Por sorprendente que pueda parecer, en el actual baloncesto español resulta harto complejo encontrar a equipos que, durante siquiera unos minutos, ocupen la pista con quintetos en los que el número de jugadores nacionales supere al de no españoles. Por eso, y aunque pueda parecer anecdótico, es necesario destacar la apuesta, con excelente resultado, que efectuó Luis Casimiro, entrenador de Unicaja, en el último cuarto de su partido ante Casademont Zaragoza de los cuartos de final de la Copa del Rey.
En la primera parte, el partido había sido claramente maño. El equipo yé-yé del baloncesto español, con un DJ Seeley en estado de gracia (18 puntos al descanso, 29 al final), jugó al alto nivel que ha venido haciendo durante la temporada y demostró quién era el cabeza de serie de la eliminatoria en la que se medía al anfitrión malagueño. Ritmo alto de juego, colapso de la pintura y defensa colectiva como camino hacia un curso más que notable. Pero, eso sí, llegaban algo mermados los maños en lo físico al torneo copero por la ausencia del cubano Javier Justiz, su referente en la pintura. Y a partir del tercer cuarto especialmente se notó. Unicaja encontró la grieta y abusó del rebote ofensivo (21 en total) pese a poner un quinteto "pequeño" en la cancha, con Carlos Suárez como '4' y el portentoso físico del francés Axel Toupane aportando el extra de músculo que se podía perder con el de Aranjuez en la pintura. Funcionó. Los malagueños, con ese prodigio de inteligencia baloncestística que es Alberto Díaz poniendo al Martín Carpena, un día más, a sus pies, cuajaron un gran tercer cuarto (28-15) para engancharse definitivamente a la eliminatoria.
Al inicio del último periodo la dinámica malagueña ya era voraz. A Casademont Zaragoza parecían fallarle las piernas, que no el alma, y entonces se produjo lo que no debería ser noticia, pero sin duda lo es. Luis Casimiro puso en cancha a Alberto Díaz, Jaime Fernández, Darío Brizuela, Carlos Suárez y Rubén Guerrero. Todos a la vez, como si el jugador español de pronto se hubiera multiplicado como en Cafarnaún. Y funcionó. Díaz, Brizuela y Fernández aportaron vértigo y puntos, la veteranía Suárez ejerció de jefe de operaciones en la cancha y Guerrero, malagueño regresado el año pasado de la NCAA estadounidense, confirmó que la apuesta de su entrenador era la correcta. El pívot firmó, debutando en una Copa del Rey, 12 puntos y 9 rebotes, 5 de ellos ofensivos. Números descollantes, rebosantes de ilusión para un baloncesto español donde no sobran los tipos de siete pies.
A rebufo de su quinteto nacional, el Carpena fue el de las grandes ocasiones. Rugió, cantó su himno a Capela, rebosó orgullo e hizo avanzar a un Unicaja del que tan justo es decir que lleva una temporada enormemente irregular como que su momento de forma previo a la Copa era bastante mejor que el de unas semanas antes, como si preparara su gran momento del curso con el torneo copero y la fase decisiva de la Eurocup, su anhelada puerta hacia a la Euroliga. Y en ese escenario, con las fuerzas flaqueando, al Casademont no le bastó con su 'rasmia', la palabra aragonesa que han hecho suya los de Fisac y que no es más que un sinónimo del tesón necesario para acometer una tarea. Ese que ayer también le sobró a Unicaja.
Permitan alguna idea general más. La primera, que esta Copa está resultando apasionante en la cancha. Quizá a nivel de animación no sea la mejor de los últimos años, pero en lo que pasa en el parquet de 28x15 está siendo divertidísima. Tres de los cuatro cabezas de serie eliminados a la primera, gloria bendita para un baloncesto al que a veces se acusa de previsible y para un torneo que siempre presumió de sorpresas pero que desde 2009 no gana nadie que no sea Real Madrid o Barcelona. No ha habido un solo partido de trámite. En el más claro, el Real Madrid apenas ganaba por seis a Bilbao Basket a cinco minutos del final. Además de la emoción, las anotaciones están siendo altas. Como el ritmo. Miel sobre hojuelas.
Porque en la otra eliminatoria también hubo sorpresa. Cayó Iberostar Tenerife. Para muchos, entre ellos el que firma, el gran favorito para meterse en la final por ese lado. Y lo hizo ante un Morabanc Andorra capaz de dejar a su ex Gio Shermadini en números notables pero "terrenales", 19 puntos y 4 rebotes. La exhibición de Marcelinho Huertas, qué jugador, fue insuficiente. Sus 20 puntos y 12 asistencias le llevan a ser el jugador que más pases de canasta ha dado en la historia de la Copa del Rey pero no meten a los aurinegros en la semifinal.
Por último de este partido. Qué difícil es arbitrar baloncesto. Es complejo, diría que imposible, que haya un juego donde pasen más cosas en menos tiempo. En los tres últimos segundos de partido, el propio Huertas perdió un balón por pisar la línea de fondo, Jeremy Senglin cometió una discutible falta en ataque sobre el brasileño sin el balón en juego, los árbitros tuvieron que impedir las triquiñuelas de dos entrenadores que intentaron colársela poniendo en el campo a jugadores que reglamentariamente no podían estar en el mismo y quedó tiempo para otra jugada en la que, a ojos de este redactor, pareció haber una evidente falta sobre Lau Konate que bien podía haber dado el pase a los tinerfeños y que desató las iras aurinegras. Ganó Morabanc e Iberostar acabó enfadado con los colegiados. Probablemente si hubieran vencido los canarios los del Principado habrían sentido lo mismo. Cuando hay logros tan relevantes en juego y pasan tantas cosas y a tanta velocidad en la cancha, a uno le cuesta reprochar en exceso al colectivo arbitral, al que por supuesto hay que exigirle una profesionalidad y honestidad incuestionable. En ese escenario, la única certeza es la de que no existe deporte más difícil de pitar que el de la pelota naranja. Aunque en la Copa se vuelva blanquinegra.