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Chapu Nocioni, el campeón de natación que quería jugar con Scottie Pippen

Libertad Digital viaja a los orígenes del mito del baloncesto argentino, en la remota ciudad de Gálvez.

"Fue siempre igual, así de impulsivo y natural. En nuestra época en secundaria, con 13 o 14 años, nos encantaba ir a pescar, de ahí surgió uno de las grandes aficiones del Chapu. Íbamos a Coronda, una ciudad cercana donde había un río, y comíamos de lo que pescábamos. Una vez, nada más llegar, nos metimos en el río, en una canoa, a pescar. Éramos cinco en un pequeño bote para dos personas. Chapu, que no sabía mucho, le insistía al dueño en que él quería remar. Que quería remar, que quería remar. Llegados al centro del río, insistió tanto, que le dejaron remar, y en la primera palada, rompió el remo, y nos quedamos en el medio del río varados. Nos quedamos un poco aislados. Pero gracias a Dios, Chapu era un gran nadador, y sumado a su altura, lo tiramos al río y él, haciendo pie sobre el fondo del río, nos fue empujando hacia la orilla. Estas cosas le muestran tal cual es. Tal y como es en la cancha, es en la vida. Siempre decimos eso, que nunca dejó de ser él en la cancha, y eso le hizo tan especial". Son palabras de Gustavo Parisi, periodista, vecino y amigo de la infancia de Andrés Marcelo Nocioni (Gálvez, Argentina, 30 de noviembre de 1979), que describen perfectamente la personalidad de uno de los tipos más impactantes que hayan dado las canchas de baloncesto en las dos últimas décadas. El Chapu, Txapu para los vitorianos que tanto le adoran, conocido así por su tendencia a quemarse en verano cuando, siendo un niño rubio, salía de una piscina al aire libre en su ciudad natal, mientras la serie mexicana `El Chapulín Colorado´ hacía furor en Argentina. Desde entonces, Andrés, un chaval que siempre andaba bromeando, pasó a ser el Chapulín, como el protagonista de la serie. Luego evolucionaría a Chapu, ya para siempre.

De ahí, seguramente, sus palabras en su acto de despedida en el Santiago Bernabéu, cuando dijo aquello de que quería dar las gracias "al Madrid, por dejarme ser el Chapu. Me dejaron plasmar dentro de la cancha lo que soy y por eso me voy con la paz y el orgullo de haberlo conseguido".

He aquí un viaje a donde todo empezó, a los orígenes de Andrés Nocioni. Un torrente de sensaciones inabordable desde que era un niño.

A 81 kilómetros de la ciudad de Santa Fe se ubica Gálvez, localidad de menos de 20.000 habitantes en el Departamento San Jerónimo. Casi la única zona algo montañosa en una provincia prácticamente plana, como Santa Fe. Allí había llegado Pedro José `Pilo´ Nocioni, jugador amateur de baloncesto, para trabajar durante 44 años en la empresa láctea SanCor. Sería en su nuevo hogar donde, fruto de su matrimonio con su esposa Ángela, verían la luz sus dos hijos: Pablo, el mayor, y Andrés, cinco años más joven. Con ellos, en un país donde el fútbol es religión, Pedro José siempre tuvo clara una idea: "les inculqué que practicaran la natación como deporte de base". Sin embargo, cierta inquietud empezó a aparecer en los hermanos Nocioni debido a que su padre formaba parte del equipo de veteranos del Ceci Basket Ball Club, creado en 1933 por los hermanos Ceci, a los que "les agarró el gusto por un deporte nuevo en la ciudad, el básquetbol, y en unos terrenos que tenían decidieron crear una cancha de polvo de ladrillo, como las canchas de tenis. Aquello gustó en la ciudad y crearon el club", según relata hoy Javier Martín Ceci, nieto de uno de los fundadores. Fue aquel un club inicialmente de baloncesto, pero que evolucionó a otras secciones, principalmente la de natación, donde empezaron a ejercer como deportistas los hijos de Pedro José. "Salían de la pileta (piscina) e iban a tirar al aro, y así poco a poco desde los 6 años empezaron en el club. Después avanzaron, y yo iba y practicaba con ellos. Los llevaba a los dos y peloteábamos juntos, hacíamos `picados´, y les empezó a gustar y siguieron", relata el progenitor.

