsia brillante, más corto imposible (de haberlo sido más se les habría visto el culo), ajustado hasta lo inverosímil, una especie de shorts que hoy nos parecerían casi más apropiados para la moda adolescente femenina de la segunda década del presente siglo que para el estilismo deportivo masculino de la octava década del pasado siglo. Vivir para ver.
Así que ahí estaban nuestros Luyk, Brabender, Buscató, Ramos, Cabrera o Santillana contra la Rusia de los Sergei Belov, Miloserdov, Edeshko, Paulaskas o Kovalenko, nótese que he puesto Rusia como si lo fuera, evidentemente no lo era pero todos la llamábamos así, hasta los comentaristas de aquella época la llamaban también así, esto fue como aquello que decía el del pueblo, toda la vida para aprender a decir pinícula y ahora que ya sabemos decir pinícula van y les llaman flimes, pues esto igual, media vida para aprender a decir Unión Soviética y cuando por fin lo conseguimos resultó que aquello desapareció y volvió a llamarse Rusia. Rusia o sea la URSS se iba en el marcador como estaba previsto, pero por mucho menos de lo que estaba previsto: 17-10, 31-26, 39-28, un choque fascinante, la magia de Belov o los centímetros de Kovalenko contra los ganchos de Luyk, la pasmosa seguridad de Brabender, la magia de Cabrera o los arrebatos de Buscató, los rusos (digo soviéticos) lo llevaban controlado pero no lo suficiente como para que nos quitaran la ilusión de que allí seguía habiendo partido. Al descanso 45-40, seguía siendo muy difícil pero aún había razones más que sobradas para continuar soñando, al descanso…
Al descanso pasó lo que tenía que pasar. Mis padres finalmente aparecieron y descubrieron que esta vez ya no era sólo que nosotros estuviéramos donde no teníamos que estar, es que además la tele tampoco estaba en el canal que debía estar. Pero qué hace esto puesto, pero por qué no está en el canal normal, qué ponían esta noche, mi madre encolerizada y yo templando gaitas, buah, una película antigua, un rollo, no coló, mi madre cambió un momento, ¡¡¡uuuhh, con lo que me gusta a mí ErrolFlynn!!! (o Clark Gable, o Montgomery Cliff, o Alan Ladd, alguno de esos, qué sé yo quién sería), ¡¡¡Venga, a la cama los dos!!! ¡¡¡Ahora mismo!!! Monté un pollo espectacular, intenté explicarles (probablemente entre lágrimas) la trascendencia de aquel evento y la importancia de aquel partido en concreto, recuerdo que hasta me negué con todas mis fuerzas (lo cual no tenía precedentes) pero como si no, aquellos eran otros tiempos, a los padres no sólo no se les desobedecía sino que ni siquiera se les discutía, como protestaras cualquier cosa te llamaban respondón y te decían que a los padres no se les contesta, éramos la metáfora perfecta del país en que vivíamos. Aquella noche yo lloré, rabié, pataleé, no diré que me llevaron a la cama agarrado de los pelos porque no sería cierto pero algún azote en el culo (eterno recurso de la innovadora pedagogía de la época) sí que me cayó por el camino. Suele decir mi sobrina que en este mundo hay dos clases de personas, personas-perro y personas-gato, supongo que yo siempre fui persona-perro, por más que ladro siempre acabo haciendo lo que ordenan mis amos. Entonces y ahora.
