Cuesta todavía asumir lo vivido en el Wizink Center en el segundo partido de la final de la Liga Endesa. La victoria del Real Madrid ya es eso que los americanos llamarían un instant classic. Un partido que, nada más sonar el bocinazo final, se convierte en historia del deporte. En esta ocasión, los motivos son una remontada inverosímil, acaso imposible, en un duelo dominado desde el salto inicial por un Barcelona Lassa mucho más intenso que el primer encuentro, donde pareció ir, si no de paseo a la capital, sí con poca necesidad por ganar una competición que lleva un lustro sin alzar.
Así que los catalanes hicieron lo que debían tras el meneo del sábado, y eso no era otra cosa que poner un altísimo nivel físico en su defensa. Con ello consiguieron que los locales no alcanzaran la decena de puntos hasta que quedaban cuatro segundos para acabar el primer cuarto, registro a todas luces anómalo para el Madrid de la era Laso. Y ese fue el guión que marcó el partido. Con eso, y con un extraordinario Thomas Heurtel, del que hablaremos un poco más adelante. El hecho es que el Barça casi siempre fue mejor, pero acabó llevándose un sopapo anímico de una dimensión difícil de calcular y del que puede costarle levantarse. Entre un 1-1 casi certificado y un doloroso para los azulgranas 2-0 antes de viajar a la Ciudad Condal, el pronóstico de la final varía una enormidad.
El último minuto y medio tuvo tantas cosas que es imposible glosarlas en un texto. Muchos recuerdan aquella disparatada final perdida por Baskonia en 2005 con ese triple imposible de Herreros, pero sería injusto ello con el Barcelona. Los de Pesic no hicieron las cosas tan mal como esa tarde los de Ivanovic. El Madrid, eso sí, tuvo el mismo acierto. En parte, la misma fortuna, factor determinante en un epílogo así. Si otrora los triples locos de los de Boza Majkovic entraron, en este caso cayeron en la cesta los de Llull y Randolph, ambos con el punto de mira desviado hasta entonces, y por supuesto el de Jaycee Carroll. Y en esas, casi sin darse cuenta y después de haberse dejado algún tiro libre por el camino, el Barcelona, que dominaba por once apenas un minuto y medio antes, se encontró con Sergio Llull en la línea de tiros libres con 77-80 a 9.4 segundos del final.
El balear anotó el primero y falló el segundo, desatándose entonces la tormenta perfecta en clave blanca. Para comenzar, Rudy Fernández expuso el reglamento al límite para entrar en la zona a por el rebote antes de lo debido, consciente seguramente de lo difícil que era pitar eso en ese preciso momento, con tantos puntos de atención para los árbitros. Tras cazar el rebote, el mallorquín encontró en la esquina a Sergio Llull. Ahí, en un alto porcentaje de situaciones, el gran referente blanco de los últimos años habría asumido la responsabilidad. Pero, lejos de las dudas que le han arreciado con su toma de decisiones esta temporada, eligió la opción perfecta. Primero, renunciar al triple, ganando espacio hacia el aro para una suspensión que daría la prórroga. Después, ya en el aire, ver a Jaycee Carroll en el alero contrario. Y poner el balón exactamente en las manos del de Wyoming, en cuya acción hay que detenerse. Porque obviamente su tiro acabó entrando y es lo que quedará en el recuerdo, pero sería injusto obviar el movimiento previo. Una finta de tiro de un valor incalculable para zafarse de la envergadura de Víctor Claver y lanzar absolutamente solo un tiro para engordar la leyenda de 'Boom Boom Carroll', quizá el mayor francotirador del baloncesto europeo en la última década. En esa finta hay una clave fundamental, y es la sangre fría del de Wyoming, perfectamente consciente de tener el tiempo necesario para el amago y el paso lateral que le liberaría de la oposición rival. El mérito de controlar el tiempo en una situación de tanta agonía lo indica que a Claver le ocurre exactamente todo lo contrario. El valenciano, experto defensor, salta a la desesperada, lo que nunca se debe hacer ante Carroll, salvo precisamente que el tiempo se agote. El del Barça vuela a puntear el tiro pensando que al del Madrid no le dará tiempo a fintar. Pero Carroll es el que realmente controla la situación. Esa finta es, probablemente, la acción decisiva del partido. Por más que, lógicamente, el tiro entrara después. Pura técnica individual y pura sangre fría mormona.