En el nado de pecho (braza), ganaba carreras continuamente.

Nocioni, el niño rubio en el centro, en uno de sus primeros equipos en Ceci. | Ceci Basket Ball Club

En todo caso, en sus inicios, los hermanos Nocioni compatibilizaron la piscina y la canasta. Del menor de sus hijos, Pedro José destaca que "era bastante buen nadador, llegó a ir a un selectivo del país. Hacía las cosas bastante bien, aquí en la zona era ganador, fundamentalmente en su nado de pecho (braza) ganaba carreras continuamente. Así hasta los 13 años, cuando dejó de lado la natación más competitiva y se volcó con el baloncesto". Sin embargo, el agua, especialmente en la época estival nunca se fue del todo. Como recuerda Claudio Balaudo, uno de sus entrenadores y también profesor de educación física: "era un nadador excelente, pero tenía claro desde un principio que quería baloncesto. Tenía que hacer natación en verano para desarrollarse físicamente para el baloncesto y además porque la pileta entonces aún estaba descubierta".

La historia del Club Ceci empezó a abarcar secciones de otros deportes, como el voleibol, o el mismo fútbol, pero la pelota naranja siempre fue algo especial. Entidad de origen humilde, en el lado obrero de la ciudad de Gálvez (de ahí su sobrenombre de Sal Gruesa, al estar separada del lado más burgués de la ciudad), y pese a la escasa población local, de los amarillos han salido varios jugadores que hicieron notables carreras profesionales en Argentina. Algunos incluso alcanzaron Europa, como, además del propio Chapu, su hermano Pablo, que jugara nueve temporadas en divisiones inferiores italianas en la primera década del siglo XXI y que, en palabras del padre de ambos, "siempre fue un referente para Andrés. Pablo era un muy buen jugador, aunque quizá con un carácter un poco más blando, y de ahí que no llegara tan lejos". Confirma Claudio Balaudo que el mayor de los Nocioni, jugador de 201 centímetros, "tenía las mismas características que su hermano, pero no tuvo quizá la misma perseverancia". Ciertamente, pocos alcanzan la capacidad de insistencia del MVP de la Final Four de la Euroliga de 2015.

Un portento que suspendió educación física y nunca ganó a su padre

"Me cansé de discutir con los árbitros por fallos que nunca sabremos si fueron erróneos. No quiero que me cobren más faltas técnicas ni tampoco volver a pagar gimnasios o cenas de equipo a cuenta de mis multas", firmaba Andrés Nocioni en la carta con la que anunció su despedida del baloncesto a final de esta temporada. Pero, ¿Ha estado siempre ese carácter indomable ligado al todavía jugador del Real Madrid? Afirma Gustavo Parisi, compañero de clase, que "era un buen estudiante, una persona capaz, pero eso sí, un poco inquieto y revoltoso, y a veces un poco contestatario con los profesores, como lo fue con los árbitros. Pero en general era un alumno con buenas notas, y en los dos años que coincidimos no suspendió ninguna asignatura, salvo una anécdota que es divertida, porque suspendió educación física, algo inimaginable en un atleta como él. Pero fue porque faltábamos mucho a clase y el profesor se enojó y nos hizo llevarla a todo el mundo". Se hace difícil imaginar a todo un portento atlético como Nocioni suspendiendo educación física, pero el caso es que así fue, quizá por esa forma de ser tan particular.

Cuando a los 13 años me di cuenta de que podía ganarme, dejé de jugar.

