"Somos un equipo campeón, somos un equipo campeón", repetía Facundo Campazzo en el vestuario del Real Madrid minutos después de la derrota blanca ante el CSKA de Moscú en la Final 4 de la Euroliga. Pareciera que el cordobés necesitara autoconvencerse a sí mismo y a sus compañeros de la capacidad de un equipo que pocos minutos antes dominaba por 13 a un CSKA en el que sólo Sergio Rodríguez parecía a la altura de las circunstancias a poco más de 2 minutos del final del primer cuarto. De hecho, probablemente ese 58-71 era un marcador hasta corto, pues existía la sensación que en cada apretón de los de Laso a los rusos se les veían las costuras.
Se había hablado en la previa de cómo el 'pequeño' equipo de Dimitris Itoudis podría afrontar los centímetros del de Laso. Y efectivamente, el primer cuarto fue el mejor reflejo de que, sencillamente, no iba a poder mientras Edy Tavares estuviera en la cancha. El caboverdiano condicionó absolutamente todo el juego en un primer cuarto descomunal, en el que a ojos de los rusos parecía poco menos que un monstruo que comía niños. Un alley-oop inicial, un gorro por aquí, otro mate por allá, rebotes por doquier, otra canasta más. 6 puntos, 7 rechaces y 3 tapones en apenas 8 minutos que probablemente no pueda firmar ningún otro jugador hoy día en el Viejo Continente, por esa sensación que el gigante genera de estar jugando contra infantiles. Sacó incluso una bandeja rusa tras tocar en el aro que los árbitros, erróneamente, no permitieron, dando dos puntos a los de Itoudis. Tavares era inabordable para el CSKA, al que además el Madrid defendía de forma notable los cortes de De Colo por línea de fondo, cerrándole las líneas de pase. Sólo los 7 puntos y 2 asistencias del 'Chacho' Rodríguez permitían resistir en el encuentro a esos rusos otrora campeones que parecían juguetes en unas enormes manos de Cabo Verde.
Sin embargo, el segundo cuarto empezó a vislumbrar un problema que, no por sabido, deja de ser menos preocupante para el Real Madrid. Y es que Sergio Llull y Gustavo Ayón, puntales indiscutibles del 'lasismo', distan mucho de estar en su mejor momento de forma. Al primero sigue sobrándole colmillo afilado y pasión competitiva para no arrugarse, pero su puntería no es la pretérita, lo que le lleva a generarse una ansiedad que le hace seleccionar mal buena parte de sus lanzamientos, mientras el segundo, maestro tantos años de la línea de fondo, sufre tanto en ataque como en defensa, donde los pívots rivales le atacan con descaro cuando está en cancha. Y lo peor para los suyos, lo hacen con buenos resultados. Con Sergio Rodríguez multiplicándose en el exterior ante el desacierto de De Colo y ese martillo pilón que es Will Clyburn escoltándole en la anotación, el CSKA no tardó en volver al partido, en un puño al descanso (43-45).
Pero francamente, había poca duda de la superioridad blanca. Por más que Tavares ya no fuera más un factor, pues le cayeron la tercera y la cuarta faltas por la vía rápida en sus intentos de volver a la cancha, el Madrid fluía comodísimo con un Fabien Causeur que le ha cogido el gusto a eso de ser el líder de la ofensiva blanca en el tercer cuarto. Sus 20 puntos en Burgos en la Liga Endesa hace unos días en ese periodo le mostraron el camino para, con esa zurda prodigiosa que maneja, volver loco a un CSKA al que sólo el goteo incesante de tiros libres permitía seguir con opciones. Mientras, Campazzo dominaba como en la serie ante Panathinaikos, Rudy Fernández era el de las grandes citas y el Madrid acariciaba una final por la que casi nadie parecía temer, por más que los blancos empezaran a ofuscarse demasiado por la actuación arbitral. El guión parecía marcado: la leyenda negra del CSKA en la Final 4 se perpetuaría, y el Madrid buscaría el domingo reeditar su título ante el sorprendente Efes que lidera esa demoniaca pareja exterior que forman Vasilije Micic y Shane Larkin.
Pero, ay amigo, hete aquí que entonces todo implosionó. Rudy Fernández se equivocó dejándose pitar una técnica inoportuna, a Pablo Laso le cayó otra y todavía no se sabe muy bien por qué, tras tirarle la toalla a su asistente Paco Redondo mientras se quejaba de que Tavares fuera el encargado de sacar de fondo. Volvió Llull a pista y el CSKA olió la sangre, atacando al menorquín, tampoco en plenitud defensiva. La cosa empezó a estar en manos de los 'Sergios'. Rodríguez atacaba a Llull tanto como Llull lo hacía con Rodríguez. Mientras, seguía el incesante peregrinar ruso al tiro libre, con hasta 42 visitas finales, por 24 blancas, con De Colo empezando a tener unos números de impresión pese a sumar, en líneas generales, un partido discreto durante muchísimos minutos.
Tras tres triples prácticamente consecutivos sin acierto, el Llull más frustrado que se recuerda forzó una falta para irse al banquillo. Sabía que Campazzo ya esperaba para relevarle, pero el balear entonces fue consciente de que estaba siendo un lastre en esos momentos para su equipo. Supermán se había vuelto terrenal, y el CSKA, casi sin pretenderlo, se encontraba a tiro (73-78), buscando hacerle al Madrid la que su kripotonyta, Vassilis Spanoulis, le hizo hecho tantas veces a los rusos en escenarios similares de 'Final4'. El Madrid empezó a ahogarse y a recordar la final de la Copa del Rey, cuando dejó escapar una amplísima ventaja ante el Barcelona en el último cuarto antes del escandaloso final. Un triple de Taylor y un colosal mate de Anthony Randolph le dieron aire y le mantuvieron por delante, pero no tardarían el sueco y el nacionalizado esloveno en ser protagonistas en la otra zona de la jugada que decidió el partido, cuando Taylor pasó por detrás un bloqueo a De Colo y Randolph, vaya usted a saber por qué, decidió que era un buen momento para retar a lanzar al francés, absolutamente sólo en la línea de tres. Cuando voló ese tiro de De Colo la derrota blanca empezó a consumarse sin remisión. Efectivamente, el balón cayó dentro, poniendo al CSKA dos arriba y con la sarten por un mango que no pudo arrebatarle ni el alma de un Sergio Llull herido en su orgullo como pocas veces.
Dicen los entrenadores que los partidos igualados se deciden en detalles. Quizá el espectador medio no reparara en él, pero en el triple de De Colo el error de Randolph, probablemente fatigado a esas alturas de partido, fue grosero. Tanto como para decidir una semifinal de la vieja Copa de Europa. La que no podrá reeditar el Real Madrid, tras un duelo donde la leyenda del CSKA se hizo un poco menos negra y en el que a los blancos se les aparecieron, cuanto casi nadie los esperaba, los fantasmas de febrero.