Me metí en la cama sollozando todavía, casi me faltaba el aire tras el berrinche que me había cogido, me iba a costar dormirme, estaba claro… tanto más teniendo en cuenta el sonido que llegaba desde el cuarto de estar. Tras la refriega la tele se había quedado sintonizada en la segunda cadena, mis padres contra todo pronóstico no la habían cambiado, supongo que pensaron que ya total para qué si la película estaba empezada, se olvidaron del televisor y se quedaron ahí hablando de sus cosas. Y mientras tanto yo intentando escuchar, de fondo tenía la voz de mi madre, la de mi padre y la de José Félix Pons, obviamente las dos primeras me enmascaraban la tercera que era justo la única que en aquel momento me interesaba oír, la que me iba contando que así de entrada todo seguía igual o peor incluso, 61-50 para la URSS a apenas 12 minutos para el final, algo así me parecía interpretar entre la voz de mis padres que ahí seguían sin callarse ni un instante, sin prestar ni siquiera un segundo de atención a todo aquello que ahí estaba sucediendo ante sus ojos…
Acaso ustedes se pregunten (si es que no han huido ya despavoridos a estas alturas del relato) por qué demonios no me levanté, por qué no volví otra vez al salón y les dije, pues si al final lo estáis viendo me vengo aquí con vosotros y así lo veo yo también, dirán que no tuve huevos (y será cierto) pero es que además sé que habría sido mucho peor el remedio que la enfermedad, según me hubieran visto aparecer habrían exclamado ¡¡¡¿pero qué haces tú aquí, por qué no estás durmiendo todavía?!!!, de inmediato habrían caído en la cuenta de cuál era la razón y habrían apagado la tele (o cambiado el canal), me habrían enviado de vuelta a la cama pero ahora ya sin la posibilidad siquiera de poder oírlo, no me atreví, preferí dejar las cosas como estaban, mejor seguir escuchando a duras penas cómo ahora las cosas poco a poco comenzaban a cambiar, cómo Díaz-Miguel acertó montando aquella zona 1-2-2 (a ratos 2-3) y metiendo en cancha a un inesperado Miguel Ángel Estrada, cómo les fundimos por completo a base de velocidad en las transiciones, cómo Brabender seguía sin fallar, cómo Buscató enchufaba suspensión tras suspensión y de paso arengaba a las masas… En un abrir y cerrar de ojos estábamos a un punto, 63-62 a apenas 8 minutos para el final, aún faltaban muchos años para que el añorado Manel Comas formulase su táctica del conejo pero ésta sin embargo ya existía, nosotros la estábamos ejecutando a las mil maravillas…
A tal extremo de emoción llegó el encuentro que en un momento dado mis padres dejaron por completo de hablar y se pusieron a verlo, y a disfrutarlo, y a gritar incluso con cada canasta…Aquello era el mundo al revés: un matrimonio de mediana edad, carente por completo de cualquier interés por deporte alguno (nunca supe a quién salí), ahora de repente absolutamente enganchado frente al televisor, vibrando ambos dos como nunca imaginé que pudieran hacerlo con aquel espectáculo que en el fondo ni les iba ni les venía; y mientras en la otra punta de la casa (apenas cincuenta metros cuadrados, tampoco exageremos) un preadolescente descerebrado de apenas trece años, para el que no había ninguna otra cosa que importara en el mundo aquella noche, limitándose a tener que escucharlo a duras penas porque no se lo dejaban ver. No entendía nada, nunca entendí nada, tal vez a día de hoy siga sin entender nada…
Claro que a esas horas ya no estaba yo acostado sino sentado sobre los pies de la cama, lo más cerca posible de la puerta, escuchando (ahora ya con más facilidad, gracias al silencio de mis padres y a la subida de tono del narrador) cómo igualábamos por primera vez (70-70) a falta de 4 minutos y medio, cómo Buscató conseguía por fin la primera ventaja (72-70), cómo seguidamente Estrada hacía el 74-70 y luego Vicente Ramos el 76 y el 78, la locura, los rusos (o sea soviéticos) que ya no veían por dónde les venían los golpes, quedaban apenas dos minutos, ¿realmente íbamos a ganar, de verdad podía ser posible lo imposible?, mis padres volviéndose locos (no sé qué me extrañaba más, si que estuviéramos ganando o que mis padres lo estuvieran viendo), yo pegando brincos sobre la cama (con moderación, no se fuera a despertar mi hermano), a falta de un minuto los rusos volvían a perderla, todavía 6 arriba, aún no había triples, ya casi no habría tiempo pero ahí estaban los rusos otra vez a 4, agotamos posesión, va Brabender a meter la bandeja definitiva y le taponan pero el balón le cae a Estrada, ¡¡¡a Estrada!!! que se saca un churrigancho, entra, 80-74, aún faltan 10 segundos pero ya da igual, aún los rusos anotan sobre la bocina pero ya da igual: HEMOS GANADO. En aquel pabellón se desató la locura colectiva y en aquella cama yo ya no sabía si reír o si llorar, si aquellas lágrimas que me resbalaban por las mejillas eran de alegría o de pena, no sabía si sentirme inmensamente feliz porque habíamos ganado o un desgraciado de mierda porque para una vez que ganábamos algo así no había podido verlo, probablemente nunca hubo alegría más amarga ni tristeza más feliz que aquella, un puto caos de emociones encontradas era yo a aquellas altas horas de la noche…
Y a la mañana siguiente fue aún peor, fue llegar al colegio y todo dios lo había visto gracias entre otras cosas a que en casi todas las casas de casi todos mis compañeros se vivía con un horario mucho más español que el nuestro, tenían todos la insana costumbre de cenar casi a las once (hoy me parece una auténtica barbaridad, pero en aquel entonces me daban mucha envidia), por supuesto que aquella mañana nadie hablaba de otra cosa, todos me preguntaban ¿tú no lo viste?, yo podría haber mentido y contestar que claro que sí, que cómo no habría de verlo, faltaría más, pero nunca se me dio muy bien mentir (tampoco se lo habrían creído) así que decidí pecar de ingenuo, la primera parte sí la vi, la segunda la oí desde la cama, y todo lo que obtuve a cambio fue una mezcla de conmiseración y descojone, como si les diera lástima y risa al mismo tiempo el tener de compañero a un gilipollas al que le no le dejaban ver justo aquello que más le gustaba, justo aquello que todos los demás veían. Pocas veces a lo largo de mi vida (y miren que hay donde escoger) me sentí tan PRINGAO con mayúsculas (y eso que aún no solíamos utilizar esa palabra) como en aquella mañana de viernes.