Pocas dudas al respecto sobre su hambre de victorias tiene su padre, que recuerda que "Andrés desde chiquito era muy competitivo, jugaba mano a mano conmigo y no quería perder para nada. Yo tampoco le dejaba ganar, claro, y nunca lo hizo, ya que cuando llegó a los 13-14 años, y me di cuenta de que podía ganarme, dejé de jugar. Recuerdo que llevaba a los amigos y los ponía alrededor para que nos vieran porque decía que me iba a ganar, pero yo nunca me dejé". Sin embargo, esa actitud en pos del triunfo a veces podía jugar malas pasadas al joven Chapu. Así lo recuerda Pedro José Nocioni: "siempre fue demasiado temperamental. Recuerdo que en cadetes yo era el delegado de Ceci, y en sus partidos siempre tenía que pararlo un poco. Era muy temperamental, con ese carácter que conocen, y a veces se pasaba un poquito de la raya, siendo tan pequeño, hasta con los árbitros. Yo trataba de retenerlo, porque un jugador tiene que tener carácter, amor propio, temperamento, pero no pasarse de rosca". Sensaciones que confirma Claudio Balaudo: "ahora tiene autocontrol, es un hombre respetable, pero con 13 o 14 años… Lo teníamos que sentar un minuto para que se serenara, se calmara, antes de volver a ponerlo. Cuando enloquecía lo teníamos que sentar un ratito. Y funcionaba hasta que volvía a enloquecer. Porque si no hacía cinco faltas en el primer cuarto".

Cuando pasaba de 120 pulsaciones, cambiaba de personalidad.

Un carácter peculiar, ganador, revolucionario sobre la cancha pero que, como en muchos otros casos, nada tenía que ver con el que era fuera. Recuerda entre sonrisas Balaudo que, sin el balón de por medio, "era un chico muy bueno, muy bueno, de verdad, efusivo, muy educado, con gran corazón, amigo de todos, un gran compañero, muy querido por el grupo. Eso sí, estaba todo el día en club con la pelotita, jugando. Pero en el partido era un huracán, siempre decíamos que cuando pasaba de 120 pulsaciones, cambiaba de personalidad, se volvía un poco loco". De esas pulsaciones sabe mucho Javier Martín Ceci, del que dicen que era el gran talento de aquella generación de 1979 en la ciudad, incluso por encima de Nocioni. "Una anécdota alimentada por el propio `Pilo´, que era el encargado de llevarnos en coche cuando nos citaban en algún seleccionado. Quizá de chico mi juego era más vistoso que el suyo, es algo que recuerdo con cariño y con lo que siempre nos reímos", se sincera Ceci, quien, no en vano, ha hecho una larga carrera como profesional, que empezó, precisamente, junto al menor de los Nocioni y su temperamento: "siempre digo que es su marca registrada. Ha sabido pulir ese carácter y tener lo mismo que tuvo desde niño pero siempre jugando a su favor, no como cuando le tenían que sentar para que se calmara. Ahora, en los momentos en que más encabronado está es cuando más quiero tenerlo en la cancha. Puede tener buenos o malos partidos, pero nunca se pondrá en tela de juicio su entrega desde donde sea, en la pista o en el banquillo. Siempre al 100%. Lo veo y me genera admiración aun conociéndole. Campeón olímpico, subcampeón del mundo, NBA, MVP de Euroliga, MVP ACB, y el tipo pareciera que no hubiese ganado nada y está siempre buscando algo más. Eso es realmente algo dignísimo", asevera el ex compañero del Chapu.

Su mayor talento no es el físico, sino su cabeza.

Pero detrás de toda esa dignidad que relata Ceci, además de una personalidad ganadora, hay mucho esfuerzo. Remarca Claudio Balaudo "su capacidad de trabajo y su cabeza dura para entrenar. Fue todo trabajo. No digamos que no tenía talento, claro que tenía, pero hay muchos como él en los equipos de esas edades. Todo lo que logró fue por su trabajo y su dedicación. Había jugadores que en ese momento eran mejores que él, pero él trabajaba y trabajaba. Lo tenía claro. Su mayor talento no es el físico sino su cabeza. Físicamente es un león, y técnicamente muy bueno, pero esa cabeza que él tiene…". Indicativo es que su antiguo entrenador y profesor, entre la admiración, no encuentre palabras para terminar esa frase, para acertar con la palabra exacta que defina esa mentalidad de animal competitivo e incansable.

