A este bendito deporte llamado baloncesto se puede ganar de muchas formas. Cierto es que normalmente gana el mejor equipo, especialmente el que tiene más capacidad para meter puntos en ataque. Pero no siempre es así. Ni mucho menos. Y cuando eres objetivamente inferior en talento hay que saber jugar a otra cosa. Esta España no es ni de lejos la de la última década. Es, desde luego, peor equipo que Australia en ataque. Pero el gen competitivo que caracteriza al jugador español desde el inicio de los ochenta permite que España sea posiblemente el equipo más difícil de ganar en el planeta. España no siempre juega bien. No siempre nos enamora. Pero España compite. Compite hasta el final. Y si el rival flaquea, España está siempre ahí. Y normalmente, cuando el partido llega a lo emocional, gana.
¿Cuántos equipos han sido capaces de sacar de la cancha a España en los últimos veinte años? Acaso Estados Unidos en la primera fase de los Juegos de Pekín, Eslovenia en la semifinal del Europeo de 2017 y Francia en aquel doloroso tercer y cuarto puesto del Europeo de Belgrado en 2005. Nadie más ha conseguido que España llegue sin opciones a los tres últimos minutos de partido. En más de casi dos décadas. Palabras mayores. España compite y compite. Y sigue compitiendo. Siempre está ahí. Aunque ya no sea la mejor en términos de talento. Porque no lo es. Pero tiene algo que los demás no. Y no es físico, ni técnica. Es algo diferente.
El duelo ante Australia en la semifinal de esta Copa del Mundo de China forma ya parte del imaginario colectivo. Todos recordaremos en quince años donde estábamos aquella mañana de las dos prórrogas en la que Sergio Scariolo terminó de coronarse como el mejor seleccionador español de siempre, ya sin discusión posible. En la que el partido trascendió lo deportivo y alcanzó lo etéreo, y ahí España se comió a Australia. Cincuenta minutos inolvidables ya, con Marc Gasol dejando atrás sus problemas físicos para cuajar una segunda parte monstruosa. 4 puntos llevaba al descanso. 33 al final. Con Sergio Llull convertido en una sombra del sensacional Patty Mills para secarle en la recta final del duelo y hacerle de noche a los australianos, clarividentes hasta entonces, cada ataque. Y con ese Llull único capaz de llegar a la segunda prórroga con dos de ocho en tiros de tres y en ese momento, con la angustia en la cara y la enorme fatiga en las piernas, asestar dos puñaladas desde el perímetro al corazón de los ‘boomers’, que todavía no se explicaban de dónde habían emergido esos españoles que llevaban muchos minutos jugando peor que ellos al baloncesto.
Con ese Rudy Fernández seguramente discreto en lo estadístico pero colosal en lo intangible, verdugo de Joe Ingles en defensa, omnipresente en las ayudas, oportunísimo en algún rebote ofensivo. Como Claver, al que nadie debería poner en duda nunca más, por más que no vaya a ser ‘el nuevo Toni Kukoc’, como muchos querrían. Qué odiosas e innecesarias son las comparaciones. El que sí es Capitán General de este equipo es Ricky Rubio, en su punto máximo de madurez. Sus decisiones en la cancha no siempre son las mejores, pero su olfato para este juego es portentoso. Rozó el triple doble (19 puntos, 12 asistencias, 7 rebotes) pero, más allá de lo numérico, asumió. Asumió como nunca, decidiendo en la recta final. Anotando él. Encontrando a Gasol al poste, inabordable para los australianos. Y a Llull, liberado y desatado, certero en el triple.