Pero reparemos en algo. El triple del jugador formado en la Universidad de Utah State es también el premio a una apuesta de un entrenador. Carroll no estaba pasando por su mejor momento durante estos playoffs. En los seis partidos previos, promediaba apenas trece minutos y 7'3 puntos. En la apertura de la final, aportó una canasta en cinco minutos. Sin embargo, tras ejercer de desatascador de los embarrados minutos del Real Madrid en la primera mitad, Pablo Laso no tenía motivos para dejar en el banquillo a su veterano escolta. Y no lo hizo, más allá de lo imprescindible para el descanso físico. Cuando Carroll recibe el último balón de Llull llevaba, a sus treintaiséis años, veintidós minutos y quince segundos de juego. Y veintidós puntos. Un par de segundos después, sumaba veinticinco tantos y una canasta para la historia, como premio a la confianza de su entrenador en reconocerle el trabajo bien hecho. Mientras, desde el banquillo del Barcelona, y vaya usted a saber por qué, observaba la acción Thomas Heurtel. Detengámonos ahora en el talentosísimo base galo.
La relación del francés y Svetislav Pesic no es idílica. Es mala, de hecho. Las broncas por casi cualquier cosa del técnico a su pupilo están a la orden del día. La exigencia es necesaria, por supuesto, más para un talento así, pero es obvio que el técnico no mira a su base con el mismo ojo que a otros compañeros. Y la inquina personal de Pesic unida a una alta dosis de racanería le costó al Barcelona una derrota que pudiera ser decisiva. El rendimiento de Heurtel en el partido fue absolutamente descollante. Hizo lo que quiso una y otra vez con la defensa del Real Madrid, a la que buscó las costuras repetidamente. Su 10 de 13 en tiros de 2 es una cifra descomunal para un base. Pero el talento está eternamente bajo sospecha y parece norma obligada que su entrenador no le deje jugar mucho más de veinte minutos, exactamente los que tuvo pese a su excelso rendimiento, que le llevó a anotar treinta puntos de todos los colores. Desquició primero a Taylor y luego hizo lo mismo con Campazzo, ambos defensores de elite en Europa.
Pero para Pesic no era suficiente, y puntualmente le enviaba al banquillo. De nuevo, vaya usted a saber por qué. Porque cada vez que Heurtel se sentaba, el Real Madrid aprovechaba para remontar. Pasó hasta tres veces en el encuentro. Dicen del galo que no defiende, y desde luego no es el paradigma del buen hacer en la pista trasera. Pero el '+/-' del francés, la estadística que mide el impacto de un jugador en los minutos que pasa en la pista, fue el mejor de su equipo, con un +7. Sin embargo, Pesic prefirió mandarlo religiosamente al banquillo de cuando en cuando, no fuera a ser que el base se fuera a creer lo que no es, pese a que todos los ojos que veían el encuentro sabían que Heurtel tenía el partido en su bolsillo, inabordable para el Real Madrid. Anotar treinta puntos en baloncesto FIBA con altos porcentajes es una actuación memorable. Y la sensación es que, si hubiera jugado treinta, habría anotado cuarenta y cinco, o cincuenta. Y entonces el Barça ahora tendría un empate en la final. Pero Pesic prefirió tirar de rígido libreto y racanería antes que tener la cintura de apostar por un jugador genial en estado de gracia. El talento, siempre bajo sospecha, por supuesto. Vaya usted a saber por qué.
El triple de Carroll ya se guarda en el imaginario colectivo junto al de Marcelinho Huertas en la final 2012. Allí se incluye también aquella prodigiosa penetración de Fernando San Emeterio para hacer campeón al Baskonia en 2010. O la agónica suspensión de Sergio Llull en Málaga para ganar una Copa del Rey en 2014. Instant classics que los aficionados del baloncesto ya tienen en su haber para siempre. Mientras, Svetislav Pesic sumará a su extraordinario currículum vitae un debe por una tacañería difícilmente explicable que le costó a su equipo el segundo partido de la final de la Liga Endesa. A veces hay que salirse del guión. Pablo Laso lo hizo y le salió bien. El veterano serbio no puede decir lo mismo y dejó demasiado tiempo en el banquillo al indiscutible jugador del partido. Vaya usted a saber por qué.