Nocioni, en pie y sin camiseta, a la derecha. Claudio Balaudo, con camiseta blanca y letras rojas. | Claudio Balaudo

Picando en el arito roto

En aquellos terrenos donde en su día los hermanos Ceci habían creado en la década de los 40 una cancha sobre tierra batida, se generó toda una cultura del baloncesto para la ciudad de Gálvez. Con el paso de los años, la entidad evolucionó y se terminó por construir una instalación cubierta, junto a la piscina, donde los equipos del club jugaban sus partidos. Sin embargo, las pistas exteriores, hoy ya con tableros de metacrilato, se mantuvieron durante décadas con los históricos tableros de madera. Y por supuesto, aquel "arito roto" al que el protagonista de esta historia hizo alusión el día que empezó a despedirse del baloncesto profesional: "No quiero ponerme nostálgico en esta carta, pero es imposible no mirar en retrospectiva y sorprenderme tirando en un arito todo roto de mi ciudad", relataba Nocioni en su misiva.

¿Cuál ese arito roto y por qué es tan relevante para recordarlo el día que se anuncia que ha llegado el final? Los que conocen al Chapu saben lo vivido en esa cancha del Club Ceci.

"Junto al gimnasio cubierto del club está un playón donde están esos aritos a los que él se refiere. Son canastas muy viejas, con tableros de madera, y todavía si va al club los puede hasta ver, aunque ya se hayan modernizado", apunta Pedro Nocioni. Aunque a día de hoy allí ya no hay entrenamientos oficiales, el sonido de un balón botando sigue asociado al día a día del lugar, como cuando lo hacía un chaval del pueblo que acabó ganando la Euroliga. "Allí no se entrena, pero van los chicos y se entretienen ahí haciendo picaditos informales. Andrés salía de la pileta y cuando estaba cerrado el gimnasio, se iba y tiraba en los aros de ese playón, algunos de los cuales ciertamente estaban rotos", concluye el padre del jugador.

En aquella cancha exterior, Nocioni soñaba con su ídolo, al que emulaba como cualquier adolescente: "¡Pippen, Pippen!", por el mítico escudero de Michael Jordan, gritaba cada vez que hacía una canasta o una acción espectacular. "Era muy fanático de Scottie Pippen en esa época, pese a que nosotros acá no teníamos mucho acceso a ver partidos entonces. Cada vez que jugábamos y hacía algo fuera de lo común, Chapu gritaba su nombre" apunta Javier Ceci. "Tenía muy claros sus objetivos, nunca dudó sobre ellos, y para él era un sueño jugar con los Bulls en la NBA", recuerda Gustavo Parisi.

Obviamente era un pívot, pero con libertad. Le encantaba coger la pelota, jugar libre, botar, encarar.

Aunque para lograr ese objetivo, además de su talento, físico, capacidad de trabajo, o mentalidad, y de la pizca de suerte siempre necesaria, tuvo que encontrar en su camino el de Gálvez entrenadores que no le encasillaran. Cuántos jugadores habrán quedado en el camino porque, debido a su enorme talla como efebos, se catalogaron como pívots por sus formadores cuando apenas comenzaban a botar, restringiendo enormemente su aprendizaje posterior. Por suerte para los amantes del baloncesto, no ocurrió tal cosa con Nocioni, como apunta Claudio Balaudo: "Chapu era grande, pero no podíamos usarle sólo como pívot, le dábamos libertad, algo que quizá le vino bien para jugar luego como alero. En una ciudad con 20.000 habitantes no hay muchos niños de 13 años y 1´85 metros, y obviamente él era un pívot, pero con libertad. No le poníamos a jugar sólo de espaldas al aro. Le encantaba coger la pelota, jugar libre, botar, encarar". ¿Qué habría sido de aquel chaval espigado, poderoso físicamente, pero un tanto díscolo en la cancha, si sus entrenadores hubieran circunscrito sus movimientos y capacidades a la zona? Miedo da pensar en ello.

Cancha exterior del Club Ceci, donde empezó a jugar Chapu Nocioni. | Luciano Rodríguez

¿Quién es ese pibe?