España tiene carencias, y las mostró. Qué más da eso ahora. Australia llegó a superar la decena de ventaja mediado el tercer periodo, con el diablo Mills imparable (39-50). El partido era lo que quería el base de los San Antonio Spurs. En esas, España abusaba del triple. Pero competía y competía. Se partía la cara en cada ataque ‘aussie’, como si la vida le fuera en ello. Cada canasta costaba sangre, sudor y lágrimas pero el propósito era que al rival le pasara igual. Es en esos momentos donde hay que medir a un entrenador. Y entonces Scariolo sacó a relucir la decisión que cambió el guión del partido. Ordenó una defensa zonal en caja y uno sobre Patty Mills, al que Llull se agarró cual garrapata, para no soltarlo nunca más. El balear empezó a chuparle la sangre al australiano. Los focos australianos se apagaron y poco a poco España, aferrada al partido como siempre, empezó a comerle el terreno al rival. Lo que eran ocho puntos pasaron a cinco. Luego a ponerse a tiro. Finalmente, incluso a tomar la iniciativa a ocho segundos del final por primera vez desde el inicio (71-70). Ahí la angustia ya era oceánica. España, víctima propiciatoria, ya no se iba a ir del partido. Tendría que echarla Australia. Y eso, ya lo hemos dicho, es casi imposible. Se cuentan las veces en veinte años con los dedos de una mano. Aún pudo ganar Mills, pero se dejó un tiro libre por el camino y al tiro lejano de Ricky Rubio le faltó un pelo para emular aquel histórico en la final del europeo cadete en Linares, el día que todos conocimos a aquel chaval que firmó 51 puntos, 24 rebotes, 12 asistencias y 7 robos y tumbó a los rusos casi él solo. Habría sido el acabose, pero España ya estaba ahí. La garrapata empezaba a hacer flaquear las fuerzas del oponente.
Arrancó España furiosa la primera prórroga, con cinco puntos de Gasol (76-71), aunque los problemas en el rebote defensivo permitieron a Australia igualar rápido. Las piernas pesaban ya y cada punto era un dolor de muelas. A ambos lados de la cancha. El último resuello australiano llegó al límite de ese tiempo extra. 78-80 y dos tiros libres para Gasol a cuatro segundos del final. Y el pívot de los Raptors, frío como un témpano, anotó los dos para prolongar el duelo cinco minutos más. Como había hecho también a ocho segundos en el tiempo reglamentario para poner a España por delante en el 71-70. Cuatro tiros libres para la leyenda de nuestro baloncesto. Normalmente, un pívot puro se dejaría alguno en el camino. Gasol anotó los cuatro sin dudar lo más mínimo en situaciones de máxima agonía. Cuánto vale un pívot que meta los tiros libres, se dijo siempre. Cuánto valen ya esos tiros de Gasol.
Ahí se acabó emocionalmente Australia. La garrapata Llull ya le había secado el cerebro a Mills, que no encontró mejores opciones que Chris Goulding en la prórroga para tomar los tiros decisivos. Un secundario que demostró no estar a la altura del reto. España, mientras, encontró al propio Llull en pleno estado de ebullición. Y el de Mahón no es el que era físicamente, pero cuando está con confianza es un jugador casi irrepetible en esos momentos decisivos. Un triple. Otro. Mientras, Mills aturullado. Y España, claro, compitiendo. Chupando sangre ‘aussie’ y volando a la final. Dejando a Australia sin vida en Pekín. Increíble.
¿Dónde estabas aquella mañana del 13 de septiembre de 2019? Diremos en unos años. Viendo a España superarse una vez más ante un equipo mejor. Viendo a España dejar sin alma a una Australia que lleva años jugando como los ángeles, pero a la que le falta ese gen que España luce para ganar cuando parece imposible. Viendo a España competir, como siempre. Y viendo a España triunfar. Como casi siempre.
- Ficha técnica:
95 - España (22+10+19+20+15): Ricky Rubio (19), Rudy Fernández (2), Juancho Hernangómez (8), Víctor Claver (9) y Marc Gasol (33) -cinco titular-, Pau Ribas (7), Pierre Oriola (-), Willy Hernangómez (-) y Sergio Llull (17).
88 - Australia (21+16+18+16+9+8): Patty Mills (34), Matthew Dellavedova (6), Joe Ingles (4), Aron Baynes (6) y Jock Landale (3) -quinteto inicial-, Andrew Bogut (12), Mitch Creek (2), Nic Kay (16) y Chris Goulding (5).
Árbitros: Guilherme Locatelli (BRA), Tolga Sahin (ITA) y Omar Bermudez Mariscal (MEX). Sin eliminados.
Incidencias: Primera semifinal del Mundial de China, disputada en el Wukasong Sports Center de Pekín ante unos 9.000 espectadores que llenaron el recinto.