1) El dinero está en Asia, pero… ¿vale todo?
En pleno 2019 cuesta entender que la prensa no tenga libertad de movimientos y dificultades para comunicar desde la sede de una Copa del Mundo de baloncesto. En China ha sido así. El proceso de acreditaciones resultaba interminable e incluso a varios periodistas, entre ellos tres españoles, se les retuvo el pasaporte antes de la semifinal ante Australia y todavía no saben muy bien por qué. La próxima Copa del Mundo, en 2023, se jugará en Filipinas, Japón e Indonesia. Se repetirá Asia, caladero económico actual, pero desde luego en países con distintas libertades al chino. En todo caso, a futuro la FIBA debería tomar nota de algunas cosas que resultan del todo inaceptables.
2) Antetokounmpo no queda marcado. Skourtopoulos, sí
Grecia ha sido una de las selecciones que ha decepcionado en el torneo. Eso sí, no era difícil vislumbrar que, sin una pléyade de tiradores rodeando al colosal Giannis Antetokounmpo, los helenos sufrirían para sacar lo mejor del MVP de la NBA. Para colmo de males, su mejor anotador exterior, Kostas Sloukas, llegó muy justo al torneo, tras una inoportuna lesión muscular dos semanas antes. En ese escenario, pensar que los helenos no pasarían de grupo no era fácil, pero sí parecía lógico que tuvieran problemas en algún momento avanzado del torneo. Ahora bien, no cabe comprar ese argumento de que ‘Grecia es peor con Antetokounmpo que sin él’. No, no y no. Ningún equipo puede ser peor cuando tiene sobre la cancha a un jugador tan devastador y tan especial. Eso sí, no es fácil adaptar sus particularidades al baloncesto FIBA, muy especialmente a su defensa. Y es ahí donde debe aparecer el trabajo de un entrenador para sacar partido de semejante jugador. Por eso, quien realmente ha quedado marcado de lo sucedido en China no es Giannis Antetokounmpo, sino el técnico Thanasis Skourtopulos, incapaz de hacer que un buen equipo con el mejor jugador de la mejor liga del mundo en sus filas se meta siquiera entre los 16 mejores del globo.
3) Lo de Australia no es cuestión de dioses ni de la sede de la FIBA
Es un hecho que a Australia se le hacen largos los torneos. Tanto en los Juegos de Río en 2016 como en esta Copa del Mundo de China, los boomers han sido el equipo que ha hecho mejor baloncesto. Mills, Ingles, Dellavedova y Bogut son estirpe NBA pero pueden jugar perfectamente en FIBA. Y hacer jugar al resto, que es lo más importante. Su juego colectivo es gloria para los ojos del aficionado y un tormento para el rival, como sufrió España durante 35 minutos. Además, siguen sacando jugadores, como Jock Landale, otra joya que este año cocinará en el Zalgiris Kaunas Sarunas Jasikevicius. Pero llegados al momento cumbre de los torneos, le falta algo. Como resulta complejo acusar de falta de experiencia a un equipo con tantos partidos a sus espaldas tanto en FIBA como en ‘playoffs’ de la NBA, echar un ojo a su corta rotación parece más lógico. A la hora de la verdad, a los ‘aussies’ les faltan argumentos saliendo desde el banquillo. Eso, y madurez competitiva, porque la derrota ante España no vino porque la sede la FIBA esté en Suiza (alguien debería contarle alguna cosa a Andrew Bogut) ni porque los dioses del baloncesto besen a España en salva sea la parte, como argumentó de forma un tanto naif el histórico pívot de los Bulls de Michael Jordan, Luc Longley. Realmente, Australia se quedó a sólo un tiro libre de estar en la final, y quien sabe si de ser campeona del mundo a estas horas, como se quedó a un punto del bronce en Río. Todo ello, sin Ben Simmons o Dante Exum, dos portentos que, bien entendidos, algún día la pondrán en otra dimensión. Siempre y cuando quien sea entonces su técnico no haga un Skoutopoulos, claro.