"Él estaba en esta zona, era un desconocido del baloncesto a nivel provincial, y por supuesto nacional. Tenía buena pinta, pero no pensábamos en la proyección que iba a tener después. A los 13 años, el Club Ceci se unió a la Asociación Santafesina de Básquetbol y ahí empezaron a conocerlo y ya entró en una selección cadete de la asociación y todo fue evolucionando desde ahí." Así recuerda Pedro José Nocioni el momento en que su hijo empezó, desde un recóndito lugar de Argentina, a labrar una carrera en el baloncesto del país.

Hasta ese momento, Andrés no era el más talentoso de su generación, honor reservado a Javier Martín Ceci, "el dueño de la pelota", en palabras de un Pedro Nocioni para quien su hijo todavía no era más que "un obrero del básquet que no destacaba mucho, había chicos mejores, y él acompañaba". Sí llamaba la atención su físico, que hacía "tener claro que era un jugador de baloncesto, más que de otros deportes, porque ya medía 1`85 con 12 años, aunque eso sí, era muy flaco por aquel entonces", recuerda Claudio Balaudo. Otros, como Gustavo Parisi, destacaban de él algo más allá del físico: "tenía una calidad de liderazgo natural entre los de su edad en la ciudad, por una cuestión hasta de físico, que era imponente para la edad que teníamos, pero aparte era una persona sin ningún tipo de maldad. Por eso, nos gustaba verle nadar o jugar al baloncesto, porque le ponía pasión a lo que hacía, aunque en ese momento no se notaba el gran talento que luego terminó demostrando".

Sin embargo, seguramente, para todos los que lo vivieron, hay una situación, un momento, en que toda esa fuerza interior de aquel chaval espigado explotó definitivamente.

Se nos había lesionado uno de los pívots. Y me dijo, "Vamos a poner al Chapu". Tenía 13 años.

Así la evoca el entrenador Claudio Balaudo: "nos clasificamos con el primer equipo de Ceci para la final por el ascenso a una categoría superior, buscando pasar a competición nacional. Mientras, él se había clasificado para el campeonato nacional de natación. Tenía 13 años. El técnico del primer equipo de básquet era Carlos Verga (internacional con Argentina en los 70), y yo era su asistente. Se nos había lesionado uno de los pívots. Y me dijo "vamos a poner al Chapu. En el primer equipo." Yo le dije que pensaba que era muy chico para eso. Pero él estaba seguro que el chico iba a estar bien. El padre pensaba igual, que era un poco pequeño, y además teníamos la duda por la coincidencia con el campeonato de natación. Pero su ilusión, claro, era jugar en primera. Él era de básquet. Y ganamos la final y ascendimos a otra categoría. Pero es que no sólo ganamos la final, sino que la semifinal la ganamos con un lanzamiento del Chapu en el último segundo, ante Atlético Firmat, un equipo de la Ciudad de Santa Fe."

Fue como si nos dijera a todos: bueno chicos, disfruten que ya me voy para un lugar más grande.

Javier Ceci, la otra gran perla de la cantera de Gálvez, recuerda también aquellas impactantes fechas: "nos promovieron al primer equipo con 14 años, algo que hoy es hasta antirreglamentario. Aquellos jugadores eran nuestros ídolos, y recuerdo impactado cómo asumió el Chapu aquel desafío, yo estaba mucho más amilanado, mucho más tímido, me costaba tener confianza, y él ya aceptaba el reto. Cuando saltó a la cancha nos dejó a todos boquiabiertos, porque hizo una tarea espectacular, fajándose, pegándose con tipos que le doblaban o más la edad, y él hasta generaba esas pequeñas riñas desde las tribunas. Recuerdo escuchar gritos desde la grada del tipo: "¿Quién es ese pibe? ¡Péguenle!" Y era cuando él mejor se sentía. Realmente esos partidos fueron para disfrutar, porque era algo como que cómo puede ser que este pibe… Y sin embargo sí podía ser." Evoca también Ceci otro partido, en "Cañada de Gómez, una ciudad muy tradicional del básquet acá, donde tuvo una actuación muy destacada, para los que estuvimos en la cancha fue increíble. Aquello fue como si nos dijera a todos: bueno chicos, disfruten que ya me voy para un lugar más grande. Y así fue. Tardó poco en marcharse".

Nocioni, con el dorsal 12, aún como joven promesa en Gálvez. Con el dorsal 5, Javier Martín Ceci. | Claudio Balaudo.

