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Pablo Laso y Sergio Rodríguez, dos hombres y un destino

Pablo Laso y Sergio Rodríguez, claves en el actual momento del Real Madrid, se profesan un enorme aprecio y agradecimiento.

Pablo Laso y Sergio Rodríguez, claves en el actual momento del Real Madrid, se profesan un enorme aprecio y agradecimiento.
Pablo Laso (I), y Sergio Rodríguez (D), tras una victoria del Real Madrid | ACB Photo

En 1969, George Roy Hill dirigía uno de los mejores westerns de la historia del cine, galardonado con 4 Óscars de la Academia. En él, Butch Cassidy (Paul Newman) y Sundance Kid (Robert Redford), son perseguidos durante casi todo el metraje.

Instantes después del bocinazo final en el Palacio de los Deportes, con la reedición del título de Liga Endesa por parte del Real Madrid, Sergio Rodríguez, entre abrazos, sonrisas, y miradas a la grada, tiene claro un objetivo. Busca entre la muchedumbre de jugadores, periodistas, voluntarios y fuerzas de seguridad a Pablo Laso, su álter ego, el hombre que le rescató de las tinieblas. Como si de una tradición de tratase, canario y vasco se ubicarán, en la foto con el trofeo, a la derecha de la fila de los que quedan de pie, entre notorios gestos de cariño, afecto, y agradecimiento.

Podría parecer una tontería, acaso incluso una casualidad, pero nada más lejos de la realidad. Repasar las instantáneas del mismo momento en los últimos títulos del Real Madrid lleva a ver al entrenador y al base exactamente en la misma posición. Siempre juntos en la imagen para el recuerdo. Busquen la foto de todos y cada uno de los seis trofeos más recientes ganados por los blancos, y encontrarán en la misma posición a Laso y Rodríguez. Desde la Copa del Rey 2015, hasta la Liga Endesa 2016, los blancos ganaron una Euroliga, otra liga y otra copa, y una Intercontinental, y entrenador y jugador siempre repitieron ubicación. Casi la única novedad es la aparición en escena de la primogénita del `Chacho´, que no existía allá por 2015 y que, en brazos de su padre, forma parte de la imagen del último momento victorioso de los merengues.

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El Real Madrid, tras ganar su última liga. Laso y Rodríguez, a la derecha de la imagen

No, no es casualidad. Uno y otro se deben mucho, y ellos lo saben. El 31 de mayo de 2012, en el primer año de la era Laso como entrenador madrileño, su equipo llegaba en situación muy delicada al cuarto partido de las semifinales de la Liga ACB. Con ventaja de 2-1 para el Caja Laboral, una derrota en el Buesa Arena apearía a los blancos, que ya habían descarrilado en Euroliga sin alcanzar siquiera la fase de cruces, de la final. Ganar la Copa del Rey en Barcelona, con exhibición de Llull y Carroll ante el eterno rival en la final, podía quedar casi en agua de borrajas si se cedía en Vitoria. La posición de Laso no parecía la mejor, mientras que Sergio Rodríguez, tras su decepcionante año con Ettore Messina, tampoco había rendido a un nivel descollante en su estreno con el nuevo técnico. Entre rumores, luego confirmados, del fichaje de Dontaye Draper para la siguiente temporada, el futuro del chicharrero, tras su salida de la NBA, se empezaba a volver oscuro incluso en su vuelta a Europa. Y sin embargo, aquella tarde alavesa, una chispa saltó en la relación del canario con su entrenador. No pintaban bien las cosas, con 46-35 para los locales al inicio del tercer cuarto, hasta que, tras un recordado tiempo muerto, lasina mediante, tuvieron que ser Sergio Rodríguez, aún barbilampiño y con la cabeza rapada, y aquel serbio que terminó quedándose en tierra de nadie, Nole Velickovic, los que a base de triples rescataran a los madrileños.

Algo había cambiado aquel día, a corto plazo para el Real Madrid, a medio plazo para Sergio Rodríguez y Pablo Laso, y a largo plazo para el baloncesto. Sin aquellos triples del canario, los blancos no habrían jugado la final, seguramente el `Chacho´ (y Laso) habrían salido del Real Madrid, y desde luego muchos no pensarían hoy que se puede ganar un playoff final de la ACB anotando 92.75 puntos de media en cuatro partidos ante el Barcelona, como ha ocurrido en la final recientemente acabada. Sin aquella remontada en el Buesa, pensar en lo que ha supuesto este equipo a la concepción del baloncesto, a cambiar aquellas ideas adheridas casi a la sangre desde el Limoges de Boza Maljkovic de que sólo se pueden ganar títulos jugando a 70 puntos a lo sumo, y con un ritmo cansino que aburriría a un rebaño de ovejas, sería imposible. Hoy, sin embargo, la catarsis es, cuanto menos, una posibilidad, que muchos sostienen en gente como Pablo Laso y Sergio Rodríguez. En que el baloncesto pueda llegar al alma de la gente, de donde nunca debió salir.

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Rodríguez y Laso, en pleno partido

Entrenador y jugador blanco no serían hoy lo que son si el otro no existiera. Uno encontró en el técnico la necesaria dosis de paciencia, confianza y, muy especialmente, libertad, que un jugador así de especial precisa. El vitoriano obtuvo como premio a su confianza la eclosión de un talento como pocas veces se ha visto en España, pero, más importante, recibió una enorme fidelidad, como demuestra la instantánea junto a él en cada foto. Una relación especial entre dos tipos normales, con virtudes, con defectos, claro, pero con la capacidad de llenar de sensaciones al aficionado al baloncesto. Algo reservado sólo para unos pocos por más que a uno se le miren con lupa las pérdidas y la defensa, y del otro se pontifique una y otra vez que no utiliza a sus pívots, como si al baloncesto se pudiera ganar sin ellos.

Aquella película de 1969 era `Dos hombres y un destino´. El objetivo de aquellos románticos forajidos fue cambiar el orden de las cosas. En 2016, es indudable admitir que, en buena medida, Pablo Laso y Sergio Rodríguez han logrado demostrar que al baloncesto se puede ganar de otra manera. Que se puede hacer sonriendo. Ambos seguirán teniendo perseguidores, críticos a sus ideas y estilo, como Butch Cassidy y Sundance Kid en la película, pero empiezan a estar en camino de alcanzar su destino, que no es otro que cambiar una idea establecida, enormemente dañina para los aficionados a la canasta. Mientras, cuando ganen, seguirán fotografiándose juntos, sabedores de lo que uno y otro se deben, y se necesitan.

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