
A estas alturas de su vida, con 24 años y convertido en una rutilante realidad del baloncesto nacional, Alberto Abalde podría ser campeón del mundo. Cuando Sergio Scariolo dio la lista de España para la Copa del Mundo de China, habló de "cuatro jugadores" que habían decidido no acudir a la convocatoria. Tres eran evidentes y saltaron rápidamente a la palestra del debate público, para críticos y condescendientes: Sergio Rodríguez, Serge Ibaka y Nikola Mirotic.
El cuarto era Abalde, que decidió renunciar a la llamada de la selección para trabajar en su evolución como jugador preparar la siguiente temporada, en la que iba a ser pieza relevante de un Valencia Basket con plaza en la Euroliga.
Justo un año más tarde, el gallego puede lamentar no tener un oro mundial con el que la gran mayoría no contábamos en este país. Pero, viendo sus prestaciones, por mucho que a nivel de currículo pueda tener alguna duda sobre su decisión, no hay el más mínimo reparo en admitir que el paso del entonces ‘taronja’ fue acertado. De un tiempo a esta parte, el vigués se ha erigido en una gran realidad. Ya se vislumbró sin ambages a orillas del Turia, con un equipo que echó enormemente de menos su presencia en aquella semifinal perdida ante el futuro campeón, Baskonia. Pero es que además no está tardando en demostrarlo a su llegada al Real Madrid.
Ver a Abalde en la cancha es como un viaje intergeneracional. Goza del poderío físico acorde e imprescindible en los tiempos modernos, pero tiene esos detalles de la vieja escuela que tanto emocionan a los más clásicos del lugar y que parecen en desuso con el paso de los años. Sus recursos técnicos son exquisitos. ¡Hasta se atreve a tirar a tablero con asiduidad, menuda herejía contemporánea! Tiene en sí ese baloncesto innato del que lo ha mamado en casa –hijo y hermano de jugadores- que hace entender muy bien lo que sucede, los pies en la tierra para entender las exigencias de la elite –lleva años trabajando con un psicólogo, como admitió recientemente en ‘El Mundo’- y la capacidad de trabajo para ponerse físicamente a la altura de los mejores.
Se hace difícil imaginar que esté de momento cerca de su techo, pues no ha cumplido un cuarto de siglo. En la prolija cantera del Joventut se enriqueció hasta destaparse como uno de los más prometedores jóvenes de Europa, pero el salto al siguiente nivel siempre es complejo. En Valencia explotó en un alero que goza de piernas poderosas para penetrar, rebotear y lanzar en suspensión que además es un más que aceptable defensor. En pretemporada se le ha visto hasta jugar algún minuto como base, dado el evidente problema que se le avecina a los capitalinos cuando Facundo Campazzo acabe marchándose. Pero quizá lo que más destaque el actual Abalde sea su carácter. Labró el camino para liderar a su exequipo en el más alto nivel continental, y ahora ha caído de pie en el Real Madrid, tarea que nunca es sencilla y para la que se ha demostrado preparado cual veterano.
De momento, Causeur –no convocado en la Supercopa- y Taylor –sin minutos en la final- han dejado paso en la rotación de Pablo Laso al torbellino vigués, crucial en el tercer cuarto de la final para sostener al Madrid. Entonces, cuando los triples del Barça se sucedían y Mirotic encontró su momento, Abalde (ocho puntos) y Campazzo mantuvieron con vida a un Madrid donde los demás zozobraban en la espesura ofensiva. El gallego atacó el aro con descaro -en distancias cortas o perimetrales-, como tirando ya de galones impropios del novato. En el imaginario siempre quedan más los últimos minutos, como la cabriola circense de Campazzo para sentenciar, pero esas prestaciones previas son de incalculable valor para el vigésimo título de la era Laso en el Madrid.
Abalde no lució en la recta final, cuando apenas participó –solo entró en los últimos segundos, en plena partida de ajedrez entre Laso y Jasikevicius-, dejando su sitio en la cancha para la enésima exhibición defensiva de Rudy Fernández, pero su primera gran faena como blanco ha resultado con una nota muy alta. Cuentan que la camiseta del Real Madrid pesa más que el resto, y que para caer de pie en la casa blanca hay que estar hecho de una pasta especial. El tiempo dirá, pero no cabe duda de que Alberto Abalde está preparado para ser relevante desde ya mismo para su entrenador.
Quizá le pese un tanto no ser campeón del mundo, sería hasta humano. Pero dese luego no parece notar la camiseta. Y viendo su nivel actual, cabe afirmar sin mucho temor a equivocarse que no tendrá demasiados remordimientos en su mochila por el camino recorrido. Para alegría hasta de los de la vieja escuela.