Llamando a la puerta

Tras la sorprendente eclosión como jugador en el primer equipo de Ceci, y apoyado en el ascenso de su club de origen y la entrada de la entidad en la Asociación Santafesina de Basquetbol, lo inevitable tenía que llegar: con apenas 15 años, había llegado la hora de hacer las maletas, buscando una puerta que se abría para poder triunfar en el deporte que amaba. "Hubo un entrenador que lo llevó a la selección de la Asociación Santafesina, y cuando Ceci dejó de competir por cuestiones económicas en Santa Fe, este hombre lo llevó a Unión de Santo Tomé, donde su Director Técnico, Antonio `Gachi´ Ferrari, le enseño a depurar todos los fundamentos del baloncesto, y fue cuando empezó a unirlos a sus cualidades físicas", rememora Pedro Nocioni.

Sin embargo, los apenas 80 kilómetros que separan Gálvez de Santa Fe resultarían baladíes comparados con el siguiente paso en la carrera del Chapu, el que terminaría de marcar su definitivo salto al profesionalismo. La clave estaría en la aparición en su camino de uno de los grandes mentores del baloncesto argentino: León Najnudel, entrenador que lo fuera de aquel CAI Zaragoza campeón de la Copa del Rey en la temporada 1983-84 bajo el liderazgo de Kevin McGee. "Najnudel, el pionero del básquet en Argentina, me llamó y me dijo que quería ver a mi hijo. Vino desde Buenos Aires hasta aquí para verlo en Unión de Santo Tomé", evoca Pedro Nocioni. No tardaría la leyenda de los banquillos argentinos en prendarse de aquel huracán sobre la cancha. "En pocos minutos se lo llevó para ser profesional en Racing Club de Avellaneda, que fue su primer equipo profesional en Argentina, y con el que debutó en primera antes de cumplir los 16 años. Y así fue evolucionando hasta ser conocido a nivel nacional. Gracias a Najnudel llegó a la preselección argentina cadete". El gran salto había llegado: "con sólo 15 años se fue de Gálvez a Santo Tomé, que aún está cerca, pero poco después ya se va a Buenos Aires que es otro mundo. Pasar de una ciudad de 20.000 habitantes a otra con más de 3 millones, imagínese. Tenía sólo 15 años. Pero se fue y empezó a triunfar", evoca Gustavo Parisi.

En pocos minutos se lo llevó para ser profesional.

Aquel Chapulín que se quemaba su piel al salir entre bromas de la piscina del Club Ceci había metido la cabeza en la elite del baloncesto albiceleste. Un nivel en el que, una vez alcanzado, a priori lo más difícil sería consolidarse. Pero Andrés Nocioni había llegado para ser parte relevante en el cambio de la historia del deporte argentino, sin medias tintas. Después de Avellaneda, pasaría otra temporada en Olimpia de Venado Tuerto, y dos más en Independiente de General Pico, donde, sin alcanzar aún la veintena, fue nombrado mejor sexto hombre del país y ayudó a su equipo a jugar la final contra el poderoso Atenas de Córdoba. Por el asentamiento definitivo en lo deportivo, su paso por General Pico, la segunda ciudad en importancia de La Pampa, fue una etapa especialmente importante, aunque lo sería más aún porque sería entonces cuando conocería a Paula, hoy su mujer. De hecho, allí tiene su casa el matrimonio Nocioni Aimonetto y allí, entre campo, caza y pesca, aseguran los que mejor conocen al Chapu que pasará cuanto menos sus primeros meses tras la retirada definitiva, buscando principalmente el descanso tras una larguísima carrera por el mundo, antes de volver a afrontar nuevos retos, seguramente ligados a la Confederación Argentina de Básquetbol, como otras viejas glorias que vistieron la albiceleste.

Nocioni, con el trofeo de MVP de la Final Four de la Euroliga 2015, junto a Felipe VI y Jordi Bertomeu.