4) África no termina de llegar
Un poco a imagen y semejanza de lo que sucede en el fútbol, el baloncesto lleva tiempo mirando al continente africano consciente de que en algún momento surgirá allí una selección potente capaz de llegar lejos en una Copa del Mundo. Africa is coming, se dice, no sólo en lo deportivo sino a nivel social. Este mismo verano, Mali se proclamó campeona del mundo sub 19, en un hecho sin precedentes en categorías inferiores. Sin embargo, este torneo ha supuesto una decepción para los que esperaban que esto se produjera ya mismo a nivel absoluto. Ningún equipo africano fue capaz de meterse entre los 16 mejores, lo que ha supuesto una decepción especialmente en lo que a Nigeria se refiere, toda vez que por plantilla podía perfectamente haber estado en esa elite. Pero no fue así. Costa de Marfil, Senegal y la propia Nigeria tuvieron todo tipo de problemas en la preparación, amenaza de huelga mediante por no tener los jugadores las mínimas condiciones necesarias para preparar un mundial. El equipo más serio fue Túnez, donde la organización y el estilo de juego es más parecido a los equipos europeos, pero que no llega al poderío físico ni de lejos de los combinados del África negra. Cuando alguna selección consiga encontrar ese punto intermedio, África definitivamente habrá llegado.
5) China se estanca
El batacazo que se ha pegado el anfitrión en el torneo es ingente. Tuvo un grupo asequible en la primera fase, con Polonia, Venezuela y Costa de Marfil y no fue capaz de pasarla. Ya en la segunda, tras sudar tinta para ganar a Corea del Sur, la derrota ante Nigeria la dejó fuera de los Juegos Olímpicos, donde estará Irán como representante asiático, además de Japón como organizador. El gran gigante asiático lleva años gastando enormes cantidades de dinero en un deporte mucho más adherido a su ADN que el fútbol, y con Yao Ming, su mayor figura histórica, al frente de su federación. Pero su imagen, más allá de los resultados, ha sido esperpéntica. Un equipo con una estructura y un sistema de juego anclado en el pasado, con dos pívots enormes casi siempre en la cancha y una notoria falta de creatividad en el juego exterior. Algunos de sus iconos, como Guo Ailun o Zhou Qi, millonarios y enormemente populares en China, se han dado cuenta de lo que es la realidad fuera de sus fronteras (por mucho que Zhou Qi haya incuso jugado ya en NBA) y han demostrado estar muy lejos del nivel necesario para competir de verdad a los mejores equipos de América y Europa.
6) Japón sí llega, y a la carrera
Durante años se ha visto a Japón como una mera comparsa en el universo baloncesto. Su selección era de un nivel infame, como aquella que se enfrentó a España en el camino de los 'Pepu' Hernández hacia el oro en 2006. Tras ello, ni comparecieron en 2010 en Turquía y España en 2014. Pero Japón, históricamente entregada al fútbol y el béisbol, lleva tiempo invirtiendo en baloncesto, con los Juegos Olímpicos del próximo año y la Copa del Mundo de 2023 como gran reto, al ser anfitrión en ambos. En Japón, con Julio Lamas en el banquillo, se ve eso que China no ha sido capaz de hacer: dar pasos al frente. Y además, el físico empieza a acompañarles. Baba, Hiejima o Tanaka son aleros acordes a lo que se estila en el siglo XXI, con piernas poderosas capaces de mirar a la cara a rivales de tierras lejanas como nunca antes. Yuta Watanabe, en el ostracismo de la NBA, es un alero enorme con buena técnica y un gran tacto en el tiro a canasta. Y además, está emergiendo un unicornio. El hombre que cambiará para siempre el baloncesto nipón: Rui Hachimura, un ala-pívot de 204 centímetros y 105 kilos que ya ha sido elegido en el número 9 del draft de la NBA por los Washington Wizards y que juega al baloncesto como los ángeles. Mucho más allá de ser una bestia física, entiende el baloncesto y sabe jugar para él y los demás. El tema es si podrá ser ese mismo jugador en la liga americana, donde quizá se quede algo pequeño para jugar de ‘4’. Pero desde luego que en baloncesto FIBA va a dar que hablar. Este icono social en Japón, de raza negra por ser hijo de beninés en un país donde el 99% de la población es puramente japonesa es, junto a la tenista Naomi Osaka, el primer reflejo del Japón más multicultural y de lo que está por venir. Quizá, en el fondo, Sebas Sáiz no ande desacertado con su fichaje para la liga nipona.