Fue tal la repercusión de aquel triunfo que TVE decidió hacer algo insólito, volver a emitirlo (esta vez por su primera cadena, evidentemente) en la mañana del sábado 6 de octubre, en las horas previas a la gran Final. Lo cual por supuesto dio pie a que mi madre me lo restregara, ¿lo ves?, tanto disgusto el otro día por no poder verlo y resulta que ahora te lo vuelven a echar, después de la noche que nos diste, ya estarás contento… como si yo aquella noche hubiera sabido que lo volverían a poner, como si fuera lo mismo verlo en directo que en diferido, ella no soportaba que nadie le destripara el final de las películas, en cambio el ver un partido sabiendo ya el resultado debía resultarle de lo más normal, supongo que eso a ella no le parecería que tuviera la menor importancia, qué cosas. Por supuesto que vi por fin todo lo que me había perdido, por supuesto que fue mucho peor haberlo visto porque aún me dio mucha más rabia habérmelo perdido. No, definitivamente ya no tenía yo remedio a esas alturas de mi vida.
Y luego a la tarde/noche la Final, ésta sí puede verla sin problemas, quizás porque fuera por la primera cadena, quizás porque fuera más temprano, quizás porque al ser sábado me dejaran quedarme hasta más tarde, quizás por todas esas cosas a la vez. Enfrente la Yugoslavia del grandioso (en todos los sentidos) Kresimir Cosic pero también de Kicanovic, Dalipagic, Slavnic, Plecas, Jelovac, Jerkov, Turdic, pónganse en pie si no lo están ya. Resultaba una quimera pensar siquiera en poder ganar a aquel impresionante equipo (tanto más cuando ya habíamos perdido claramente contra ellos en la primera fase) pero oigan, al fin y al cabo acabábamos de ganar a la URSS, la campeona olímpica en ejercicio, soñar era gratis, por qué no… Pues no. Ni olerlos siquiera. Fue el principio de una larga sucesión de finales perdidas que tendría continuidad en 1983, 1984, 1999 y 2003 y que se acabaría finalmente en 2006, claro está que todo eso aquella noche aún no lo sabíamos y por eso mismo no nos importó, lo verdaderamente grande ya estaba hecho,éramos Subcampeones de Europa, la mera denominación producía vértigo, mareaba casi hasta decirlo (quizás por la falta de costumbre), quizás por eso hubieron de pasar casi diez años hasta que pudimos volverlo a repetir. Pero ésa ya fue otra historia…
Supongo que llegados a este punto se estarán preguntando por qué no me he limitado a contar sin más aquel partido, por qué demonios me he tenido que poner en plan abuelo Cebolleta y contarles también (una pequeña parte de) mi vida. Sé que no debería haberlo hecho pero sé también que jamás habría podido separar una cosa de la otra, que aquello me afectó lo suficiente como para no poder recordar lo que sucedió entre las cuatro paredes de aquel vetusto Palacio de Deportes de Barcelona sin recordar también lo que sucedió entre las cuatro paredes de mi casa. Quizás aquella noche empezó todo, quizás fue aquella la noche en que una simple afición se me convirtió ya para siempre en adicción. Nada habría sido igual si hubiéramos perdido, nada habría sido igual (ni aún ganando) sin el trauma de no haber podido verlo, un trauma que aún sigue durándome cuarenta años después, de ahí quizás esta catarsis de tener que escribirlo. Toda mi pasión por este deporte, toda mi obsesión por ver baloncesto y luego contarlo, todos estos rollos que les meto periódicamente probablemente tuvieron su origen en aquella mágica noche del jueves 4 de octubre de 1973. Sólo espero que haya merecido la pena.
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José Díaz Tenorio en Twiiter: @Zaid5x5
(Fotos: capturas del partido en TVE)