El 26 de junio de 2014 el Fútbol Club Barcelona se proclamaba campeón de la Liga Endesa, al derrotar en la final al Real Madrid en cuatro partidos, pese al factor cancha del que disponían los blancos. En aquel partido, Pablo Laso, en una imagen dantesca, salió expulsado del Palau Blaugrana en silla de ruedas. El pasado martes, 363 días más tarde, el proyecto del vitoriano al frente del Madrid alcanzó el que, hasta el momento, es sin duda su culmen. Certificó en la casa del eterno rival la temporada perfecta, barriéndole en la final, y volviendo a ser fiel a un estilo inherente a una idea de juego forjada durante tres temporadas, anotando 90 puntos en el hostil Palau y bombardeando desde el perímetro. Enfrente, el que el destrozo interior de Tomic, al que el propio Laso no quiso en su proyecto, fue insuficiente. Una alineación astral, prácticamente.
Pero el camino no ha sido nada sencillo. Tras la hecatombe en la recta final del año pasado, con un equipo tocado física y moralmente que resucitó al Barcelona, (e hizo que los catalanes mantuvieran de paso un concepto caduco una temporada más), el verano estuvo cerca de costarle el puesto de trabajo. La confianza en la plata noble de Concha Espina se había visto ampliamente reducida, y pocos imaginaban que Florentino Pérez volviera a entregarse a Pablo Laso apenas doce meses después. Sólo una salida en tromba de Alberto Herreros en pleno maremoto amainó la tempestad, pero los rumores sobre Katsikaris o Djordjevic no cesaron hasta bien terminada la Copa del Mundo, ya en septiembre. Un disparate. En esas llegaría Gustavo Ayón, sin duda una pieza imprescindible en lo ocurrido posteriormente.
Como el propio entrenador indicaría en la extensa entrevista concedida a esRadio, el curso se iniciaría casi como una pretemporada. Eran aquellos meses en que desde la prensa se comentaba cierta xavipascualización en Laso, permítase el palabro. Lo que era evidente es que el equipo en noviembre no iba a toda pastilla, conocedor de que, tras los históricos registros del invierno de 2013, había llegado a la primavera de 2014 fundido en la mente y el cuerpo. Los blancos progresivamente buscaban su momento, aunque en un diciembre espantoso amenazarían con perder hasta la identidad, que bien pudo quedarse en Miribilla, en la peor primera parte que se recuerde al Real Madrid tras la marcha de Ettore Messina. Fue entonces cuando Pablo Laso afrontó la encrucijada.
Y la decisión fue clara: volver al pasado. Recuperar a Marcus Slaughter, con medio billete de avión para Tel Aviv unas semanas antes, y con el inicio del Top 16, apostar de nuevo por el americano, con lo que ello suponía para reverdecer un estilo inconfundible. Desde aquel partido en Belgrado ante el Estrella Roja, el primero de 2015, el Real Madrid no ha parado de crecer. Recuperó las sensaciones, la intensidad atrás, en la que Slaughter es crucial, que derivó en la alegría de los `Sergios´, y apenas seis semanas después levantaba la Copa del Rey, con los nuevos justificando su llegada, puesta en duda por muchos durante semanas, y meses. Ayón, Nocioni y Maciulis fueron determinantes en el triunfo en Gran Canaria ante el Barcelona, como lo sería KC Rivers en lo que llegaría posteriormente. El Chapu dominaba la final como nunca lo había hecho, con cinco tapones, alguno legendario, para demostrar que había llegado para alzar trofeos. Salta menos veces, pero de más calidad, admitió, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y hasta Jaycee Carroll encontró sus piernas.
`Boom Boom´ ya se había dejado ver en el inicio del curso en un partido estelar ante el Nihzny, pero mantenía la duda sobre su rendimiento ante el Barcelona, que casi desde aquella espectacular victoria en la Copa de la Ciudad Condal, no había vuelto a ser el mejor. Oleson era su kryptonita. En realidad, no sólo el escolta de Alaska era su merma, sino también un físico que no le dejó tranquilo los dos últimos años. Y aunque hiciera un gran partido en Liga Endesa ante los culés, y por más fuera clave en el triunfo en la Euroliga, necesitaba todavía una nueva reivindicación. Por eso su tiro sobre Oleson para sentenciar la liga tiene tanto de simbólico. Además, el de Wyoming ha sido decisivo esta temporada incluso desde la defensa, con esa novedad de verle parando a los bases rivales, lo nunca vivido hasta este curso, como él mismo admite.
En definitiva, el triunfo en la liga supone la sublimación del estilo, y con ello, del entrenador. Aunque a partir de mañana la exigencia volverá a ser máxima y la delgada línea blanca volverá a marcar el día a día del equipo, la temporada 2014/15 quedará para siempre como la de la confirmación de que, efectivamente, se podía ganar jugando de otra forma a la establecida. Y ese mérito se lo apuntará Pablo Laso, o al menos la crítica general debiera hacerlo.