De Perú a la gloria pasando por Vitoria

El imparable crecimiento del jugador de Gálvez hizo que no tardara en llegar su primera oportunidad para vestir la camiseta argentina en competición internacional. Fue en un sudamericano cadete, en Arequipa, la capital jurídica de Perú. En un equipo liderado por un tal Luis Scola, la eclosión del pibe llegado desde Gálvez impresionó a todos. Tras apenas gozar de presencia en cancha en el duelo inaugural ante Venezuela, Nocioni se convirtió en pieza clave para el oro argentino en el país andino, tomándose la venganza ante Brasil en la final de la única derrota del campeonato. "A partir de ahí, Andrés empezó a hacerse conocer a la par que Scola", recuerda `Pilo´ Nocioni.

En aquella última década del siglo XX, un equipo español destacaba como nadie por su conocimiento del mercado. En las gradas de Arequipa, siguiendo a Luis Scola, estaba Alfredo Salazar, el gran descubridor de talento del club presidido por Josean Querejeta. Lógicamente, la irrupción del ya entonces jugador del Racing de Avellaneda no pasó desapercibida para los sabios ojos de Salazar. Recuerda Pedro Nocioni que, desde aquel torneo cadete, "tras conocer en Perú a Andrés, empezó a hablar con él para llevarlo al Baskonia. Y él se fue entusiasmando con eso, hasta que en julio de 1999 llegó el momento en que se podía dar, y Salazar lo llevó al Baskonia".

Tras conocer en Perú a Andrés, Alfredo Salazar empezó a hablar con él para llevarlo al Baskonia.

Sin embargo, quedaba por solventar el gran salvoconducto que daría vía libre al éxito en Vitoria: lograr un pasaporte italiano para poder jugar sin ocupar plaza de extranjero. Un proceso farragoso, en palabras de `Pilo´ Nocioni: "yo soy italiano por consanguinidad por mi bisabuelo. Hice todo el papeleo para conseguir la nacionalidad, pero era algo muy trabajoso. Tardé un año o dos con muchas visitas a consulados. Andrés fue a España sin pasaporte, pero Salazar sabía que estaba en ello. En diciembre de 1999 lo terminé, y a partir de enero de 2000 Andrés también tomó la ciudadanía italiana". Justo a tiempo para jugar, aunque con poca repercusión, en Vitoria una Copa del Rey de mal recuerdo para los locales, que caerían en primera ronda en el vencedor final, Adecco Estudiantes.

La siguiente temporada Nocioni sería cedido a Manresa en Liga LEB, donde lograría el ascenso, iniciándose en su etapa en el Bages una de las mejores carreras que ha visto recientemente Europa, y que ya toca a su fin. "Está teniendo secuelas que le maltratan, dolores de espalda, cintura, rodilla", admite su padre en la hora de una retirada que no le pilló por sorpresa: "me lo avisó al principio del año, pero todavía me pidió un consejo, si hacerlo a saber al inicio o al final de la temporada. Yo le aconsejé que lo hiciera al final. A lo mejor se adelantó algún mes, pero estoy muy orgulloso de él", asevera.

Todavía me pidió un consejo: si hacerlo saber al inicio o al final de la temporada.

Así es la historia del Chapu Nocioni, el alma que cualquiera quisiera tener en sus filas, temido guerrero cuando sus rivales iban con él a la guerra. A los 37 años lo deja, nombrado ciudadano ilustre de Gálvez y de la provincia de Santa Fe y miembro de esa inolvidable Generación Dorada del baloncesto argentino que poco a poco abandona las canchas tras lograr que, como admite Gustavo Parisi que, allá donde el balompié lo es casi todo, "hoy día, cuando al fútbol le va mal, el baloncesto se pone como ejemplo, por lo conseguido por ese grupo, siempre por encima de las individualidades". Buena parte de aquello empezó el norte de Argentina, en la pequeña Gálvez, donde un larguirucho nadador se entregó a la pasión por el balón naranja y hoy día es un referente social, tal y como sentencia Javier Martín Ceci: "acabó jugando en Chicago, en el equipo que era nuestra inspiración, los Bulls de Jordan y Pippen. Cuando uno sueña y ve el esfuerzo y la dedicación que él puso, es inspirador lograrlo desde un sitio tan humilde, un club de barrio. Él ha plantado la semilla del sí se puede".

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