7) La confirmación del small ball
Esto no ha sido una sorpresa, pues el baloncesto lleva años evolucionando a un juego donde los bajitos marcan la pauta. Si China ha sido incapaz de competir mínimamente con dos torres en la cancha, a Serbia le ha ocurrido algo similar. Sasha Djordjevic presumió en la preparación de su tall ball pero no ha sido capaz de llevarlo a cabo con éxito. Tener a Jokic, Marjanovic, Raduljica y Milutinov en la misma plantilla suena a lujazo inalcanzable para el resto de mortales… pero hacer jugar a ese equipo no era fácil. Y así ha sido, pues el ingeniosísimo Jokic no pudo adaptarse a los requerimientos de un ‘4’ moderno en el baloncesto FIBA. España, donde Claver jugó la mayor parte de sus minutos como ala-pívot, o la propia Estados Unidos, sin apenas referencia interior clara, ya se han dejado llevar por el small ball. A Serbia le tocará reinventarse, ya sin Djordjevic en el banquillo. Eso sí, para ganar se sigue necesitando una referencia en la pintura, llámese Marc Gasol o Luis Scola. El pívot bajo sospecha, pero larga vida al pívot. La paradoja del baloncesto moderno.
8) El arbitraje: un tiro en el pie de la FIBA
No anda precisamente el mundo del deporte para jugar con estas cosas, y la guerra entre FIBA y Euroliga ha vuelto a hacer que, tal y como sucedió en el Eurobasket de 2017, los árbitros de la mejor competición europea no hayan pitado en la Copa del Mundo. Un dislate promovido por los que ponen sus intereses y sus sillones por encima del bien común del baloncesto y que ha desesperado a jugadores y entrenadores desde el día uno del torneo. Que pregunten si no en Lituania, por ejemplo, donde todavía braman por su polémico final ante Francia. Pero los bálticos no fueron ni mucho menos los únicos, y las quejas sobre el criterio arbitral fueron rutina habitual durante el torneo. Ante esta ridícula situación en un juego de tronos nada beneficioso para este deporte, solo cabe preguntarse: Quo vadis, FIBA?
9) Micrófonos en los árbitros, ¿por qué no, ACB?
Al César lo que es del César. La idea de la FIBA de poner micrófonos en los árbitros que eran perfectamente audibles en la retransmisión televisiva ha sido una gran medida. Aporta claridad y limpieza a la competición y disipa cualquier tipo de teoría conspiratoria. Una postura que hay que aplaudir y que no debería tardar en implantar la ACB para la Liga Endesa. ¿Habría sido menos polémica la final de la última Copa del Rey de haber podido escucharse la conversación entre Juan Carlos García González y Miguel Ángel Pérez Pérez que acabó dándole el título al Barça? Seguramente no, pero al menos sabríamos los motivos que les llevaron a decidir tan erróneamente una situación tan decisiva. Y quizá no haría falta dar explicaciones vacías de contenido que nadie ha terminado de creerse. FIBA ha dado el primer paso. Es tu turno, ACB. Es necesario.
10) Bohacik o Sokolowski están ahí y siguen jugando en su país.
Este tipo de competiciones suelen ser el mejor escaparate para relanzar carreras o dar a conocer a algunos jugadores hasta ahora en un escalafón inferior. Hasta el mismo Luis Scola ha conseguido que, a los 39 años, su nombre se vincule al Real Madrid, casi nada. Pero entre los más desconocido, dos nombres han llamado mucho la atención y deberían estar ya en la agenda de más de un equipo ACB. Jaromir Bohacik, escolta de la República Checa, ha sido una de las sensaciones del torneo, con más de 15 puntos por partido para lograr una magnífica sexta posición en el debut mundial de los checos como país independiente. Este escolta zurdo de 27 años tiene muchísima capacidad para anotar y sigue jugando en el Nymburk de su país. Peor aún parece el caso de Michal Sokolowski, alero polaco de 26 años que la próxima temporada jugará en el Anwil Wroclawek y que, por detrás de los consolidados Ponitka y Waczynski en la rotación de su país, ha demostrado ser jugador para torear en mejores plazas. Poderío físico, conocimiento del juego y esa intuición para ir un segundo por delante de lo que pasa en la cancha que pocos tienen son algunas de las armas de Sokolowski, no exento de capacidad de anotar si la situación lo requiere. Bohacik y él son solo dos ejemplos de algunas perlas que han brillado en la Copa del Mundo y que, con una edad perfecta para dar el salto al siguiente nivel, deberían estar ya en la libreta de muchos directores deportivos.