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Los cinco momentos en los que el Barça minó la moral del Real Madrid en la final de la Copa del Rey

En momentos puntuales de la final, el Barça siempre supo responder a los envites del Madrid, acercándose al triunfo final.

Rakim Sanders (izquierda) y Pau Ribas, durante la final | ACB Photo

Mientras decenas de pizzas de una conocida compañía entraban en el vestuario azulgrana, justo cuando se solicitaba ya la salida de la prensa del mismo, Adam Hanga, con una sonrisa de oreja a oreja, exclamaba ayuda para tomar una cerveza, mientras daba pequeños saltos sin moverse de su sitio, como tratando de liberar aún parte de la tensión acumulada por una final de la Copa del Rey en la que el Barça al fin cercenó la autoridad del Real Madrid, hegemónico en el torneo desde 2014, con aquel inolvidable tiro de Sergio Llull en el Martín Carpena malagueño. El húngaro, con 12 puntos y 4 recuperaciones en el partido, quizá rumiaba en su fuero interno una jugada ya lejana pero que pudo resultar determinante en el devenir del juego.

Cuando a escasos segundos de la conclusión del primer periodo, Rudy Fernández encaró el aro culé tras un robo de balón merengue a un Barça que amenazaba con zozobrar, todo el Gran Canaria Arena asumió que los de Pablo Laso alcanzarían el periodo entre cuartos con una renta de dos dígitos. Imperando un 21-13 en el tanteo, la presumiblemente fácil canasta del internacional español debía de ser la última del primer cuarto. Para todo el mundo, menos para Hanga. El magiar, con un esfuerzo defensivo heroico, logró alcanzar la propia canasta casi al tiempo que Rudy, cuyo último apoyo antes de batir hacia el aro además fue extraño, facilitan que la hercúlea tarea de Hanga pasase a ser humana. Instantes después, la grada grancanaria gritaba de asombro por el tapón, legal pese a que Fernández reclamase que la pelota iba en trayectoria descendente. Todavía antes del primer cuarto, Pau Ribas se disparó hacia el aro blanco para sumar dos puntos y dejar el 21-15 tras diez minutos, generando uno de esos momentos que cambian la dinámica de un partido. Lo que los americanos llaman un game changer. De un potencial mate del Madrid para el +10, se pasó en un santiamén a un -6 catalán, con los jugadores corriendo hacia su banquillo como ocurre después de una acción positiva, mientras el rival, aún por delante en el marcador, caminaba decepcionado hacia el suyo. Tras volver del parón, el Barça prolongaría su buen momento con un triple de Oriola y otra canasta de Ribas, que dejaban como pretérita una de las mejores situaciones del Madrid en el partido.

Viajemos ahora al tercer cuarto, el momento de mayor naufragio del Real Madrid en el duelo. El rival, imponente tras el paso por vestuarios deja a los de Laso en shock al observar un inesperado 37-51 en contra del favorito en los pronósticos previos. Ahí, un triple de Rudy Fernández, con el que la grada de aficionados madrileños busca levantar a un equipo mermado de moral, es contestado ipso facto por Hanga, cerrando el efecto al instante. Poco después, con 44-60, Jaycee Carroll acierta de nuevo desde el 6´75, recibiendo la misma contestación azulgrana, ahora por parte de Víctor Claver. Ya en el último periodo, con el Madrid ya lanzado a la épica, Carroll vuelve a anotar de tres para el 61-73. En el ataque siguiente, Hanga contesta para llevar a los catalanes al 76, a apenas cinco minutos del final. Tres acciones cercanas en el tiempo en las que un triple blanco que hacía aferrarse a un clavo ardiendo era maniatado por la respuesta de los de Pesic. Una de esas respuestas que al que la consigue le dibujan el rostro de ganador. El Barça puso un dique que frenó durante muchos minutos los amagos de remontada oponentes.

Rudy Fernández se lamenta durante la final. | ACB Photo

Rumió el Madrid además con el arbitraje, como si no quisiera armar demasiado escándalo. Pero no se puede obviar que hubo tres errores puntuales de los que el Barça sacó rédito. La primera llegó a 23 segundos del descanso, en el que en un balón punteado por Rakim Sanders fuera del campo el trío arbitral (Hierrezuelo, Peruga, y Pérez Pizarro) consideró que había sido Tavares, otorgando un último ataque al Barça antes del intervalo, en el que Pierre Oriola exhibió muñeca desde el triple para el 34-40. Una acción, por cierto, no revisable por el instante replay, según el reglamento. Más tarde, a 2:18 del final, Adrien Moerman tocó un tiro libre de Rudy Fernández, dejando el balón en la cesta. Los árbitros, como este corresponsal, no vieron la acción, complejísima en directo, que debió dar dos puntos a los blancos, y no sólo uno hasta el 76-83 que empezaba a dibujar la remontada. Finalmente, en la última jugada del partido, hubo una falta de Claver sobre el postrero palmeo de Jeff Taylor, tan evidente a cámara lenta como difícil de ver a velocidad real incluso para un ojo entrenado. Los colegiados, además, estaban vendidos, pues el reglamento les impide usar el instant replay en ninguna de las tres situaciones polémicas.

¿Qué habría pasado si Rudy no resbala y culmina con mate la jugada del primer cuarto? ¿Qué si alguno de los tres triples del Madrid más tocado en su moral del choque no hubiera sido contestado acto seguido por el Barça? ¿Y si alguna de las tres polémicas decisiones hubiera caído del lado contrario? El baloncesto son momentos, y cuando te acompañan, la mentalidad puede cambiar. Hace un año, el Madrid estaba virtualmente eliminado en cuartos de final ante Andorra, y en esa ocasión un error arbitral, el famoso campo atrás, le acompañó hasta el triunfo final. En este caso, los blancos tienen motivos para estar frustrados, porque es indiscutible que la suerte en momentos puntuales, tanto deportivos como de decisiones arbitrales, cayó del lado azulgrana, sacando réditos los blaugranas de inmediato. Y eso en muchas ocasiones, como en esta final copera, supone el triunfo final.

Y ojo, convendría no olvidar que el Madrid, mermado en el interior, con Ayón testimonial y Randolph fuera de forma, y sin un Sergio Llull que amenaza con volver en breve, tendrá seguramente otra cara en unas semanas. Aún así, se aferró a la épica y a punto estuvo de cantar el gordo.

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